Las imágenes de la inmensa manifestación de béticos enciende el debate en la redacción del periódico. Las redacciones de los periódicos, es verdad, no tienen ya nada que ver con las redacciones clásicas de los periódicos. Quizá porque lo que ha cambiado es la propia vida del periodista, muy lejos ya de aquella imagen romántica e idealizada del tipo que, envuelto en el humo de las tabernas, lograba un soplo, una confidencia, y llegaba excitado a la redacción con la certeza de que podía derribar al gobierno, desnudar a un magnate, o desafiar a un narco chulo y prepotente. Los periodistas no cierran ya los bares de la ciudad, no apuran el último whisky con las prostitutas ni persiguen los coches de policía en la madrugada.
No recogen el periódico de la rotativa ni entran en casa de puntillas para no despertar a los niños después de haberles prometido una tarde de cine y haberlo olvidado otra vez.
No, no tienen nada que ver las redacciones de los periódicos con aquellas, pero mantienen un rescoldo inagotable de vida, de debate y de camaradería, de frescura intelectual y de descaro político. Por eso, el lunes por la tarde, cuando comenzaron a llegar las primeras imágenes de la manifestación del Betis, se encendió el debate. Unos sostenían, desolados, que allí en la calle estaba la tragedia de Andalucía, la pena de una sociedad que es capaz de movilizarse por el Betis pero que jamás se inmutaría por el triste destino que arrastra, siempre a la cola de todo. Es el andaluz superficial y acomodado de Ortega: “Tiene el viajero la sospecha de que los sevillanos han aceptado el papel de comparsas y colaboran en la representación de un magnífico ballet anunciado en los carteles con el título ‘Sevilla’. Esta propensión de los andaluces a representarse y ser mimos de sí mismos revela un sorprendente narcisismo colectivo”. Otros en la redacción, por el contrario, contemplaban en la manifestación del Betis la revelación última del comportamiento de los andaluces. No es un pueblo dormido, como parece, sino que mira los asuntos con distancia, con la frialdad y la equidistancia de una existencia milenaria. Hasta que llega un punto de no retorno, basta ya, y, entonces, esa gente que parecía apática y despreocupada, se echa a la calle y asombra a toda España con una manifestación gigantesca, como nunca en la historia, pacífica y familiar, para decirle al tirano “Lopera, vete ya”. ¿Qué no se entiende? Ya lo dije Cernuda, cuando pintó al andaluz como un “enigma al trasluz”.
En el debate de la redacción me puse con estos últimos. La sociedad andaluza, es verdad, desconcierta a diario y, a diario, genera ilusiones. Nunca despega, pero nunca se detiene. Acaso nos olvidamos de que para que se produzca la catarsis de una movilización colectiva, aquello que Freud llamaba en sus terapias “vaciar los depósitos emocionales”, es necesario antes instalarse en el caos, en el colapso. En el Betis ha ocurrido, catarsis. Y por miles se echaron a la calle para reivindicar la propiedad de su patrimonio emocional. Quizá algún día suceda también con ese sentimiento hondo llamado Andalucía.
Javier Caraballo
Catarsis... por Javier Caraballo.
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