Los boys scouts y "los soñadores" de Jimena... por Juan Ignacio Trillo (I parte)


Transcurría el otoño de 1965 cuando un núcleo de adolescentes y otros aún niños constituimos el primer grupo de boys scouts en Jimena de la Frontera. La formación de esta organización me fue inspirada por un joven, Ramón Vargas-Machuca Ortega, de Medina Sidonia, tres años mayor que yo, que unos meses antes vino a veranear a la jimenata casa de sus tíos: Ramón Vargas-Machuca y Mercedes García, tía segunda mía. El domicilio de tan prolífera y entrañable familia estaba situada en El Paseo, en una linda casa que hoy sirve para acoger a una entidad financiera.




Un lateral de la fachada daba al bar de Becina –en aquella época era con B- y el otro a la posada de Ramón, que en un cuartito de su bajo acogía el kiosco de Ortiz.



Ramón Vargas-Machuca Ortega en la actualidad




A la sombra del corredor del patio de la morada de estos parientes, aprovechábamos las tórridas horas de la siesta estival para hacer nuestros pinitos con la guitarra. Ramón era el que más sabía de notas musicales. No era ajeno la impronta que da ser estudiante seminarista. Con él aprendimos a tocar las variopintas canciones de Salvatore Adamo, empezando,cómo no, por “Mis manos en tu cintura”, pasando a “Perdóname” del Dúo Dinámico, para a continuación persistir con la eurovisiva“Non ho l’etá de Gigliola Cinquetti, o con las del último festival de San Remo. Y entre una y otra, las cantilenas que al aire libre por rutas de sendero entonaban los boys scouts en sus marchas excursionistas (“guardas tus penas en el fondo del morral...”),incluso en lengua hindú (“chinganguli”).


Cuando llegó el final de las vacaciones, Javier y Ramón abandonaban el pueblo camino de sus estudios mientras yo proseguía en el pueblo para incorporarme de nuevo a la Academia Calasanz. Aquí preparaba por libre cuarto de bachiller para acabar haciendo los exámenes finales en el instituto de Algeciras.

Al principio del curso escolar, me propuse crear los Boys Scouts de Jimena. Para fundarlo, nos reunimos el grupo de amigos, la mayoría del barrio Abajo y algunos del de Arriba. Comenzamos tatareando en común las mismas canciones que Ramón me había enseñado. Estos sones nos acompañaban en las caminatas, cuesta abajo hacia la Pasada de Alcalá por la calle donde la última casa era la del “Potaje”; a La Estación, por la cantarería y la Tosca;¡rumbo a las “roaeras”, aledañas al Paseo Cristina;alrededor de El Risco por la calle Llana o en dirección al Castillo para después bajar al Tajo de la Reina Mora e ir más al fondo hasta serpentear el Hozgarganta. No nos planteamos conectar con ninguna otra agrupación del mismo nombre allende los límites municipales, ni tan siquiera sabíamos si existía. Nos bastábamos con nuestra autosuficiencia.




El Hozgarganta, río por excelencia de Jimena a su paso por El Quiñónez (Foto cedida por Francisco Tocón)

Irrumpimos públicamente aprovechando una de esas presencias
extraordinarias que hacían un conjunto de predicadores del catolicismo oficial.
Se personaban en los pueblos para reforzarnos la fe cristiana o convertir a los no creyentes y así evitarles el sufrimiento de la condena al infierno. Se llamaban evangelizadores, más comúnmente misioneros. Para nuestra imaginación vendrían de África o de América del Sur, a los que ayudábamos con la recaudación que hucha en mano hacíamos cada tercer domingo del mes de octubre, día de la cuestación del Domund.
La venida de estos peculiares presbíteros era una jornada especial en el pueblo.
Para su recibimiento, se congregaron varias decenas de vecinos en la entrada de El Paseo, bajo el portal del comercio-tasca-panadería de Luis Luque, junto a las cuatro esquinas del barrio de Abajo, exactamente a espaldas del bar que allí tenía Ernesto Cuenca, y en la esquina, la bodega de su hermano Antonio.
Ernesto con cinco hijos varones, y Antonio con cinco hijas.



A la llegada de tan misericordiosa expedición, sorprendimos al vecindario abriendo una pancarta que con mucho celo habíamos preparado: dos palos y un trozo de tela grapada a sus extremos con la leyenda: “LOS BOYS SCOUTS DE JIMENA SALUDAMOS A LOS PADRES MISIONEROS”. Tras oír el vibrante agradecimiento que desde el balcón de Luis Luque nos hizo el jerarca de la expedición religiosa,nos sentimos inmensamente reconfortados de la proeza y piadosa obra realizada.

 


Jimena
de la Frontera. Parque Natural de Alcornocales. Garganta y arroyo del Huevo
(Foto cedida por Francisco Tocón)



No ocurrió así con el que se consideraba en Jimena responsable de la Falange Española, también de su rama juvenil, la OJE, y por tanto vigilante para conservar las esencias patrias del Régimen de Franco. Me preguntó con retintín qué de dónde habíamos sacado ese nombrecito extranjero y si no sabíamos que para establecer una entidad organizada era necesario contar con autorización.
Me encogí de hombros y le dije que un seminarista de Medina era el que me lo había sugerido. Menos mal que era hijo del médico, y dos años antes también lo había sido del alcalde-jefe local del Movimiento Nacional; si no, me hubiese entregado de inmediato a la Guardia Civil. Más inocente y generosa no podía ser la frase de la pancarta, para nada subversiva contra el “orden” establecido. Al comentarlo con los amigos, ignorantes e inconsciente de la carga de profundidad y la amarga historia que arrastraba tal advertencia, la respuesta fue unánime: ése es un “paniaguao chupatinta” que se cree que por hablar finolis nos va a jiñá; ni chispa de caso.
Poco tiempo después, imbuidos de la música moderna que comenzábamos a oír en la radio y por esa televisión que al fin había llegado a nuestro pueblo, y que con tantas dificultades técnicas se podía visualizar, compramos un picú, antiguo tocadiscos, en la tienda de “Los Huérfanos” de la Estación del pueblo.
Para ello, a mi tío Juan Gómez le firmamos unas letras donde nos comprometíamos en plazos a pagarle religiosamente. Nada sabíamos de que
siendo menores de edad lo rubricado era papel mojado, pero nos tomamos los pagos muy en serio; cumplimos religiosamente.



Así, gracias a los ingresos que obtuvimos con las actuaciones del grupo musical de chirigotas, “Los Beatles de Jimena”, que para tal objetivo habíamos formado; más, los acarreos de leñas que llevábamos a las panaderías procedentes del monte al que íbamos a rapiñar cada vez que salíamos de la escuela; unido a los ingresos por bebidas y venta de pipas de los guateques que montábamos los domingos y demás fiestas de guardar, pudimos, no sólo atender el vencimiento de las letras sino, del mismo modo, adquirir una completísima colección de discos de los conjuntos punteros del momento: The Beatles, The Rolling Stones, Los Bravos, Los Brincos, Los Canarios, Los Sírex... y otros de cantantes solitarios: Raphael, Karina, Elvis Presley, Frank Sinatra...


Actuación de Los Beatles de Jimena en la Estación con el objeto de recaudar dinero para pagar las letras del picú. A pie de carretera, entre el paso a nivel con barreras del tren y el barrio de Michigán. De derecha a izquierda y de delante hacia atrás: Juan Carlos Gómez, Teodoro Zar, Juan Parra, Antonio Sabau, José María Macías, Fernando Carrión, Miguel Ángel Trillo, José Antonio Esquivel, Gerardo Esquivel, Juan Ignacio Trillo y José Luis Luque. (Foto de J. I. Trillo)

A tal fin, establecimos la primera sede de esos boys scouts; transfigurados ya en versión “sui géneris” jimenata: las excursiones al campo las habíamos sustituidos por oír música y bailar con nuestras coleguitas femeninas de la misma edad con las que tan bien nos sentíamos. Esa especie de discoteca se instaló en una sala vacía de la primera planta de la iglesia Santa María La Coronada del barrio de Abajo, cuya fachada da al empinado callejón que, cuesta abajo, desemboca en las cuatro esquinas.

Nuestra petición, cuando la hicimos, fue atendida magnánimamente por el sacerdote. Más tarde, por exigencia del mismo párroco, tuvimos que mudarnos al templo de Nuestra Señora de la Victoria o Misericordia, sita en el barrio de Arriba. Allí nos instalamos en una habitación que da a los corredores del bello claustro que bordea el patio en cuyo centro hay un pozo y al fondo se situaba la sacristía, mientras en la primera planta estaba la residencia privada del sacerdote adonde algunas mañanas a primera hora el padre Mariano, ya en otro forzado destino terrenal, nos impartía a los bachilleres clases de latín. Todas las tardes cuando salíamos de la Academia nos íbamos al local. Emprendíamos calle Sevilla cuesta arriba y bajada hacía el club por la calle Calzada para tomar la de Santa Ana hasta el Llano de la Victoria.




Gran
parte de los fundadores del club de los Boys Scouts
con el padre Martín Bueno y Francisco Gutiérrez. De derecha a izquierda:
Sebastián Jiménez, Juan Carlos Gómez, Juan Ignacio Trillo, José Antonio
Riquelme, Padre Martín Bueno, Juan Parra, Ernesto Meléndez, Francisco
Gutiérrez, José Luis Luque, Antonio Sabau y Miguel
Ángel Trillo. (Foto de J. I Trillo)

Lo decoramos a base de una estética basada en cañas y cañizos, proporcionándole un tono rústico pero moderno. También dándole una modulación de penumbra a la luz con las bombillas cubiertas de papel de tonos apastelados y colores suaves. Teníamos barra y un kiosquillo, especie de plató del discyokey desde donde cualquier voluntario ponía la música. Del mismo modo, sirvió como excusa para algún que otro escarceo con la pareja de turno cuando el calentón en la pista de baile había adquirido un alto grado de intensidad. Aunque, en ese momento de gran sensualidad, como alternativa más íntima, se prefería la salida a la oscuridad de los pasillos; eso, si las monjas del colegio de al lado no estaban vigilantes tras las ventanas que daban al patio.


Actuación
de los “Beatles de Jimena” en la fiesta fin del curso escolar 1964/65 celebrado
en el Cine Capital, sito en calle Sevilla. De derecha a izquierda: Juan Carlos
Gómez, Miguel Ángel Trillo, José Luis Luque, Teodoro Zar, José María Macías,
Fernando Carrión, Juan Ignacio Trillo José Antonio Esquivel, Juan Parra,
Pascual Ríos y Antonio Sabau.

Esa irrupción de los niñatos, considerados pudientes del barrio de Abajo, si bien en esa amalgama había chaveas del de Arriba y algunos otros de familias
humildes, independientemente de su ubicación vecinal, motivó varios meses más tarde, como reacción, el inmediato agrupamiento de un núcleo de muchachos, exclusivamente pertenecientes al barrio de Arriba, dispuestos a constituir otro club por separado.

Para ello, solicitaron al clérigo un espacio distinto en ese mismo lugar. Todavía continuaba viva esa barrera de separación entre los dos barrios producto de múltiples historias, fundamentalmente de carácter social. También, de un trágico pasado político aún reciente que nuestros mayores nos ocultaban por miedo. Hasta llegó a mis oídos que alguno de los chavales había considerado nuestra presencia en dicho entorno como una invasión de su territorio. Al final, la sangre no llegó al río y una vez superados los primeros recelos representó un paso de gigante para la convivencia entre ambas partes, estrechando lazos de conocimiento mutuo y de amistad. Dejamos de rivalizar, como había sido tradicional, a pedrada limpia, ¿quién de mi generación, aún más  en las anteriores, no tiene una pitera en la cabeza o en la frente producto de esas rudimentarias y salvajes contiendas en las que nos enzarzábamos? En aquellas peleas, las hondas no podían faltar o las patadas en las espinillas.
Por el contrario, esta vez empezamos a competir cada uno por su lado en la
organización de comidas, fiestas y bailes.






Juan Ignacio Trillo y José
Luis Luque de espaldas, observan a Miguel Ángel Trillo abrir una lata de atún
sobre la barra del club “Los Boys Scouts”, ya en el
claustro de la iglesia del barrio de Arriba.




Justo,por tanto, al lateral de nuestro espacio lúdico se asentó finalmente el nuevo club. Sus patrocinadores le pusieron de nombre “Los Soñadores”, en homenaje a ese conjunto musical, antecesores de “Los Payos” y luego “Triana”, que había amenizado la caseta municipal en la anterior feria de agosto y que tan buen sabor de boca nos había dejado a los modernos jóvenes jimenatos.

Precisamente, el batería del citado grupo musical que después resultara tan célebre, Juan José Palacios “Tele”, lo llevamos una mañana a nuestro club de “Los Boys Scouts”. Después, a que conociera El Castillo y sus aledaños. Le acompañaba el del piano electrónico, un jovencísimo de diecisiete años que se enamoró locamente de una bella correligionaria de nuestros guateques

Que vivía justamente en el barrio de Arriba.



.

Juan José Palacios “Tele” con
la pasión de su vida.



“Tele”,quedó fascinado de lo que unos chavales, de pueblo y serranos, habían montado en el salón parroquial, así como del nivel de conocimiento musical del momento que poseíamos, fundamentalmente del pop y soul.

Le mostramos el último “single” recién comprado. Hacía muy poco tiempo que se había estrenado en EEUU. En aquel entonces, una canción para que pegara en España debía haber transcurrido hasta
más de un año desde que saliera al mercado internacional. Era el último disco de James Brown: “It’s A Man’s Man’n Man’s World”.



    

Portada de aquel single



Nos manifestó que lo había oído una vez y le había encantado, aparte de la desgarradora voz del autor, el especial retumbo que emitía. A petición suya se lo pusimos unas diez veces seguidas.
Averiguado el instrumento que emitía el sonido, nada común, que repiqueteaba como dominante, nos emplazó a que lo adivináramos. A un tiempo le respondimos que se originaba por el bajo de una guitarra eléctrica. Para nada; procedía, a juzgar por él, del violín. En vez de tocar con el arco y la cinta la cuerda de sonoridad más grave
(o "baja"), la sol2,
eran dos dedos los que pellizcaban las cuerdas estirándolas hacia arriba para dejarlas caer mientras que los de la otra mano marcaban los compases con arreglo a la partitura. Esa mañana, de la boca de “Tele” aprendimos un huevo.












6 de octubre de 2010
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