No podría obviar, aunque sea en breves pinceladas, hacer referencia a un hecho que marcó mi vida y también significó la ruptura a la lógica rutina en que transcurría la antiestresante cotidianeidad del devenir en Jimena; evento del que fui testigo directo y actor, en coincidencia con el final de los años cincuenta e inicios de la siguiente década del pasado siglo XX.
Me refiero al rodaje de la película, “Los Tres Etc.. del Coronel”.
Esa Jimena tan fotogénica no podía estar al margen de un rodaje cinematográfico. Fue en octubre de 1.959, y se prolongó hasta febrero del año siguiente, cuando, mediante una coproducción italo/franco/hispana, bajo la dirección de Claude Boissol, surgió la privilegiada ocasión: ¡Vaya glamouroso reparto!
Entre otros: un joven, ya por entonces introvertido, Fernando Fernán Gómez, actor, director, guionista, novelista... que cuando le pedían autógrafos se mostraba como un cascarrabias, término que lejos de constituirle un apelativo de carácter peyorativo, lo asumió per se cuando se lo atribuyeron y él lo calificara de muy amable.
Otro protagonista: el ínclito francés ya fallecido, Daniel Guerin, en el papel de teniente militar. Este actor era padre de la actriz María Schneider; tres años antes había sido dirigido por el afamado director Alfred Hitchcock en una película que me encantó: “El Hombre Que Sabía Demasiado”.
De la misma manera figuraba en el reparto una jovial y exuberante sueca, inmediatamente posterior musa felliniana, Anita Ekberg; a la que le hubiese cautivado adoptarme, según le dijo a mis padres, y de la que conservo espléndidas fotos que ya han salido publicadas en la jimenata publicación digital, “Tio Jimeno”, y las será en la prevista edición de nuestro Ayuntamiento.
Por medio, una encantadora, a la vez que sencilla, María Jesús Cuadra. Cerrando la trilogía femenina, la actriz italiana Giorgia Moll. Y como colofón, todo un caballero y “monstruo” de la pantalla, Vittorio de Sica.
Jimena se transfiguró; aún la dejaron más emblanquecida. La encalaron toda entera, quedando además íntegramente engalanada. Reforzada su típica arquitectura con unas gigantescas fachadas de maquetas enfoscadas de yeso y decoradas con piezas de escayolas que servían, en lo que hoy es plaza de la Constitución, como ficción de portadas de cuarteles y palacios de época. En su trastienda trasera, fuertes troncos de madera que la aseguraban de las fuertes vientos de levante que nos acompañaban en aquellos largos y lluviosos otoños-inviernos.
La genialidad popular saltó a flote. Surgieron poetas de cada portal, como Pedro “El Serrano” y Gregorio Bujeo, que cantaron al acontecimiento, rememorando aquella tradicional fiesta de Jimena que fue prohibida tras la guerra civil, con carnavalescas letras que se las aplicaban a las coplas populares del momento:
“¡Ay campanera!
las rejas son de madera
y los cables están tapados
con unas cuantas enredaderas”
Y es que como no se podían divisar los cables de la luz ni la de los escasos teléfonos existentes, por ser inventos posteriores al año que se escenificaba, 1.810, lo habían ocultado con plantas ornamentales.
Todo el pueblo se volcó; quedamos disfrazados (“... y cuando sale a la calle no te reconoce ni tu mujer...”) en calidad de extras, con los trajes típicos de la Guerra de la Independencia contra los franceses.
El guión, inspirado en una obra teatral de José María Pemán nos había retrotraído a principios del siglo XIX. Correspondía al texto de su obra, “Los Tres Etcéteras de Don Simón”, que tanto éxito de público había obtenido en el teatro Recoletos de Madrid.
El eje central de la argumentación estaba referido a los preparativos para la permanencia en un pueblo del sur de Andalucía de un alto militar del ejército napoleónico de ocupación. Ante las recomendaciones elevadas a la superioridad por el distinguido coronel sobre lo que necesitaría cuando llegara a un pueblo del sur, como servicios a ofrecerle, para hacerle más agradable su estancia, y donde la finalización de peticiones acababa con tres etcéteras. De inmediato, fue interpretado por las ingenuas autoridades locales colaboracionistas que comandaban nuestro pueblo, que hacía referencia implícitamente a que debería incluirse en su paquete de demandas a tres seductoras mancebas de comportamientos más que ligeros; de ahí el enredo que aflora cuando el oficial francés de alta graduación llega a la localidad.
Conocedor de todos estos datos -éxito de taquilla en Madrid y contenido del guión- el productor José Gutiérrez Maeso encargó al director de cine francés, Boissol, su traslado a la gran pantalla, el cual no dudó en elegir a Jimena como lugar central del gran escenario; la había conocido en uno de sus rodajes que con anterioridad había llevado a cabo en Algeciras, habiéndose quedado prendado de nuestra arquitectura y del colorido paisajístico de nuestro medio natural.
En el casting que llevaron a cabo entre las gentes del pueblo, mi elección fue debida, según me dijeron en mi casa, por si era preciso, en cualquier trance del rodaje, intercalar unos primeros planos donde debía aparecer un chiquillo que se pareciera en su físico a una mezcla entre el Joselito del “Ruiseñor de las Cumbres” y el bonachón Pablito Calvo que por entonces seguía arrasando en las salas de cine con su “Marcelino Pan y Vino”. El caso fue que luego me tuvieron encantadoramente pringado en otras tantas y variadas escenas en los varios meses que duró el rodaje
Cuando aún no había salido la luz del día, en esas frías y hasta lluviosas jornadas otoñales e invernales, se nos citaban a los extras a las seis de la mañana en la Posada de Ramón -cuyo titular era típico porque llevaba siempre puesto el pantalón por encima de la cintura, a la altura del pecho, debajo de los sobacos se decía, apretado por una correa situada fuera de las presillas- que estaba en El Paseo, en lo que ahora es el portal número once; allí nos ataviaban con trajes de ese pasado histórico.
Luego, teníamos que ir a otra casa muy cercana, actualmente número diez de la plaza de la Constitución, dónde nos maquillaban. A los mayores les ponían patillas (“... a estilo de bandoleros...”), pelucas (“... te colocan una melena con una arroba de pelo...”) y unos gorros o sombreros, prestos para ir a concentrarnos en la explanada de la plaza, lugar en el que se encontraba una cuantiosa caballería lista para el inicio del rodaje, (“... la plaza parece una feria de Mayo / con tantos caballos y tanto personal / con las vestimentas y los maquillajes / parece que estamos en un carnaval...”)
Finalizado el trabajo, al atardecer hacíamos cola para cobrar cada día el salario justo en el mismo lugar que había servido por la mañana para el maquillaje. Larga fila de extras comentábamos jocosamente las incidencias que nos había deparado el día del rodaje. Al concluir, todos contentos con nuestro dinerito contante y sonante en los bolsillos.
Nada de nóminas ni descuento alguno de cara a Hacienda, una sola firma como justificante servía para que nos fuera entregada la cantidad en metálico o en papel que nos correspondiera. La tabla salarial era bien simple para los que éramos de Jimena; veinticinco pesetas diarias para niños y extras comunes; cincuenta pesetas para los que tenían que hacer tareas más específicas, como subirse a los caballos; y doce duros, es decir sesenta pesetas, para los dobles o aquellos que en ese día habían tenido que figurar en solitarios primeros planos, y por tanto eran incentivados para que estuvieran muy atentos y concentrados con el objetivo de no tener que repetir en demasía la filmación. Y es que para un trocito de rodaje, había que ver la cantidad de veces que se tenía que reproducir el acto hasta quedar el director conforme con la grabación.
Me acuerdo de la mañana en que tuvimos que escenificar una toma donde una María Jesús Cuadra muy enfadada, irrumpía violentamente en una fila de uniformados que escoltaban a un alguacil que al toque de una trompetilla de metal daba pública lectura a un manuscrito. Tras una frase de reproche de la actriz por su contenido y recibir la consiguiente respuesta del vocero (“... soy el pregonero y pregono lo que me dan para pregonar...”), acababa la bella joven con un contundente, “¡¡pues pregona!!”, rompiendo con un palo que llevaba en su mano el pellejo del tambor que había servido de reclamo para convocar a los que nos encontrábamos cercanos a ese entorno; todo ello, con el fondo de las falsas fachadas palaciegas de escayola que se montaron en la plaza. Hubo que reiterar la escena en unas veinte ocasiones y, en cada circunstancia que se cortaba, teníamos que esperar hasta que le fuera repuesta la piel al bombo musical. A los chiquillos que participábamos, como actores secundarios en calidad de testigos de ese incidente, nos proporcionaba una risa que laboralmente teníamos que contener, deseando oír el grito de, “¡corten!”, para seguidamente a carcajada abierta responder: ”¡otra vez!”.
La belleza y los atributos pectorales de la siempre descotada Anita Ekberg, unida a su fina silueta, caldeaban el ambiente a cada segundo del rodaje. Cuando tras la grabación o en paréntesis de pausa, me acogía entre sus brazos, un trasfondo de salidos comentarios, tales como: “¡métele mano a las tetas!”, propio de la represión sexual de la época, llegaban a mis oídos causándome el consiguiente sonrojo.
La afición a lo etílico de la sueca, le jugó una mala pasada fuera de la escenificación, en el hotel María Cristina de Algeciras, donde se hospedaba cada noche.
Una cálida madrugada de alcohol y gélida de temperatura, su cuerpo encontró la frescura de una fuente al aire libre situada en el interior de la instalación hotelera. A las cuatro de la mañana se remojó en ella desprendiéndose del fino tejido que encubrían sus bellezas. Una monumental escandalera estalló en la España puritana de ese instante.
A la mañana siguiente: “Poli que daba voces y Valdillo le contestaba...” ( los populares nombres de los dos encargados en dar las órdenes oportunas para el inicio diario del rodaje) por la megafonía nos anunciaban a los extras que ese día no había rodaje por indisposición de la sueca actriz. El hecho se saldó, como no podía ser de otra forma en esa coyuntura, con la momentánea visita de la Ekberg al cuartelillo de la Guardia Civil.
Estoy seguro, me lo dejeron años después en casa, que ese incidente llegó a oídos de Federico Fellini, en su inmediatamente posterior rodaje de La Dolce Vita, para inspirarle la famosa escena de una exquisita Anita humedeciéndose en la romana Fontana di Trevi.
Por otro lado, Vittorio de Sica, refractario al ganado caballar, hubo de disponer de un estático artefacto de madera construido al efecto, dotado de ruedas, que aparentaba un ejemplar de ese noble y elegante animal.
Atravesado el montaje artificial, a la altura de sus pectorales, por una manivela, servía para que dos peones ocultos a las cámaras se encargaran de darle movilidad, y de esta manera aparentar su movimiento. Pareciera, en esa cámara que le hacía la toma de medio cuerpo, como si el insigne actor italiano estuviera, antes del galope, manejando y controlando las riendas de un nervioso caballo. Tras un corte en el rodaje, el doble del actor continuaba de espaldas cabalgando, ya sobre la montura de un animal real, a galope acelerado. Así se consiguió, para la favorable marcha del rodaje, soslayar el trauma del ilustre actor y director que marcó una de las más trascendentales etapas de la filmografía europea.
Todos los principales actores y actrices tenían su doble para soportar los trabajos más rutinarios y penosos del rodaje, siempre que en la escena no apareciera, en primer plano, la cara del personaje principal. Se haría famosa en el pueblo nuestra paisana María “La Pachela, en su calidad de doble de la actriz sueca (“... la doble es la Pachera / quería quinientas pelas / y le han dado doce duros / por enseñar la pechera...”)
El tumulto de entrometidos para contemplar el espectáculo de las grabaciones era formidable (“... el pueblo de Jimena está muy contento / nunca hemos visto aquí de rodar / bajan las mujeres y cuando regresan / algunas se encuentran la olla quemá...”); forzaban a los responsables del montaje a realizar persistentes llamamientos al silencio, y también para que se situaran un poco más lejos, puesto que los paisanos querían colocarse lo más cerca posible al espacio de la escena que se grababa: “... señora / que no pué sé / que están rodando / y se le ve...”; fueron otras tantas de las gracejas canciones que surgieron a raíz de estas simpáticas anécdotas extraídas del rodaje.
A lo largo de la realización de la película transcurrían mis primeros ocho años de vida: aprendí a contemplar el cine de una forma bien distinta. La magia manipuladora, plena de trucos y engaños, que observaba para montar la filmación, y que transforma después, estáticos planos en escenas con vida y acción, me sirvieron para que cada vez que voy a una sala a ver una película no pueda olvidarme que a lo largo de su proyección me sitúe en muchas situaciones detrás de la cámara. Ello incluye imaginarme todos los entresijos, y hasta separar, en una misma secuencia, los distintos trozos que son necesarios impresionar en el rodaje para llegar a las escenas que después han de incluirse en la cinta. Siempre quedó susurrando en mis oídos la voz del tenedor de la negra pizarra, que con letras de tiza blanca informaba de la secuencia que iba a rodarse para advertirnos que se reanudaba la grabación: "¡cuatro, tres, dos, uno,... silencio se rueda!”. Quiere esto decir que la intensa experiencia vivida, además, me sirvió de auténtica escuela para distinguir más allá de lo que el común de los mortales observa en el transcurso de la proyección.
Del mismo modo, retengo la escena que siendo testigo privilegiado contemplé en el interior de la Iglesia de la Victoria en el barrio de arriba. Fue una escena muy fuerte para esa era tan pacata; me imagino que sería cortada por la censura. Ni más ni menos que una María Jesús Cuadra y un Fernando Fernán Gómez, furtivamente besándose frente al altar. Me desilusionó llegar a saber que los besos en el cine no son tales. Las cámaras se posicionaban de tal forma que parecía que ambos labios saboreaban sus propias mieles, pero la evidencia era que ni se llegaban a rozar. Por ello, a pesar de las múltiples repeticiones en el rodaje de este acto, ambos actores antepusieron la fría profesionalidad a que tuviera lugar la filmación de una escena real de pasión. A mí esa ficción me sentó fatal; a partir de ese instante, los besos posteriores que contemplaba en la pantalla pensaba que no eran auténticos.
Gran ilusión me representó que en fechas no muy lejanas me anunciaran que muy pronto veríamos este celuloide, gracias al providencial hallazgo material de la cinta, desaparecida de todo tipo de archivos cinematográficos. Milagrosa casualidad que tras una intensa y extensa búsqueda se hallara la película, precisamente en unas dependencias de la “Asociación de amigos de Vittorio de Sica” ubicada en Roma, en el interior del típico envase de lata donde se protegían y transportaban los rollos fílmicos. Y de conseguir superar las trabas burocráticas y económicas, la podríamos visualizar en su versión íntegra, es decir con por lo menos veinte minutos más; como en su proyección en Italia, que llegaba a durar por encima del centenar de minutos, hecho que no pudo llevarse a cabo en España, a causa de la restrictiva censura, donde se quedó en ochenta y tres minutos. Con ello se recuperaría, pensé, lo que no fue posible observar en su exhibición por las distintas salas españolas, tras su estreno acontecido el domingo de resurrección del año 1.960 en el cine Pompeya de Madrid.
La mojigata reprensión inquisitorial franquista impidió entonces a que todos aquellos que no éramos mayores de edad, o sea a los que aún no habíamos alcanzado los veintiún años, pudiéramos contemplar la proyección, castigándonos con la prohibición de visualizarla. Además, fue clasificada por la católica institución, como 4R; es decir, gravemente peligrosa.
Muchos de nuestros convecinos, para poderla escuchar en su proyección con unas mínimas condiciones de audición, tuvieron que emigrar a otras salas cinematográficas situadas más allá de nuestro término municipal. En Jimena era dificultoso ante los reiterados comentarios, risas y llamamientos de “¡¡mira fulano!!...”, "¡¡mira mengano... !!” que acompañaban la visualización de los espectadores, entusiasmados de distinguir en la pantalla a un paisano, familiar o a sí mismo.
Medio siglo después, tras afanosa búsqueda y fallido intento de la citada recuperación en Roma, donde menos nos lo podíamos esperar ha saltado la afortunada liebre.
Pero momentos antes. Precisamente, el pasado martes 24 de agosto, en el Tanatorio situado a pie de la carretera a San Pablo, que afortunadamente no conocía, en uno de mis días más tristes por el fatal fallecimiento repentino de mi mejor amigo de la infancia, José María Macías, jimenato de pura cepa, tuve ocasión de acordarme, en ese obligado recorrido que hacía a mi vida sobre los muchos episodios de la niñez y adolescencia transcurridos en el pueblo que me vio nacer, de esta película. Y es que se me agolpaban los recuerdos por los seres queridos que me rodeaban y a los que hacía decenas de años que no veía. Rememoraba que José María no me podría ya acompañar al libro que tengo acabado sobre Jimena, del que forma parte este relato sobre el rodaje de “Los Tres Etc... del Coronel”.
En esto, al ver a Ricardo Gómez, lo saludé. Le manifesté que no desfalleciera en esa búsqueda de la película de nuestros sueños. Le mostré mi siempre disposición al apoyo que le pudiera prestar. En concreto le hablé del nuevo titular de Cultura en la Junta, Paulino Plata, con el que me une una afectiva amistad, que nos podría echar una mano. Me dijo que no había novedad sobre lo que ya me había comentado de la italiana Fundación “Victoria de Sica”.
Y he aquí que ese sueño se hizo realidad en la noche del sábado 11S. No podía ser otra fecha plena de historia: conmemoración de los tristes episodios de las Torres Gemelas de Nueva York, del asesinato golpista de Salvador Allende, del aniversario de la primera Diada catalana que conmovió a nuestro poeta-trabajador-emigrado, Diego Bautista Prieto...Y El Paseo, otra vez, testigo mudo de la historia de Jimena que se había rodado medio siglo antes.
¡¡¡Silencio!!! ¡¡¡Se va a proyectar!!! ¡¡¡Gonzalo, apaga la luz!!! ¡¡¡Guardia, baja el tono de la voz de tu venta canastera!!! ¡¡¡Agustín, esa linterna!!! ¡¡¡Comienza la sesión!!!...
Juan Ignacio Trillo Huertas, jimenato.