El Plan 8.000. Luces y Sombras ... por Manuel Pimentel


El plan de los ocho mil millones, como ha venido a conocerse, está en marcha. Los ayuntamientos, desde el más pequeño hasta el mayor, han presentado sus proyectos con una celeridad desconocida. Ya han sido aprobados la mayoría de ellos por el gobierno, y algunos, incluso, están adjudicados. Una premura ejemplar que ojalá fuese habitual en los procedimientos y trámites burocráticos, tan lentos como enojosos.

Pero volvamos al plan 8.000, una buena idea que movilizará empleo y actividad justo en la parte más baja del ciclo. Además, el canalizarlo a través de los ayuntamientos permitirá llegar capilarmente hasta miles de pequeñas empresas y decenas de miles de puestos de trabajo, imposible de conseguir en las grandes adjudicaciones. Hasta ahí, todos de acuerdo.

Ahora bien, la medida no es la panacea que vende el gobierno. En principio, porque no es nueva. La inversión en obras para dar empleo ya se conoce desde los tiempos de María Castaña. ¿Qué otra cosa, si no, hacía Primo de Rivera? Pues obras y más obras, para así conjurar las dramáticas repercusiones de la Gran Depresión. ¿Y qué nos propone este gobierno frente a la depresión que nos aturde? Pues obras y más obras, nada nuevo bajo este frío sol del lunes de los desempleados.

El plan es un simple paliativo. No cura nuestra enfermedad, que se llama baja productividad, debilidad de tejido productivo y estructura económica desequilibrada a favor de la construcción, que se ve de nuevo reforzada con esta importante dotación económica.

El plan 8.000 no servirá para mejorar nuestra economía. Aliviará coyunturalmente algunas penurias domésticas, pero sus efectos se disolverán en cuanto se agote la partida presupuestaria. Pero no es éste el único problema. Muchas voces han advertido acerca de la corrupción que podría generar unas adjudicaciones tan aceleradas, de imposible control y seguimiento. Existiría también el riesgo de un fraude institucional – que no penal – si los ayuntamientos se hubieran limitado a presentar las obras que ya tuvieran previstas en sus presupuestos ordinarios. No se crearía mano de obra neta entonces. El gobierno debe comprobar que su plan se dedica por completo a obras excepcionales, a las que se sumarían las ordinarias. Y, sin ánimo de ser aguafiestas, un último temor. Como las empresas tienen que contratar desempleados, podría producirse que trasladaran provisionalmente al desempleo parte de sus plantillas, con la promesa de la nueva contratación. Seguiríamos con una operación de saldo cero, sin nueva creación de empleo.

A pesar de estos riesgos, apoyamos el plan. Algo es mejor que nada, al fin y al cabo.
Lewído en: http://www.administracionpublica.com

10 de febrero de 2009
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