Izquierda Unida nos remite algunos textos de Almudena Grandes y Luis García Montero sobre las elecciones del 9M publicados estos días en la prensa nacional.
Memoria de madera
LUIS GARCÍA MONTERO 01/03/2008
Los cantantes Joaquín Sabina, Javier Krahe y Chicho Sánchez Ferlosio decidieron rendirse una tarde de invierno. Fue idea de Chicho, o de las copas y el humor desanimado, a mitad de los años 80, mientras se discutía la permanencia de España en la OTAN. Se trataba de ir a la puerta de un cuartel y anunciarle al oficial de guardia que habían decidido entregarse, que se daban por vencidos. Recuerdo la anécdota porque estos días electorales, sobrecargados de demagogia y recursos mezquinos, cuando resulta difícil una meditación serena, he sentido también la tentación de tomar mi sobre de voto por correo y escribirle una carta al presidente/a del colegio electoral para anunciarle mi rendición. No es que antes fuera un ingenuo y valorase el futuro con optimismo confiado. Después de luchar por la ilusión democrática, no sólo contra el franquismo, sino también contra los dogmas del socialismo real y del estalinismo, tardé poco en aprender que los enemigos de la libertad actúan con desmesura más allá de los viejos totalitarismos. El referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN demostró que los poderes económicos y mediáticos pueden cambiar en un mes la opinión de un país. Hice campaña contra la OTAN, y desde entonces tomé la costumbre de coleccionar las chapitas que se venden en las manifestaciones y en los mítines. OTAN no, bases fuera y salga el sol por Antequera, no al cierre de Astilleros, no a la guerra, no al terrorismo, sí a los vascos, contra la siniestralidad laboral, todo se va quedando en una caja pintada de azul, que es como una memoria de madera que flota sobre los días y los olvidos, y busca puerto en un rincón de la estantería de mi despacho. La caja de las chapitas guarda estratos geológicos de una fraternidad combativa.
La prepotencia calculada del bipartidismo interviene con una dureza extrema en esta campaña electoral. Desde la elaboración de las encuestas hasta esas peleas de gallos que son los debates electorales, todo está programado para imponer una opción encauzada entre dos únicos partidos. La economía y las reglas de juego mediáticas se están empleando a fondo para imponer un bipartidismo del que sólo podrán defenderse los partidos nacionalistas de Cataluña y el País Vasco. Y podrán defenderse, además, gracias a una ley electoral perversa, que consagra las mayorías locales y la marginación de cualquier alternativa, aunque sea apoyada por un millón y medio de ciudadanos. En estas condiciones la verdad es que entran ganas de rendirse. No se puede argumentar, opinar, existir, en una democracia de reglas antidemocráticas y de resultados sin proporción, porque unos votos valen cuatro veces más que otros.
Aconsejo que se rinda quien pueda, que se presente a las puertas de la abstención y se entregue. Otros se entregarán al radicalismo. A mí me pesa demasiado la memoria de madera y caigo en la tentación de seguir discutiendo con la nada. Repito entre mis amigos, como un fantasma de otro tiempo, que hay que analizar el presente y la Europa neoconservadora que se nos viene encima, que el voto útil no sirve para atacar a los obispos sino para inutilizar a la izquierda, que aquí no hay peligro de que gobierne la derecha, que sólo se está justificando un comportamiento conservador del futuro gobierno del PSOE, que es fundamental un grupo parlamentario a su izquierda, que no podemos acercarnos al centro, porque entonces el centro se va a la derecha y la derecha a sus extremos más peligrosos. Pero son diálogos con la nada, razones de un fantasma. Para tener la sensación de que existo, de que no soy pura transparencia, necesito abrir mi memoria de madera y colocarme en el pecho una de esas chapitas que defienden con coraje la posibilidad de un país laico, socialista y republicano. Perdónenme ustedes, amigos míos, pero pido el voto para Izquierda Unida.
¡Vota!
ALMUDENA GRANDES 03/03/2008
Sí, ya sé que mola más el escepticismo. Sé que el distanciamiento irónico es más acorde con mi edad, que la disciplina un pelín cínica de la crítica ácida va mejor con mi profesión, y hasta que la languidez del desencanto, tan femenina, me favorecería más en los planos cortos. Lo sé, pero el domingo yo voy a ir a votar. Por encima de mi escepticismo, más allá de mi evidente afición a la ironía, con mi conciencia crítica a cuestas y a despecho de la fotogenia, voy a ir a votar. Con mis propias decepciones y con mis ilusiones maltrechas, con mis principios más firmes y con mis hijos mayores, voy a votar.
Votaré a favor de mucha gente que no lo hará. Porque no tiene derecho a hacerlo o porque se le ha olvidado que lo tiene. Votaré para que los niños de 12 años no sean tratados como delincuentes, para que los inmigrantes que sostienen nuestra riqueza sin participar de ella no sean tratados como delincuentes, para que los excluidos sociales y las mujeres que abortan no sean tratados como delincuentes. Votaré en contra de mucha gente que votará. Votaré contra los privatizadores de servicios públicos, contra la humillación de los reclinatorios, contra las juntas de escolarización que favorecen a los colegios concertados, contra los explotadores de inmigrantes. Votaré, en definitiva, contra la gente de orden, ese orden detestable, delincuente, que se afirma en la insolidaridad, en la indiferencia ante el sufrimiento ajeno y en la perpetuación de los privilegios de unos pocos. Votaré a la izquierda, con la izquierda, por la izquierda, pensando en mis convicciones laicas, progresistas y republicanas, no en mis impuestos. Todavía hay unas pocas cosas que no pueden comprarse con dinero.
Y bien, a pesar de todo, sé que mola más el escepticismo. Pero yo miro a mi alrededor y, sinceramente, creo que no me lo puedo permitir. ¿Tú sí?
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