Los olores y sabores de antaño, los de los pueblos de los años cuarenta, de remota niñez, eran elementales, intensos y orgánicos: el del pan amasado con levadura natural y cocido en horno de leña, el de la leche recién ordeñada; de plantas ornamentales: rosal, jazmín, alhelí, geranio, romero... etc.; presentes en casi todos los patios y balcones.
Siguen presentes en nuestra memoria olfativa la leña quemada en la chimenea, los braseros con ramaje de los olivos podados, orujo de la molienda de la aceituna o cáscaras de almendra. También la fragancia de las frutas de árboles no manipulados; ahora, hibridados para generar mayor producción y madurados en cámaras, carecen de aroma y sabor; no resultan tan apetecibles.
Olía a limpio por la cal con la que se enjalbegaban las paredes, techos y fachadas, y hasta el último rincón de las humildes pero pulcras viviendas, a diferencia de las pinturas químicas de ahora con emanaciones tan irritantes y tóxicas que, aplicadas en interiores, obligan a abrir las ventanas.
Eran olores naturales y entrañables que no se borran de la memoria olfativa de los mayores de edad. Ahora gozamos de más cantidad y variedad de alimentos y productos, pero están cargados de olores y aromas artificiales.
Son cosas del progreso, eficiente pero carente del vital ambiente natural y ecológico, tan saludable y reconfortante para la salud del cuerpo y del espíritu.
Olores de Antaño por... Antonio Rizquez
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