Mis Novenas vividas, por Juanito el Santero


Fue el 17 de enero del año 32 cuando el Convento me vio nacer. Toda mi infancia, mi juventud y parte de mi madurez las pasé entre esos muros del siglo XV, aportando mi fe, mi trabajo y mis ilusiones a todas las actividades que en él tenían lugar. No es de extrañar, por tanto, que todos me conozcáis por Juanito "El Santero".
Tengo tantos recuerdos que harían falta muchas páginas para relatarlos. Hoy, aquí, sólo pretendo compartir con vosotros algunos de ellos relacionados, como no, con la Novena.


Recuerdo, con unos 7 años, que todas las tardes el cura daba un sermón desde el pulpito, excepto el último día, el domingo, en el que se procesionaba a la Virgen hasta la cruz que hay arriba de la cuesta del convento, sin ni siquiera atravesar la vía. Allí, el cura daba el sermón de rigor e inmediatamente, se devolvía la Virgen a la iglesia. Entonces no tenía "paso", sino que se llevaba a hombros sobre una base con dos barras horizontales, unas andas. Cuando se detenían los portadores, las andas se sostenían con unas horquillas que se apoyaban en el suelo. Recuerdo, sobre todo, el fuerte olor a incienso que impregnaba todo el Santuario y el exquisito sabor de las "zamboas" de la huerta. Muchos niños de la época las recordarán.
Me contaba mi padre que era costumbre que la gente llevara su comida para pasar el día en los alrededores del convento. Después de la función de la mañana, todos comían bajo los álamos, descansaban y se preparaban para la pequeña procesión de la tarde.
Más tarde, empezaría a alargarse el trayecto de la procesión. Primero se llegaba hasta el llano de la Estación de RENFE, y luego, mucho tiempo más tarde, empezó a pasar por el Michigan, como en nuestros días.
Mi tarea, en mis años de adolescencia y juventud era repicar las campanas. Mi padre era el que lo hacía, hasta que yo, encantado de tener que subir a lo alto del campanario por esas angostas escaleras, le quité el puesto. Dos golpes a una campana y uno a la otra. Tantana, tantana, tantana. Un sonido peculiar y familiar que aún permanece en mis oídos.
Siempre ayudé a mis padres en la preparación del paso de la Virgen, hasta que me hice cargo personalmente. Era el año 1971, cuando empezaron también las misas de la mañana, y continué hasta el 1993. Claveles, nardos y lentiscos eran los aromas que me rodeaban. Ideé un sistema de esponjas y alambres para que las flores se mantuvieran frescas durante más tiempo, a la vez que me daba la posibilidad de formar estructuras diferentes: triángulos, bolas, puentes, inventados año tras año. Era un trabajo muy laborioso y de mucha dedicación. No era de extrañar que el sábado de Novena, a las 11 de la noche, tuviera que coger mi motillo para ir a por más lentiscos. Todo tenía que estar listo para que al día siguiente, tras la función, pudiéramos poner las flores, bajar a la Virgen, vestirla y dejarla lista para cuando llegaran la banda de música y los cargadores. Cuántos días de platos típicos me perdí por ello, pero cuanta alegría me daba ver el resultado de mi trabajo. Desde aquí agradezco a los que me ayudaron en aquellos momentos en los que más de una vez me vi solo.
Mis piernas, delicadas desde hace muchos años, me impedían muchas veces siquiera pisar la caseta de baile el domingo por la noche. Mi maravillosa mujer, Paqui, me acompañaba sentada a la puerta de mi casa, desde donde saludábamos a los vecinos y conversábamos acerca de lo bonita que iba la Virgen. No podía más. Estaba agotado, pero con el corazón lleno.
También recuerdo los años en los que estuve en la comisión de fiestas de la Novena. Montábamos la caseta, vendíamos entradas o papeletas, preparábamos las bandas y regalos de la reina infantil y sus damas,... En fin, esto lo sabéis bien muchos de vosotros que tanto esfuerzo habéis hecho para que todo fuera un éxito.
Así que, si volviera a nacer, volvería a hacer lo mismo. Sería monaguillo, campanero, florista, taquillero y diseñador, siempre participativo y dispuesto y, sobre todo, creyente. Por la Virgen, por mi familia y por mis paisanos volvería a hacerlo. No lo dudéis.
Me despido de vosotros con cariño y con una frase que digo todos los años al terminar la procesión: YA QUEDA MENOS PARA LA NOVENA DEL AÑO QUE VIENE.
Un abrazo a todos. Juan Sánchez Sánchez, Juanito El Santero.

(artículo publicado en el libreto de feria de la Novena)

7 de septiembre de 2008
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