Traemos a nuestra sección CATA DE LIBROS la obra "Esto tiene un reportaje", del periodista tarifeño Ildefonso Sena
La obra fué presentada ayer en Algeciras y esta mañana nos hemos puesto en contacto con el autor que amablemente nos ha remitido el tercer y último capítulo de su libro para esta "cata".
El libro puede encontrarse ya en la librería "El Libro Técnico" de Algeciras y próximamente en El Corte Inglés.
Además , acompañamos esta entrada con una reseña que su compañero periodista, Estanislao Ramírez, publica en la revista Apunta Guia de este mes de Enero.
Esperamos que lo disfruten.
III
El submarino Tireless
Alarma radiactiva
en Acerinox
IIIEl submarino Tireless
Alarma radiactiva
en Acerinox
El submarino Tireless
Alarma radiactiva
en Acerinox
J
osé Juan Trelles reunió al equipo directivo y no se anduvo
por las ramas anunciando su marcha de nuevo a Cádiz. La
dirección de un periódico no era algo que le entusiasmara,
estaba hecho de carne de reportero, no de ejecutivo. En realidad,
durante todo su mandato ejerció bastante más de lo segundo que
de lo primero. Por mucho que se rebusque, no sería posible en-
contrar un caso similar al suyo, el de un director de periódico que
escribiera tanto. Para Trelles no existía límite: cuando había que
aumentar páginas de planillo porque hacían falta dos más, de las
otras dos se encargaba él (recuérdese que los incrementos han de
ser múltiplos de cuatro). Los redactores jefes o jefes de sección ya
ni preguntaban qué pasaría con las páginas para las que no había
contenido: “Dejádmelas a mí”, decía Trelles que, como por arte de
magia, siempre encontraba la forma de rescatar algún tema del
congelador.
Jorge Bermúdez fue su sustituto. El guadiareño volvía a su
tierra, en la que empezó como redactor en la delegación de El o-
ticiero pero esta vez para llevar las riendas de un periódico de la
misma empresa. En realidad, ese destino estaba pactado desde un
año antes, cuando su amigo Juan Lobón fue nuevamente contra-
tado para Comarca Sur. Y la primera medida que tomó fue la de
nombrar a este redactor jefe. Su mano derecha.
Cada maestrillo tiene su librillo, dice un viejo refrán. Y
cada director de periódico tiene su propio método, su forma de
ver las cosas, su estilo. El de Bermúdez no era ni mejor ni peor
que el de sus antecesores, simplemente distinto y opiniones sobre
cada uno de los tres directores que ocuparon el despacho de Co-
marca Sur había para todos los gustos. Fuera como fuere, lo cierto
es que comenzaba una nueva etapa en la vida del periódico, que
cumplía su décimo aniversario.
La jefatura de redacción de Juan Lobón se unía a las ya os-
tentadas por José Luís Molina y Martín Zambrano, así que era ne-
cesario reordenar responsabilidades. El primero se encargaría de
la edición y cierre, con competencias en el visado de páginas. Una
tarea que Arniches llevó a cabo con mano férrea, lo que le gran-
jeaba no pocas discusiones con los redactores y, a veces, con los
otros dos redactores jefes. Eran grandiosas las peleas de gallos
entre Lobón Arniches y Miguelito Gómez, a veces de tono grueso.
El redactor se empeñaba en discutir con su jefe, que no perdía la
compostura pero tampoco se bajaba del burro, por ejemplo, en la
redacción de un titular. La parsimonia de Arniches cabreaba aún
más a Gómez, que replicaba, el otro se negaba y así hasta que el
redactor no tenía más remedio que darse por vencido.
Hasta el nombramiento de Arniches para el cierre, estos se
hacían rotativos entre el resto de redactores jefes y jefes de sec-
ción. El encargado del cierre de edición es el último que se va,
como su propio nombre indica. No pica billetes hasta que en
Cádiz le han asegurado que están todas las planchas en rotativa.
Una curiosidad del nuevo responsable de cerrar: cuando todas las
páginas estaban enviadas, Arniches, que no fumaba, se acercaba
a algunos de los pocos que aún permanecían en la redacción que
sí lo hacían –Alonso Mena era uno de ellos– y le pedía un ciga-
rro. Era el único que quemaba en el día, salvo rarísimas excep-
ciones.
Llevaba Lobón Arniches poco tiempo en el cargo cuando
vivió una historia rocambolesca. Tan estrambótica que faltó medio
suspiro para que Comarca Sur hiciera el más espantoso de los ri-
dículos. Por fortuna, se saldó con un final más que feliz:
Ramón Greles, redactor de Comarca con buenos contactos
en el mundillo de los sucesos, llegó un mediodía la redacción y se
encaminó directamente al despacho del director.
–Pepe Vallecillo está en la UCI del Punta Europa muy
grave. Me ha dicho el subdirector médico que de esta noche no
pasa.
–Coño, ¿Cómo es eso? Si Pepe estaba bien. Hace dos o tres
semanas que no viene por aquí, pero yo no sabía que estuviera
tan mal.
La pregunta del director no halla respuesta de Greles, que se
encoge de hombros y añade que va a intentar enterarse de más.
Bermúdez llama a Lobón Arniches y le cuenta la mala nueva. Le
dice que hay que preparar seis páginas especiales por si Pepe se
muere.
Como ya describimos en páginas anteriores, Vallecillo, ex
corresponsal de ABC, secretario de juzgado durante muchos años
en Algeciras, colabora con el periódico desde que se fundara en
1989 con artículos semanales o esporádicos. Es un periodista de
vieja escuela y persona muy culta que escribe con gusto, algo ba-
rroco y conceptista en su estilo, pero con la clarividencia y el rigor
que dan a sus escritos una combinación justa de densidad y ame-
nidad. Junto a Antonio Rízquez, Paco Prieto y Rafael Montoya
forma lo que parte de la redacción llama la vieja guardia y otra
parte más joven y descarada llama el Inserso del Comarca.
Pepe es querido por todos, aunque los redactores jefes salen
a amago de infarto dominical cada vez que Pepe tiene una página
reservada y son las nueve de la noche y aún no ha llegado para es-
cribirla. Pero esto se olvida cuando el redactor jefe recibe la no-
ticia y el encargo. Arniches coge el teléfono y empieza a llamar a
periodistas y amigos del moribundo:
–Trelles, Pepe Vallecillo se está muriendo. Sí, la verdad es
que nos ha sorprendido a todos, pero es así. Está en la UCI y dicen
que esta noche no la pasa. ¿Tú puedes escribir algo sobre él?
Vamos a dar seis páginas especiales. Cuento con ello. Se lo envías
a Palma, para que ella te componga la página. Un abrazo.
La misma solicitud, siempre aceptada, reciben Paco Prieto,
otro veterano del periodismo del Campo de Gibraltar, que escri-
birá la biografía del periodista amigo; el catedrático Alberto Pérez
de Vargas; y el ex alcalde de Algeciras, Juan Antonio Palacios,
contertuliano de Vallecillo en una emisora de radio de Algeciras.
Con otro artículo del director del periódico, la crónica de Ramón
Greles, una página gráfica y la correspondiente esquela encargada
por todos los compañeros del periódico, se dibujó lo que sería el
especial por la muerte del amigo. El redactor jefe de edición y
cierre habla con José Luis Mota y le dice que vaya buscando fotos
de archivo de Pepe para ilustrar el cuadernillo.
APepe siempre se le ha visto como un hombre de salud frá-
gil. Muy delgado, con la tez pálida y las huellas de la nicotina en
sus dedos, no puede ocultar que ha sido un gran fumador toda su
vida. En los últimos tiempos le cuesta trabajo subir y bajar del
barrio de San Isidro, donde vive. Le cansa mucho andar por las
cuestas y por eso coge un taxi o algún compañero lo lleva en
coche de vuelta a su casa cuando ambos rematan sus faenas pe-
riodísticas del día. Por eso, la noticia de su muerte inminente sor-
prende a periodistas, administrativos, ordenanzas o publicistas de
Comarca Sur, pero no resulta extraña o descabellada.
Llega la tarde y las preguntas de quienes se van enterando
se dirigen siempre a Ramón Greles:
– ¿Cómo está Pepe? ¿No hay ninguna esperanza?
–Parece que no. Tiene los pulmones fatal, encharcados. Mis
fuentes me dicen que ya no se puede hacer nada.
La tristeza en la redacción se extiende. Las maquetadoras
que llegan a las cinco se incorporan al desconcierto inicial y a la
resignación posterior de todo el que recibe la información sin es-
perarla. Pasan las horas, van llegando los textos de los colabora-
dores y el cuadernillo va tomando forma: La información del
suceso, la biografía, las loas al compañero, amigo o colega, y unas
cuantas fotos de Pepe en sus últimos años. Un escueto Muere
Pepe Vallecillo abre la primera página. Ya están todos los artícu-
los encajados. Ahora sólo falta esperar que se confirme que Pepe
ha muerto.
Llega la hora de hacer la portada del periódico. El director
llama a los redactores jefes y jefes de sección a su despacho.
– ¿Cómo está Pepe?
–Está vivo aún. Ramón acaba de hablar con el subdirector
del hospital e insiste en que no pasa de la noche.
Cada redactor jefe y jefes de sección van cantando los temas
más importantes del día y luego empiezan las deliberaciones. La
muerte de Pepe irá arriba a una columna, con una foto suya de
primer plano. El director empieza a escribirla y cuando termina
llama a Arniches.
–Quillo, yo me voy. Te dejo lo de Pepe Vallecillo. Hay que
esperar. No podemos arriesgarnos. Si acaso dile a Ramón que te
dé el teléfono del tío del hospital y tú ya cierras la información y
la llamada en portada. En todo caso, me llamas y me dices a qué
hora va ser el entierro. Mañana nos vemos en el tanatorio.
El redactor jefe de edición y cierre recibe el encargo del
hospital con un poco de resquemor. Va en su sueldo estar siempre
al loro por si hay que meter alguna noticia de última hora y cam-
biar páginas, portadas o lo que haga falta. Pero llamar a un hos-
pital para ver si un amigo cercano ha muerto excede lo
profesional. Pensando en todo esto, en lo que de carroñero tiene
el oficio, Arniches se acerca a la mesa de los fotógrafos. Son más
de las diez de la noche y allí está Andrés Velasco, que hace el
turno de cierre, descargando las fotos de un partido de fútbol que
acaba de finalizar.
–Quillo Andrés, ¿sabes lo de Pepe Vallecillo?
–No, ¿qué pasa?
–Que se está muriendo en el hospital. Por lo visto no pasa
de esta noche.
–Joder, pues no me he enterado. Yo conozco a sus hijos,
sobre todo al que es policía local, que es amigo mío. Hoy no lo he
visto pero hace dos o tres días lo vi y no me dijo nada.
– ¿Por qué no lo llamas? Hemos hecho seis páginas sobre
Pepe. Ramón Greles ha llevado la información, pero ya se ha ido
y me he quedado encargado de cerrar la información.
Andrés saca el teléfono móvil y el redactor jefe vuelve a su
mesa para seguir con sus cábalas sobre lo efímero de la vida y las
mentiras de su trabajo. No pasan dos minutos cuando el fotógrafo
se le acerca y le espeta:
–Quillo, Juan, que Pepe Vallecillo no se muere, que está tan
tranquilo en su casa.
–¿¿Quééééé??
–Que Pepe no se muere. Estuvo hace dos semanas en el hos-
pital, pero le dieron el alta y ahora está en su casa, cenando tan
tranquilo. Me lo ha dicho su hijo.
–Coño me alegro, menos mal.
La reacción de alivio del Lobón-persona dio paso a otra, la
del periodista:
– ¿Y quién cojones se está muriendo entonces?
La respuesta la da al día siguiente Ramón Greles: el subdi-
rector médico del hospital jura y perjura que en la UCI había, por-
que murió de madrugada, un hombre de unos setenta años que se
llamaba José Vallecillo. Al verlo el día antes en los informes creyó
que era nuestro Pepe y avisó a su contacto en el periódico. El pe-
riodista le creyó y puso en marcha el mecanismo habitual de una
redacción. El resultado fueron seis páginas en tono hagiográfico
sobre un hombre que se las merecía pero para las que todavía no
había llegado el momento.
Pocos días después Pepe se enteró de lo sucedido y soltó
una tremenda carcajada. Incluso pidió que le enseñaran el cua-
dernillo, para ver qué decíamos de él. Risa colectiva sobre algo
que en una anécdota divertida que, sin embargo, tiene su moraleja
que vale para todo el mundo, pero que el periodista debe tener
mucho más presente: o te fíes ni de tu padre y no dejes que te
cuenten las cosas, ve a verlas tú mismo en la medida de lo posi-
ble, sentenció Lobón Arniches.
No te fíes ni de tu padre, en efecto, dicen que sostuvo Sa-
lomón ante su propio hijo. Podemos añadir otra recomendación
que cualquier asesor de comunicación que se precie haría a aquél
para quien trabaja. Pero en 1998 la empresa Acerinox, una facto-
ría de producción de aceros radicada en Los Barrios, no tenía en-
tonces quien le asesorara. Ni siquiera sabemos si lo tiene ahora,
pero ese no es el caso.
En la tarde del jueves 10 de junio de ese año, llega una fil-
tración sobre una posible alerta radiactiva en la factoría. No es
posible confirmar un hecho de tal calado, un suceso que había que
manejar con cierto cuidado ya que se trata de una de esas noti-
cias que provocan la lógica alarma entre la población.
Las primeras pesquisas dan como resultado esa frase tan
ambigua de que “algo hay”, pero los encargados de elaborar la
historia no logran confirmar nada. Un sindicalista de la fábrica ni
lo asegura ni lo desmiente. Pasan las horas y nadie sabe nada. Ni
la Junta de Andalucía, ni el Ayuntamiento de Los Barrios…
Nadie.
Sobre las ocho de la tarde, a Alonso Mena se le ocurre una
idea: va a salir con dirección a Acerinox, se apostará en la puerta
y tratará de pillar algún movimiento sospechoso.
Tras hora y media de espera en el interior del coche, que
aparcó a la entrada de la fábrica, el jefe de sección está a punto de
marcharse cuando ve acercarse una furgoneta blanca con el logo-
tipo y las siglas del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), que ac-
cede al recinto de la metalúrgica. Blanco y en botella, se dice el
periodista, así que toma las de Villadiego y vuelve a la redacción.
Con ese dato y la fiabilidad de la fuente que dio el macutazo, se
decide publicar una pequeña información en portada con el si-
guiente titular: Acerinox, en alerta al dispararse los sensores
de radiactividad. Y apenas treinta líneas de texto fechando los
hechos “ayer”, es decir, el mismo viernes. No daba para más. Sin
llamada a páginas interiores.
Al día siguiente, sábado, nadie niega la noticia. En Acerinox
callan. El Ayuntamiento, cogiendo moscas, la Subdelegación del
Gobierno de la Junta, tres cuartos de lo mismo. Pero el Gobierno
central tiene claro que no se puede seguir ocultando los hechos y
hace público un informe del Consejo de Seguridad Nuclear, cuyos
técnicos se encuentran descontaminando una zona de la factoría
desde el día 5 de junio, que fue realmente cuando se dispararon las
alarmas. La furgoneta que Mena vio entrar en la fábrica de acero
era de ellos.
La primera información facilitada y publicada por todos los
medios era, aún así, incompleta. La política de ocultismo de Ace-
rinox empezaba a poner nerviosos no sólo a la población cercana,
sino a los propios poderes públicos. El Gobierno andaluz dejó pa-
tente su malestar y protesta, el alcalde de Los Barrios tuvo que
acudir a la fábrica para disponer de información de primera mano
y los ecologistas ya estaban en pie de guerra.
El incidente radiactivo de Acerinox fue detectado en varios
países europeos, fundamentalmente en Francia, cuyo Gobierno
fue quien dio la voz de alarma. Poco a poco se fueron sabiendo
detalles, como que el origen estuvo en el procesado de chatarra
con algún componente radiactivo. El arco detector no había funcionado, con lo que dicho componente no fue detectado durante
el proceso. Y se produjo el escape.
El incidente de Acerinox dio mucho que hablar y que es-
cribir. Años más tarde, aún se seguía generando información con
la chatarra contaminada que permanecía almacenada en uno de
los patios sin que se encontrara lugar a donde llevarla.
Pero desde el punto de vista informativo, una cosa quedó
clara: si en tu empresa ocurre algo negativo, adelántate en con-
tarlo. No lo ocultes, tarde o temprano la opinión pública acaba sa-
biéndolo. Yentonces quedarás a la altura de una alpargata, o algo
aún bastante peor.
Comarca Sur se enfrentaba a su enésima Semana Santa.
Aunque parezca exagerado, para un periódico de provincias el
verbo enfrentarse a es el más adecuado para estos fines, pues no
es fácil elaborar información completa de tan compleja fiesta re-
ligiosa que deje satisfechos a los capillitas. Se había optado por
no dar crónicas de aquellas procesiones que salieran demasiado
tarde (algunas duran hasta la madrugada, cuando los periódicos
están ya saliendo de las rotativas), pues en la mayoría de las oca-
siones se contaba lo que se suponía que iba a ocurrir. Y eso con-
lleva sus riesgos. Así que, después de relatar por escrito el año
anterior que la procesión del Nazareno de Algeciras salió a tal
hora entre miles de fieles, con los penitentes vistiendo túnicas y
capirotes de tal y cual color, recorriendo sin novedad el itinerario
previsto para volver a su tempo sobre las dos de la madrugada,
quienes no hubieran visto la estación penitencial al completo cre-
erían al dedillo lo leído. Incluso alabarían la fe cristiana y la de-
licadeza de formas en su sintaxis, el dominio de la jerga cofradiera
del autor de la crónica. Pero los otros, los que sí la vieron, los pro-
pios nazarenos, los miembros de la cofradía, con toda seguridad
se estaban descojonando de la risa. Porque resultó que, cuando la
procesión apenas había recorrido una cuarta parte del itinerario,
empezó a llover. Primero, de forma tenue. Mollineando, como
dicen en Murcia, para dispararse un nuevo diluvio universal
cuando los afligidos cofrades se ahogaban en la bulla para poner
a buen recaudo, dentro del templo, a la venerada imagen del titu-
lar de la cofradía.
De manera que nada. Sólo se cuentan las procesiones cuyo
final se pueda constatar. Como la de La Borriquita, que sale a las
cinco de la tarde y se encierra a una hora más que prudencial,
cuando a los redactores les queda todavía mucho tiempo por de-
lante para picar billetes. El resto, previsiones de su recorrido, no-
vedades en los enseres, datos históricos de la cofradía y witis
similares. Punto pelota.
Era sábado anterior al Domingo de Ramos y Comarca Sur
tenía previsto, como otros años, sacar un suplemento especial de
16 páginas dedicado a la Semana Santa en la Comarca. El encar-
gado de hacerlo era el redactor de la delegación de La Línea José
Manuel Márquez, capillita por excelencia, rociero, católico prac-
ticante. O sea, la persona con el perfil adecuado. No era cuestión
de encomendar esa tarea a cualquiera de los numerosos ateos y
apóstatas de la redacción central.
Jorge Bermúdez llegó a la sede del Comarca sobre las ocho
de la tarde. Tras recibir las novedades y acomodarse en su despa-
cho para empezar la faena, preguntó por el suplemento de Semana
Santa. “Eso Josele, supongo que lo tendrá enjaretado”, le dijo
Martín Zambrano. “Pues llámalo, a ver cómo lo lleva”, sugirió el
director.
Dos minutos más tarde, Martín entraba en el despacho de
Bermúdez con la cara descompuesta:
–Dice Josele que sólo tiene dos páginas hechas y que le cos-
tará mucho acabarlo.
El director se quedó mirando fijamente a su redactor jefe. Si
no conociera a Martín, pensaría que le estaba gastando una broma.
A Alonso Mena le gustaba dar esos sustos, pero Zambrano era
bastante más serio. Ymontó en cólera. Si su reacción hubiera sido
reproducida en audio por radio o televisión, habría quedado oculta
casi al completo por esos característicos pitidos con los que se
trata de evitar las palabras malsonantes.
Pilló el teléfono y llamó a José Manuel Márquez. Por for-
tuna para el redactor linense, entre su despacho y el del director
mediaban unos 20 kilómetros. Y el primero no tenía ganas, aun-
que barajó la posibilidad, de coger el coche y acercarse a La
Línea.
Diez minutos más tarde, media docena de periodistas entre
redactores jefes, jefes de sección, gente de Comarca, Local e in-
cluso de Deportes, estaban enfrascados en elaborar el suplemento
de Semana Santa que, sí o sí, tenía que salir publicado al día si-
guiente.
José Manuel Márquez era todo un personaje. Si hubiera que
contar en este relato todas y cada una de las anécdotas en las que
se vio envuelto durante su permanencia en Comarca Sur, posi-
blemente sería necesario el doble de páginas. Lógicamente, no
todas fueron de la misma gravedad de la que se cita, pues la ma-
yoría resultaban enormemente graciosas. Porque, todo sea dicho,
el puñetero Josele tenía gracia.
En una ocasión, su redactor jefe lo envió a cubrir un con-
cierto de marchas sacras que se ofrecía en un teatro linense pró-
xima la Semana Santa. Con tan mala suerte para el redactor que,
a la misma hora, TVE retransmitía el clásico Real Madrid–F.C.
Barcelona. A Josele, balono de pro, le gustaba más el fútbol que
a un tonto una gorra de cuadros, dicho sea con todo respeto para
evitar susceptibilidades. Es un dicho popular, y como tal lo em-
pleamos. Así que se fue a cubrir el acontecimiento musical y,
cuando se apagaron las luces, más de la mitad de la concurrencia
se fijó en un resplandor que provenía de una de las butacas del
fondo. Era Josele, que se había llevado a la sala un televisor por-
table y estaba viendo el partido al mismo tiempo que tomaba notas
sobre el concierto. Eso es lo que se llama, realmente, estar en misa
y repicando. Nunca mejor dicho.
La muerte del rey Hassán II de Marruecos en el verano de
1999 fue una de las noticias mundiales con una repercusión social
y política de enorme calado en la crónica periodística internacio-
nal. El anuncio del fallecimiento del monarca alauí se produjo el
23 de julio por la tarde cuando la Agencia Efe se adelantaba a con-
tar la noticia en España. La recepción de los canales de televisión
y radio españoles en el norte de Marruecos permitió a los marro-
quíes que viven en esta zona del país conocer la noticia antes que
en el resto de sus convecinos.
En este punto, aprovechamos para dar un palito a esos pe-
riodistas-estrellas a los que hemos visto emplear el término alauí
o alauita de manera totalmente incorrecta. Que se equivoque un
papafrita es grave, pero que lo haga alguien al que se le supone
gran preparación para llegar a donde ha llegado canta mucho.
Hemos asistido a informaciones de estas estrellas calificando de
alauitas las aguas marroquíes, con ocasión de negociaciones pes-
queras, sucesos de inmigrantes u otros. También, referirse al go-
bierno del vecino país como el Gobierno alauí y, en definitiva,
usar el término alauí como sinónimo de todo lo que huela a ma-
rroquí. Es como si en España llamáramos al Ejecutivo que preside
Zapatero “el gobierno borbónico”, o las aguas borbónicas, la eco-
nomía borbónica… Porque, lo mismo que Borbón alude a la di-
nastía real de Juan Carlos I, alauí o alauita es la del monarca
marroquí y, por tanto, sólo es aplicable a él y su familia.
Pero vayamos al grano: la muerte de Hassan II de Marrue-
cos no era una información cualquiera. En el tranquilo verano del
99, la noticia se producía un viernes por la tarde cuando en las re-
dacciones de los medios de comunicación media plantilla estaba
de vacaciones.
Una vez que se confirmó la muerte del Rey por la Casa Real
de Marruecos en la noche del viernes, cuando el heredero Moha-
med VI se dirigía a la nación mediante la televisión y radio pú-
blica del vecino país, los medios de comunicación nacionales y
extranjeros ya estaban inmersos en planificar la cobertura de las
exequias. Los corresponsales españoles en Marruecos se encon-
traban desbordados de trabajo y se veía venir todo un desembarco
de decenas de periodistas españoles y extranjeros. Uno de ellos
fue Alonso Mena, junto al fotógrafo José Luis Mota.
–Mena, he hablado con Cádiz y te vas a Rabat para cubrir
el entierro de Hassan II para todo el grupo. Mota va contigo. Dile
a Carlitos que lo prepare todo y mañana salís pitando.
El director había convencido al director general del Grupo
para que los enviados especiales que decidieron mandar fuera
gente de Comarca Sur. El grupo editorial había crecido sustan-
cialmente pues, a los tres periódicos iniciales se habían unido el
oticiero de Sevilla y Diario de Huelva. De todos ellos, Comarca
Sur era el que mayor atención prestaba a la información generada
por Marruecos. En su redacción, la persona más adecuada era
Alonso Mena, que se había pateado el vecino país en varias oca-
siones no sólo por interés informativo, sino de la mano de los con-
gresos de periodistas del Estrecho que organizaba la Asociación
de la Prensa. Por todo ello, tenía varios contactos entre los cole-
gas marroquíes que le podrían facilitar el trabajo.
Carlitos Fernández, de administración, se encargó esa tarde
de preparar el viaje: billetes de barco hasta Tánger, de avión desde
esta ciudad hasta Rabat y el hotel. El alojamiento tuvo que ser en
Casablanca pues en la capital del reino norteafricano no quedaba
una sola plaza libre: tal era la invasión de jefes de estado mun-
diales, séquitos y periodistas, que el Gobierno marroquí había in-
tervenido casi todas las plazas hoteleras.
Cuando de medios de transportes se trataba, a Alonso Mena
le encantaban los barcos. Disfrutaba en un barco más que un co-
chino en una charca. Esta circunstancia produjo cierto mosqueo
en el fotógrafo José Luis Mota, a punto de marearse durante la
travesía del Estrecho rumbo a Tánger. Al contrario que su com-
pañero, el periodista sanroqueño le tenía cierto yuyu a viajar en
cualquier cosa flotante. Él era de tierra adentro, aunque el mar le
quedara relativamente cerca.
Luego cambiarían las tornas –nunca llueve a gusto de
todos– pues el viaje hasta Rabat era en avión. Mejor dicho, en un
avioncito. Ysi había algo que le pusiera la piel de gallina a Alonso
Mena era volar. Ya en el proceso de embarque se le iba poniendo
la cara blanca. Cuando se subía al avión comenzaba a sudar y, una
vez a diez mil metros sobre tierra firme –o sobre el agua, le daba
lo mismo– el reportero tenía tal acojonamiento que las azafatas lo
notaban y se afanaban en ofrecerle algún tranquilizante.
Yahí fue cuando llegó la venganza de Mota, que se mofaba
de su compañero.
–No pasa nada, tranquilo, si este es el medio de transporte
más seguro –decía el fotógrafo a su compañero tratando de tran-
quilizarlo.
–Seguro… Imagina que a un barco se le van los motores en
plena travesía. Pues si todo funciona como debe ser, no pasa nada.
En cambio, si a este cacharro se le jode ahora el calderín del
aceite, o cualquier tontería y nos desplomamos, aquí no se escapa
nadie. Esa es la diferencia –sentenció Mena con la cara descom-
puesta.
Mientras volaban a Rabat, Mena anotó algunos detalles de
lo que habían visto en Tánger. Le llamó mucho la atención los
grupos de personas deambulando por las calles gritando, llorando
y haciendo ademanes religiosos por la pérdida de su Rey. A un
occidental le resultaría chocante tales muestras de condolencia,
pero en un país como Marruecos era normal. El Rey en Marrue-
cos no es como el de España, Suecia, Bélgica o Reino Unido. En
estos países el rey no gobierna, en Marruecos sí, conserva el poder
absoluto. Además, en Marruecos el Rey es también el Príncipe
de los Creyentes.
Cuando llegaron a Rabat –Mena desembarcó como un po-
seso y le faltó poco para besar la tierra– ya era de noche. Ahora
había que buscar un taxi para ir a Casablanca, donde estaba re-
servado el hotel. Los dos periodistas tenían más hambre que el
que se perdió en la isla. Y tantas posibilidades de encontrar un
sitio donde comer como las de un caracol en un espejo.
Cien kilómetros separan Rabat de Casablanca. Como de Ta-
rifa a Cádiz, pensó Alonso Mena, mientras subía al destartalado
Mercedes 200D que les llevaba a la ciudad que dio nombre a una
de las mejores películas que haya dado la historia del cine. Al
menos para él. Tanto es así que, cuando llegaron al hotel y tuvie-
ron que acostarse sin probar bocado, trató de consolar a Mota di-
ciéndole: “Bueno, siempre nos quedará París”. Lo que hubieran
dado los dos reporteros por una simple, sencilla y popular tortilla
de papas. Y mientras trataba de conciliar el sueño –había que le-
vantarse temprano para volver a Rabat y cubrir las exequias– cayó
en la cuenta de que no era la primera vez que pasaba hambre en
Marruecos. Que se lo preguntaran si no al mismísimo presidente
de la Asociación de la Prensa, su amigo Estanislao Rodríguez,
que se metía entre pecho y espaldas todas y cada una de las edi-
ciones del Congreso de Periodistas del Estrecho celebrada en Ma-
rruecos.
Aprimeras horas de la mañana, los enviados especiales del
Grupo Molí ya se encontraban en la sede de la Agencia MAP de
Rabat, donde se había habilitado el Centro Internacional de
Prensa. El Gobierno marroquí lo había dispuesto todo para dar
facilidades a los periodistas acreditados y Mena pudo comprobar
que tendría a su disposición un ordenador personal con conexión
a Internet. Escribiría las crónicas en el Word y luego la pasaría al
portátil del periódico, donde estaba instalado el cliente de FTP
para meterla directamente en el servidor en Cádiz. Mota tendría
algo más de trabajo, pues tras tomar las fotos debía buscar un la-
boratorio de revelado, escanearlas, tratarlas con el Photoshop y
enviarlas. Un rollo, comparado con los fotógrafos destacados de
Reuter, UPI o AP que llevaban cámaras digitales conectadas a un
teléfono móvil con Internet o vía satélite. Diez minutos, como
mucho, entre tomar una foto y estar en la redacción del Washing-
ton post, a miles de kilómetros de distancia. A Mota se le caía la
baba contemplando aquél despliegue técnico. Lo suyo era tercer-
mundista, aseguraba. Peor hubiera sido en los tiempos del Edi-
comp, trató de consolarlo infructuosamente Alonso Mena,
recordándole el telefoto.
El plumilla decidió seguir la información previa al funeral
desde el centro. Trasladarse al aeropuerto parecía una locura, pues
las calles estaban ocupadas por decenas de miles de personas y
hacía un calor horrible. En el aeródromo sólo vería llegar el im-
ponente desfile de aviones que trasladaban a los jefes de estado de
casi todas las partes del mundo, algo que estaba contemplando a
través de la televisión marroquí. Desplazarse al Palacio Real,
desde donde partiría la comitiva, también suponía un desgaste in-
necesario para alguien que no tiene que contar nada en directo,
como sus compañeros de la radio o la televisión. Y es que la ce-
remonia había movilizado a más de un millón de personas en las
calles.
Si se apostaba en el Mausoleo Mohammed V, llegando a
tiempo de pillar un sitio adecuado, lo vería todo resumido. Esos
fueron los sabios consejos que le dio su amigo Abdelakim Ya-
mani y los siguió al pie de la letra. Yamani era un reportero ex-
perimentado, residente en Tánger, que había conocido en uno de
los encuentros de periodistas del Estrecho y entre ellos cuajó una
cierta amistad. En 2004, cuando Mena y Mota fueron enviados a
Tánger para escribir un reportaje sobre los detenidos con ocasión
de los atentados del 11 de marzo en Madrid, Yamani también su-
puso una ayuda considerable. Gracias a él, sin ir más lejos, se
pudo conseguir una fotografía del padre de unos de los detenidos
mientras barría la puerta de entrada de la mezquita en la que tra-
bajaba. Y sus primeras declaraciones, que no es poco.
El sol abrasaba. El mausoleo de Mohammed V era un her-
videro en sus dos acepciones: de gente y de calor. Alonso Mena,
que había llegado con mucho tiempo de antelación, consiguió co-
locarse en preferencia. José Luis Mota se movía de un lado para
otro buscando las mejores instantáneas. Cuando llegó la comitiva
el periodista de Comarca Sur flipaba en colores pues, sin duda al-
guna, aquello era una experiencia inédita para un reportero de pro-
vincias, acostumbrado a contar cosas de tipo doméstico. Y es que
ante sus narices, a menos de cuatro metros de distancia, estaban
desfilando personajes de la política mundial que jamás habría so-
ñado con ver en persona y tan cerca: el presidente de los Estados
Unidos, Bill Clinton y su esposa Hillary; el líder palestino, Yaser
Arafat; el primer ministro israelí, Ehud Barak, el presidente ar-
gelino Abdelaziz Bouteflika, el presidente egipcio, Hosni Muba-
rak; el rey jordano, Abdullah; el mandatario francés, Jacques
Chirac, el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi
Annan… Entre tanto dignatario extranjero, la delegación espa-
ñola integrada por el Rey Juan Carlos, la Reina Sofía, el Príncipe
Felipe y el presidente Aznar le pareció algo así como sus vecinos
de enfrente en Tarifa.
Concluida la ceremonia, Mena echó un vistazo al reloj. Te-
niendo en cuenta que en Marruecos son dos horas menos que en
España durante el verano, tenía que ir pensando en volver al Cen-
tro de Prensa para escribir una larga crónica. Y esta vez no sólo
para su periódico, sino para cinco en total. Llamó a Mota para ce-
lebrar un cónclave y programar el trabajo. El fotógrafo no estaba
del todo satisfecho y quería más, así que esperó un poco. Esperó
una hora. Sesenta minutos es una eternidad cuando se trabaja a
destajo y con los jefes presionando, con los teletipos de las agen-
cias llegando a las redacciones antes que tu propia información.
Pasado ese tiempo, el fotógrafo insistía en seguir allí, así
que Mena decidió volver sólo, andando por una ciudad que des-
conocía, al Centro de Prensa. Invirtió otra hora en llegar, ocupó
uno de los ordenadores y se puso a escribir lo que había visto.
Sesenta minutos más tarde llegó José Luis Mota. Ahora
había que revelar los negativos, positivar varias fotos con el es-
cáner y pasarlas a Cádiz por FTP. Mena le pidió unos minutos, lo
que tardaría en enviar sus textos, y acompañó al fotógrafo a una
tienda de fotografía con minilab que ya habían visto por la ma-
ñana. El panorama resultó desolador: como se dice por estos
pagos, aquello estaba hasta las trancas pues Mota no era, ni mucho
menos, el único fotógrafo de prensa que necesitaba de sus servi-
cios. Había que ponerse en cola y eso significaba varias cosas: la
primera y principal, que las fotos podían llegar a Cádiz pasada la
una de la madrugada; la segunda, que ambos volverían al hotel de
Casablanca no antes de las cuatro. Eso, con suerte.
De pronto, Mota tuvo que recibir una revelación divina por-
que, dirigiéndose a uno de los encargados de la tienda, le preguntó
cuánto costaba el revelado.
–Cincuenta dírhams –dijo el dependiente, pero te tienes que
poner en cola.
– ¿Y si te doy el triple? –propuso el periodista gráfico. El
marroquí ni siquiera dudó.
–Entonces me das los carretes y te pongo el primero.
Media hora más tarde, Mota estaba escaneando los negati-
vos en el Centro de Prensa, mientras su compañero hacía acopio
de víveres en una tienda cercana. El hombre es el único animal
que cae dos veces en la misma trampa, pero Mena no estaba dis-
puesto a protagonizar personalmente esa vieja sentencia.
El 18 de mayo de 2000 la redacción de Comarca Sur se en-
contraba relajada. Estaba siendo una jornada aceptable, sin gran-
des sobresaltos y la información generada no era como para tirar
cohetes. Cosas de andar por casa.
Pero no hay mal que cien años dure, dice el refranero que,
añade, cuando menos se espera salta la liebre. Alonso Mena había
confirmado muchas veces este último dicho en verdadera acep-
ción durante sus innumerables ratos de cacería. Inolvidables lan-
ces cinegéticos en compañía de su fiel podenca andaluza Kora y
el macho de la misma raza Chico. Dos perros por los que el sub-
delegado del Gobierno, Rafael España, cazador empedernido, hu-
biera dado lo que fuera.
Esta vez, la liebre no saltó en el campo sino en la pantalla
del ordenata. El jefe de sección estaba repasando teletipos y te-
cleó la palabra clave “Gibraltar”. Ante sus ojos apareció el si-
guiente cable de la Agencia Reuters: Un submarino nuclear
británico averiado se dirige a Gibraltar. Eran las diez de la
noche. Las noticias gordas casi siempre se producen –o te enteras
de ellas– a partir de las diez de la noche, para jodienda de quie-
nes deben difundirlas.
Pegó un salto y se dirigió al despacho de Jorge Bermúdez.
–Jefe, un submarino nuclear británico navega averiado
rumbo a Gibraltar. Ya se lió.
El director dio un brinco en su sillón. Se levantó como para
salir pitando sin saber a dónde, pero se sentó con la misma rapi-
dez dispuesto a leer el teletipo que le indicaba Mena. Luego salió
del despacho y ordenó zafarrancho de combate. Había que pres-
tar toda la atención del mundo a esa noticia, así que todo el per-
sonal disponible, excepto Deportes, tendría que sumarse al trabajo
que coordinaría Alonso Mena.
Lo primero que había que buscar era una fotografía y datos
del sumergible. Se trataba del HMS Tireless (S88), un submarino
nuclear británico de la clase Trafalgar, y el segundo buque de la
Marina Real Británica en llevar ese nombre. Fue botado en marzo
de 1984, “amadrinado” por Sue Squires, esposa del almirante
“Tubby” Squires, y comisionado en octubre de 1985. Durante los
siguientes seis años, el Tireless completó numerosos ejercicios y
realizó múltiples visitas a puertos de todo el mundo, incluyendo
un viaje al Ártico en 1991. A principios de 1996 fue sometido a
una revisión completa, y no volvió al servicio hasta 1999. Esos
datos los pilló Alonso Mena de la página web de la Royal avy –
la Armada británica– donde, para su fortuna y albricias del direc-
tor, también encontró una hermosa fotografía en alta resolución
del dichoso submarino navegando. Esa iría en portada, mientras
que en páginas interiores la noticia se ilustraría con fotos de ar-
chivo del puerto de Gibraltar.
El jefe de sección, que para entonces ya era un incondicio-
nal de Internet, valoró más que nunca la potente herramienta de
la que disponían. Yse acordó de cuando escribía las noticias para
El oticiero de Cádiz en una máquina de escribir, revelaba las
fotos en el cuarto de baño de su casa, donde montaba el laborato-
rio, lo metía todo en un sobre, y mandaba a su hija Marina a que
lo llevara a la oficina de Transportes Generales Comes. Internet
y los teléfonos móviles quedaban aún muy lejos.
Al día siguiente, Comarca Sur publicó amplia información
sobre la llegada del submarino: datos disponibles de la avería, co-
municado del Gobierno, reacciones de ecologistas y políticos de
la comarca… Fue la noticia de la jornada. Yde la semana. Incluso
del año pues, mientras en los primeros momentos todo el mundo
aseguraba que el Tireless iba a estar, como mucho, un par de días
en Gibraltar, lo cierto es que estuvo 365. Un año costó reparar la
avería en el sistema de refrigeración del reactor nuclear, para aco-
jonancia de quienes no les gusta un ápice vivir al lado de un arti-
lugio nuclear. Y en este caso, el término al lado alude a un radio
de 100 km con centro en el Peñón.
En un periódico no puedes bajar la guardia si quieres evitar
que la competencia te meta goles. Y en ese tiempo, a Comarca
Sur le había salido un grano que se unía al diario Zona. Si bien
este último era poco goleador –a veces se dejaba caer con una pri-
micia sobre Gibraltar que se escapaba al Comarca– el nuevo pe-
riódico Información sí había destacado por colarle más de uno.
Eso cabreaba hasta la saciedad al director. Bermúdez montaba en
cólera cada vez que la competencia sorprendía con algo impor-
tante que su periódico había obviado por desconocimiento. O por
falta de celo. Entre otras medidas, ordenó a los redactores jefes y
jefes de sección que repasaran de vez en cuando los teletipos. Y
que lo hicieran SIEMPRE antes de cerrar cada una de las seccio-
nes y marcharse. El jefe de cierre se encargaría de seguir mirando
hasta apagar el sistema y picar billetes. Sobre esta circunstancia,
hay una anécdota que pone de manifiesto las ventajas de estar al
loro permanentemente. Y, también, de contar con personas cola-
boradoras hasta en el mismísimo infierno:
La sección de Comarca estaba a punto del cierre, con tan
sólo un par de páginas casi listas y el resto enviadas. Alonso Mena
esperaba la maqueta de portada para ponerse a ello y se puso a
repasar teletipos, como era costumbre, a fin de prevenir que al-
guna noticia de última hora se le escapara. En el buscador del
ews primero tecleó “San Roque”. Nada. Luego hizo lo propio
con “Tarifa” y tampoco aparecían teletipos con ese criterio de bús-
queda. Siguió con el resto de los pueblos de su competencia, in-
cluidos Ceuta y Gibraltar. De la ciudad norteafricana salían un
par de notas que ya estaban editadas, como la de aquél vecino que
se topó de bruces con un león mientras paseaba por la calle. No
así del Peñón que igualmente estaba tieso en el plano informa-
tivo. Finalmente, aunque no afectaba a la sección, tecleó Algeci-
ras. Nada que no supiera. Para acabar, puso La Línea. Y apareció
en pantalla el siguiente titular de la Agencia Colpisa:
Un español residente en París mata a sus dos hijos y se
suicida
En un principio, Mena se preguntó qué demonios tendría
que ver esa noticia, de bastante calado, con La Línea. Más de una
vez le había ocurrido que, tras buscar teletipos con la palabra
clave de su pueblo, le habían salido media docena de ellos en los
que figuraban frases como “tarifa de precios”, o algo relacionado
con el entrenador del Atlético de Bilbao Luís Fernández, de quien
se recordaba es de Tarifa. Y, claro, ninguna de estas noticias le
servía. Para despejar sus dudas, abrió el teletipo y siguió leyendo.
03/07/2002 Colpisa
Juan Carlos Alcántara Bautista, nacido hace 30 años en
Albacete y residente en París, mató en el día de ayer de un dis-
paro en la cabeza a sus dos hijos, de once y ocho años de edad,
y después acabó también con su vida. El abandono del domicilio
conyugal hace ahora un mes por la esposa, parece ser el deto-
nante de este drama familiar que conmocionó la tranquila vida de
Gennevilliers, una localidad de la periferia de la capital fran-
cesa. Juan Carlos Alcántara trabajaba como jefe de manteni-
miento y limpieza en una cadena de grandes almacenes de
bricolaje. Vivía en la urbanización del Commandant Lerminier,
un conjunto de 295 viviendas en la que era muy conocido y nunca
había presentado problemas. Antes, había vivido durante unos
años en la ciudad gaditana de La Línea de la Concepción. Hace
aproximadamente un mes el matrimonio se separó y los dos hijos,
que todavía el lunes jugaban en el patio, quedaron al cuidado de
una vecina durante el horario laboral del padre. Según testimo-
nios recogidos en el vecindario, Alcántara encajó mal la ruptura
matrimonial. Presentaba síntomas de abatimiento y los vecinos
trataron de sacarlo de casa o llevarlo al cine con la intención de
que se aireara. «Era gente amable y tranquila», afirmó un ve-
cino. «o hay que llamarlo loco porque no se sabe lo que pasa
por la cabeza», observaba otro.
La noticia sobresaltó a Mena. Era importante, pero la única
vinculación con el Campo de Gibraltar era que el parricida “había
vivido un año en la ciudad gaditana de La Línea de la Concep-
ción”. Con ese ingrediente y con las páginas de La Línea ya aca-
badas y enviadas, lo único que cabría era levantar una de ellas y
hacer referencia al suceso en un breve pero, con toda probabili-
dad, los de Cádiz la habrían metido en Sucesos o Internacional.
Así que se lo comentó a Arniches. El redactor jefe de edición y
cierre dudó unos instantes. En realidad, levantar una página para
meter un breve de algo que seguramente iría en Internacional no
merecía la pena. Cogió el teléfono y llamó a Cádiz para saber si
iban a meter el dichoso teletipo. Le dijeron que sí, que iba. Asunto
zanjado.
Apenas había colgado cuando sonó el teléfono. La llamada
era para Alonso Mena.
–Dígame.
–Hola Mena, soy Shus.
Jesús Torán –que se hacía llamar Shus para que no lo con-
fundieran con el padre– era el corresponsal en Tarifa de Comarca
Sur. Apenas un mes antes el director le había hecho una oferta
más suculenta que la que disfrutaba como corresponsal del Infor-
mación y el tarifeño aceptó. Su trabajo incluía texto y fotos de la
actualidad tarifeña.
–Hola Shus, dime.
–Oye, ¿tú sabes algo de unos niños asesinados en Francia?
–Sí, hace unos minutos lo he visto en teletipos porque el
padre parece ser que vivió en La Línea. Lo llevamos en Interna-
cional.
–Pues agárrate. La madre y los niños son de Tarifa.
–No jodas.
–Fijo, yo conozco a la madre y un amigo me lo acaba de
contar. Hay cierto revuelo en el pueblo.
–Pues ponte manos a la obra, recaba toda la información
que puedas. Se lo voy a contar al director y llamaremos a Cádiz
para que no lo metan en Internacional, le daremos una página si
es posible en Comarca.
–Vale, cuenta con ello.
Mena salió pitando para el despacho de Jorge Bermúdez,
que estaba acabando el editorial, y le contó la movida. Eran las
once de la noche. Arniches se unió al cónclave.
–Dejamos Comarca como está, quitamos el Informe de la 2-
3 que no es nuestro y abrimos con el teletipo y lo que Shus nos
mande. A ver qué foto ponemos, dijo el director.
El jefe de sección se puso manos a la obra. Llamó a Cádiz
para que levantaran las páginas 2 y 3 lo que conllevó, como siem-
pre, la eterna discusión con Ignacio de la Campa. Al menos, esta
vez lo entendió. La noticia de los niños asesinados no podía ir en
Internacional, lo suyo era producción propia de Comarca Sur.
Estaba ya Mena rehaciendo la información, editando el te-
letipo, cuando llama de nuevo Shus Torán.
–Lo tengo todo. He estado en casa de la abuela de los niños.
Me ha facilitado incluso las fotos. ¿Qué hago?
–Pues pillar un taxi y venirte para la redacción, no hay otra
manera a estas horas de la noche.
–Venga, en media hora estoy allí.
Al día siguiente, Comarca Sur publicaba en portada la no-
ticia, que incluía las fotografías de los niños asesinados por su
padre. En exclusiva. El resto de medios escritos de la provincia,
a excepción de los del mismo grupo, se limitaba a ofrecer la es-
cueta información del teletipo. Shus Torán había entrado por la
puerta grande en el conjunto de informadores del periódico cam-
pogibraltareño.
Con relación a esta feroz competencia entre medios y al
convencimiento de que todo buen reportero ha de tener amigos
hasta en el averno, poco tiempo después de esa historia ocurrió
otra.
Alonso Mena estaba enfrascado en organizar la sección
cuando recibió la llamada de un amigo, controlador del Centro
Zonal de Salvamento Marítimo y Lucha contra la Contaminación.
Un nombre demasiado largo como para usarlo en comunicaciones
de emergencias, así que se abrevia reportándose como Tarifa-Trá-
fico. Como sin duda alguna se sabe, esta instalación tiene la misión
de controlar el paso de buques por el Estrecho identificándolos si es
posible, y advertirles llegado el caso de riesgos de colisión, alertas
marítimas, partes meteorológicos, etc.
–Tenemos noticias de que un buque cargado de inmigrantes,
por lo menos un centenar, navega rumbo al Estrecho bordeando
la costa atlántica marroquí. Una patrullera de la Armada lo está es-
perando cerca de Espartel para escoltarlo y evitar que recale en la
costa española.
La noticia era importante y la fuente, de toda confianza.
Pero Mena insistía en su manía de confirmarlo de fuentes oficia-
les. Una primera llamada a la Subdelegación del Gobierno arrojó
como resultado una negativa: no se tenía conocimiento de esa cir-
cunstancia. En estos casos puntuales, el reportero se debatía entre
la necesidad de confirmar una noticia que no puede comprobar
por sí mismo y la tendencia a no dar mucho crédito a las fuentes
oficiales cuando de algo negativo se trata. Así que hizo una se-
gunda llamada. En esta ocasión, a un contacto en el Servicio Ma-
rítimo de la Guardia Civil. Bingo: una patrullera del Instituto
Armado estaba destacada en la bocana oeste del Estrecho para
dar apoyo logístico a otra de la Marina de Guerra. Pero no sabían
para qué.
Eran las cinco de la tarde, tenía tiempo suficiente. Llamó a
Tarifa-Tráfico para saber si estaba de guardia algún controlador de
confianza. Positivo. “Me paso, camino de Algeciras, a tomar café
con vosotros”, le dijo. Le contó la historia a Arniches añadiendo
que se largaba al centro de Salvamento Marítimo. “Voy a tomar
café con un amigo que está de turno y, sin comprometerlo, a ver
si pillo algo”, dijo el reportero.
Dicho y hecho. Media hora más tarde Alonso Mena se en-
contraba en la sala de control de Tarifa-Tráfico y charlaba dis-
tendidamente con los dos controladores de turno, café de
pucherete en mano. No les dijo el verdadero motivo de su visita,
pero ni a uno ni al otro les extrañaba la presencia del periodista,
pues solía hacerlo con frecuencia por simple amistad con la casa
que había visto crecer, y de la que escribía muchas páginas con in-
formación positiva. Incluso con piropos, cosa poco habitual en
un reportero al que le iba más la leña que la vaselina.
Esa afición de Mena por los artilugios le llevaba a entender
su funcionamiento, pues siempre se interesaba por ellos. De tal
forma que a los controladores tampoco les extrañó un milímetro
cuando el periodista les preguntó qué tenían en pantalla. Como
quien no quiere la cosa. Haciéndose el longui, que se dice por
estas tierras.
–Este es un petrolero que va para Gibraltar, este, este y este
son portacontenedores, este es el Ibn Batouta que regresa de Tán-
ger rumbo a Algeciras, y este es una patrullera de la Armada, que
no se despega de este otro carguero pequeño y cuyo capitán no ha
querido identificarse. Este que está también cerca es una patrullera
de la Guardia Civil.
– ¿Qué raro, no? –dijo el reportero, tratando de disimular.
Debía mostrar un ligero interés, la curiosidad intrínseca del pe-
riodista, para no levantar sospechas.
–Sí que es raro. Investiga… dijo el controlador que, con
toda probabilidad, conocía la papeleta pero no podía decir nada
más. Y no sólo por cuestiones profesionales, sino por la presen-
cia del otro compañero con el que Mena tenía menos relación.
Pero al periodista no le hacían falta más datos. Apuró el café
con toda la celeridad que pudo y se despidió amablemente sin
decir nada más de lo visto en pantalla.
Ya en la redacción, se puso a relatar la noticia: Un buque
con unos 100 inmigrantes navega por el Estrecho. Tras el titu-
lar, un texto de sesenta líneas elaborado con los pocos datos dis-
ponibles y algo de relleno con recordatorios sobre el número de
inmigrantes interceptados hasta la fecha.
Al día siguiente el periódico ofrece la información con un
destacado en portada. En Información deben pillar un cabreo su-
pino, de tal forma que uno de sus redactores se hace cargo de se-
guir la noticia para la edición del día. Y pilla una nota de prensa
difundida por el Gobierno, en el que niega por activa y por pasiva
que el barco en cuestión lleve inmigrantes. Se le vigila por segu-
ridad, sostiene la nota que también es recibida en Comarca Sur y
pasada a Mena.
En otras circunstancias, el reportero se hubiera echado a
temblar ante una posible metedura de pata. Pero resultó que, por
la mañana, se había entrevistado con un amigo guardia civil con
estrellas en la hombrera. Yle había confirmado que en el carguero
había inmigrantes.
Así que, la jornada después, el periódico de la competencia
abrió portada con la información del Gobierno, negando que el
buque llevara inmigrantes. Poco menos, se mofaba de la noticia
del Comarca. Sin embargo este, lejos de amedrentarse, ofrecía
más datos del barco con inmigrantes que ya había dejado atrás
el Estrecho y se adentraba en el Mediterráneo. En la edición si-
guiente, Información continuaba negando la mayor; Comarca Sur
insistía en sus tesis de que el ya famoso barco portaba inmigran-
tes. Mena empezaba a acojonarse, pues de perderle la pista al
buque no le sería posible demostrar lo que decía.
Hasta que, esa tarde, miró teletipos. Esta vez no tecleaba las
palabras clave de costumbre. Su obsesión se centraba en “buque”,
“inmigrantes” y otras parecidas que tuvieran relación con lo que
tenía entre manos. Y leyó uno, fechado en Italia, hablando de un
barco que había pasado por el Estrecho escoltado por la Armada
Española, cuyo capitán había pedido socorro por avería cerca de
un puerto italiano y que, al socorrerlo el servicio de guardacostas
de los Carabinieri descubrió un total de 56 inmigrantes indocu-
mentados en sus bodegas, hacinados, desnutridos, casi deshidra-
tados.
Si alguien desconoce el auténtico significado de la palabra
paroxismo le hubiera bastado ver la reacción de Alonso Mena
para comprenderlo. El reportero pegó un salto de alegría, como si
hubiera constatado que los números del Euromillones coincidían
con los suyos, pero no era eso. No todo en este mundo se valora
con dinero. Llamó al director y le mostró el teletipo. Bermúdez no
había desconfiado en su jefe de sección, pero también había sen-
tido cierta preocupación si no se llegaba a demostrar que en el
buque iban inmigrantes.
–Dale una página entera con la novedad y recordando todo
lo publicado. De camino, pégale un palito al Gobierno en una de
tus columnas. Por embusteros.
Al día siguiente, el Información no publicó ni una sola pa-
labra de ese barco que, tras cruzar el Estrecho con inmigrantes, es-
coltado por la Armada y la Guardia Civil, llegó a Italia donde su
capitán, simulando una avería, fue detenido y acusado de tráfico
de personas. Al fin y al cabo, era algo ocurrido en Italia y no iba
con ellos.
Mediada la tarde, Mena hizo un alto en el camino para me-
rendar con las montadoras. Carmen hacía té todas las tardes con
un calentador eléctrico de agua. Su turno solía coincidir con el de
Sandra, como esa jornada, y se sentó junto a sus compañeras dis-
puesto a gorronear un vaso de infusión con dos galletas. De ca-
mino, arreglaban el mundo hablando de lo divino y lo humano.
–Tengo que traer un paquete de té –prometió el reportero
poco seguro de sí mismo.
–Claro, claro, –dijo Carmen riéndose… a ver cuándo te
acuerdas.
–Bueno, del té no sé si me acordaré, pero lo que está ase-
gurado es el pan macho y la morcilla para la muestra gastronó-
mica del sábado. Es el turno de Molina, ¿no?
–Sí, –confirmó Sandra, yo traeré la tortilla de mi madre.
–José Luís me ha dicho que traerá queso griego, agregó
Mena.
Ese era de los pocos ratos de relax que se vivían en Co-
marca Sur en la última época de Alonso Mena. Atrás habían que-
dado las salidas al Cuatro gatos para merendar en condiciones
una tostada y té moruno en la singular tetería, donde un grupo
compacto de compañeros y sin embargo amigos recuperaban fuer-
zas para afrontar la larga jornada de trabajo. Por las circunstancias
que fueran, ahora el ambiente general de la redacción no era tan
propicio para esos lujos. Y se echaba de menos.
– ¿Qué te parece lo que dice el alcalde sobre las malas no-
ticias? –preguntó Carmen.
–Las tonterías de siempre –sostuvo Mena. No querrán que
hagamos un conjuro sobre las cuestiones desagradables. Además,
si los políticos se esforzaran en dar más alegrías a los adminis-
trados posiblemente el panorama sería otro.
Apurado el té, Mena reflexionó sobre su conversación con
la montadora. Los ingleses dicen que las buenas noticias no son
noticias. Muy típico de una prensa tan sensacionalista como ama-
rilla. Evidentemente eso no es cierto, como también lo es que el
morbo supone un elemento consustancial de la mayoría de con-
sumidores de información en España. Público y notorio es que un
accidente de tráfico, por ejemplo, ocupa mayor espacio en un pe-
riódico cuanto más víctimas mortales haya provocado. De la te-
levisión, especialmente algunas privadas, mejor ni hablamos para
no echar la pota.
Pero lo cierto es que en el Campo de Gibraltar las malas no-
ticias superan en mucho a las buenas, entendiendo como malas
aquellas que, o bien reflejan algo negativo para la comarca (el
alto índice de paro endémico, por ejemplo), o bien dan una mala
imagen de la misma. La mayoría de ocasiones, todo hay que de-
cirlo, por circunstancias ajenas a la sociedad y directamente rela-
cionadas con su ubicación geográfica.
Fundamentalmente, los asuntos de inmigración irregular, el
tráfico de drogas o el contrabando de tabaco, casos aislados de
corrupción política y policial son elementos que por desgracia se
repiten con una frecuencia indeseable. En algunos momentos de
la historia de Comarca Sur, la clase política campogibraltareña se
quejó de la mala imagen que los medios de comunicación en ge-
neral reflejaban de la comarca. Algún que otro alcalde llegó a in-
sinuar, incluso, que los medios daban más importancia a las malas
noticias que a las buenas. Los periodistas se defendieron alegando
que no es posible practicar la política del avestruz para con los
sucesos desagradables. Ni mucho menos.
Lo curioso es que en el Campo de Gibraltar a veces pode-
mos pensar que si se monta un circo crecen los enanos. O sea, que
una buena noticia puede acabar en mala o simplemente no acabar
del todo bien. Sobre esta circunstancia tenemos una muestra de
algo que era positivo en principio para la imagen comarcal, pero
acabó desviando la atención informativa hacia otro aspecto de los
hechos.
La organización del concurso de Miss España 2002 había
decidido llevar a cabo en Algeciras la primera fase de la gala para
elegir a la más guapa de España. En marzo de ese año las mises
provinciales se concentraron en un hotel algecireño y la organi-
zación les había preparado un programa de visitas, entre las que
figuraba la redacción de Comarca Sur.
En la tarde del día 13 la comitiva de bellezas hizo acto de
presencia en la redacción, donde departieron con los periodistas
y se fotografiaron con ellos. Al menos para la parte masculina,
entre tanto bolo era difícil reparar en alguna de ellas en concreto,
pero el fotógrafo José Luis Mota sí lo hizo. Algo que no supo ex-
plicar centró la atención del periodista gráfico en Miss Alicante.
Posiblemente fuera el enorme bolso que llevaba en comparación
con el resto, algo que podría no tener importancia pero que daba
mucho cante como se suele decir por aquí abajo.
Las chicas se fueron tal y como llegaron a la redacción y
todo quedó en una alegría para la vista del personal masculino
(no consta que hubiera alguna fémina de tendencia homosexual,
más bien casi todas estaban en contra de este tipo de concursos).
Sin embargo, al día siguiente por la tarde saltaría la sorpresa de la
mano de un teletipo que leyó perplejo José Luis Molina:
Se llama Gema García Marcos, tiene 31 años y hasta ayer
era la representante de Alicante en la elección de Miss España.
Pero precisamente ayer no se presentó al juzgado donde se la
había citado por la denuncia contra ella presentada por los or-
ganizadores del certamen que le acusan de fraude en la docu-
mentación presentada, en la que figuraba con 24 años de edad.
A última hora de ayer, los organizadores de este certamen de be-
lleza, que mañana celebrará en Algeciras la primera parte de la
gala para elegir a Miss España 2002, desconocían el paradero de
Gema García Marcos, representante de la provincia de Alicante,
ya que había desaparecido del hotel donde se concentran las
mises de las 52 provincias españolas. A la vez se había solicitado
el traslado de la que fuera primera dama en la elección provin-
cial, Miriam Praena Izquierdo, para que represente a su provin-
cia en la elección nacional.
Los antecedentes de Gema García Marcos, que se sospe-
cha podría trabajar para algún medio de comunicación tal vez in-
teresado en un reportaje sensacionalista sobre el concurso,
vienen de su interés por introducirse en el mundo interior que
rodea la elección de una miss a escala provincial y nacional. Para
ello se presentó previamente a la elección por Madrid, de la que
fue rechazada por los organizadores, precisamente por rebasar la
edad estipulada. o se amilanó por ello y optó por trasladarse a
otra provincia falsificando la edad en su documentación. Y en
Alicante fue elegida como la más guapa de la provincia.
Lo primero a destacar de esa novedad es que Comarca Sur
fue el primer medio en constatar que Gema García Marcos era, en
efecto, una periodista infiltrada y así lo publicó al día siguiente.
Y es que Alonso Mena, que leyó el teletipo tras descubrirlo Mo-
lina, se fue para el ordenador y abrió el todopoderoso Google. Te-
cleó el nombre de la miss descalificada y no tuvo que esperar
mucho porque una de las entradas, en la caché guardada por el
buscador de una página de El Mundo, le mostraba el nombre de
Gema García Marcos firmando un reportaje del suplemento do-
minical. No había más, pero con eso era suficiente.
Pero lo cierto es que, a partir de ese momento, la organiza-
ción de la gala en sí pasó a un segundo plano y todos los medios
de comunicación, de provincias y nacionales, dedicaron más
tiempo y espacio a la movida de la miss periodista que al des-
arrollo del concurso. “Para una cosa agradable que conseguimos,
nos sale rana”, manifestó contrariado el alcalde de Algeciras.
El 28 de marzo de 2003, a un mes y pico de las elecciones mu-
nicipales que se llevarían a cabo ese año, Juan Lobón Arniches
comía tranquilamente en casa de sus padres cuando una llamada
telefónica le interrumpió momentáneamente el yantar. Era Jorge
Bermúdez.
–Tenemos algo gordo, Juan, vete pronto para el periódico.
Yo no iré, pero te van a hacer llegar una cinta magnetofónica en
la que aparecen unas conversaciones del alcalde de San Jorge, Al-
fredo Alba. En ellas se hablan del reparto de una supuesta comi-
sión de 40 millones de pesetas por recalificar unos terrenos en
Guadalimón.
–Joder, eso es gordo…
–Y tanto, dale todas las páginas que hagan falta. Metes una
información resumen explicando el asunto y luego transcribes li-
teralmente todas las conversaciones. Me llamas cuando esté listo
y me mandas por fax la portada. Hablamos más tarde.
El redactor jefe de edición y cierre acaba la comida como
los pavos. Ya tiene claro que la tarde estará metida en aguas. Y es
viernes, para variar cada vez que ocurre algo extraordinario.
Una vez en la redacción, el periodista busca la cinta pero
no está. No habrá llegado aún, piensa, y se pone a organizar el
trabajo. Pasada una hora llama al director y se lo comunica.
–Es raro –dice Bermúdez, tiene que estar por ahí o a punto
de llegar. Espera un poco.
Pero pasa el tiempo y Arniches sigue sin recibir ni encon-
trar la cinta.
Poco antes de las siete de la tarde se presentan en la redac-
ción la secretaria del alcalde de San Jorge y el jefe de prensa del
Ayuntamiento. Ambos solicitan hablar con el responsable del pe-
riódico que, en ausencia del director, era el propio Juan Lobón.
–Bueno, ustedes dirán.
–Vamos al grano: sabemos que tenéis una cinta magneto-
fónica con unas conversaciones del alcalde. Aquí traemos la fo-
tocopia de un escrito del Juzgado Número 2 de San Jorge, en el
que se ordena a Comarca Sur que se abstenga de publicar trans-
cripción alguna de unas conversaciones privadas del primer man-
datario municipal, como hicisteis hace veinte días.
En efecto, con anterioridad el periódico había publicado una
conversación del alcalde sanjorjeño en la que este hablaba con
otra persona sobre la posibilidad de comprar a dos concejales so-
cialistas. Y Alfredo Alba denunció al diario, siendo la orden del
juez una consecuencia de aquella denuncia.
–Pues ya pueden ustedes volver por donde han entrado y
llevarse ese papel. Para mí no tiene validez pues, ni son funcio-
narios judiciales ni esto que me enseñan es una orden judicial.
Mientras no nos llegue por conducto reglamentario no actuare-
mos en consecuencia.
–Insisto en que se quede con una copia y nos firme la otra
como recibida –dijo el jefe de prensa. La secretaria era menos di-
charachera.
–Lo siento, no firmo nada. Así que buenas tardes. Hemos
acabado.
Cuando se despiden, Alonso Mena entra en el despacho.
Había visto llegar a la comitiva y supuso que algo grave pasaba,
pues Lobón ya le había puesto al corriente de la información que
tenía entre manos como jefe de sección de Comarca.
Mientras Lobón le cuenta lo sucedido, repara en un sobre ta-
maño A4 que hasta entonces había permanecido sobre la mesa.
Lo abre y descubre en su interior un disco compacto, un CD. Un
soporte digital al que Juan, poco amigo de las novedades infor-
máticas, no estaba aún muy habituado. Con el disco se acompa-
ñan unos folios con la transcripción de las conversaciones
grabadas en él. Así que se pone a escucharlo y, en efecto, se trata
de una noticia de alcance.
Básicamente, Lobón escucha cómo en una de las conversa-
ciones, el alcalde Alfredo Alba habla con el arquitecto José Ba-
rrera y le explica que ha estado en Madrid hablando con el ex
ministro Secundino Oreja, quien le dice que tiene interés en que
hable con el presidente de la promotora Babelia. Esta quiere ur-
banizar en Guadalimón, finca con alto valor ecológico. Alba dice
que también habló con el presidente de la urbanización Valle-
grande y que los de Babelia le prometen ayudarle para las elec-
ciones si recalifican. Alba afirma que hará un informe para
recalificar Guadalimón sin necesidad de ir al pleno municipal, y
le dice al arquitecto que van a recibir 40 millones de pesetas por
la gestión. En otras de las conversaciones el alcalde le dice al abo-
gado Juan Carlos Morera que ya tienen los 40 millones y el abo-
gado le mete prisa al alcalde con el reparto del dinero. El alcalde
le dice que él también necesita dinero porque ya está pagando
cosas de su bolsillo. El alcalde añade al abogado que tiene que
llevar la contabilidad para saber en qué se gasta el dinero y el le-
trado le dice a Alba que no es necesario porque no hay que darle
explicaciones a nadie. En otra acuerdan cómo hacer el reparto:
diez para ti, diez para mí, diez para el arquitecto y diez para la
campaña. En una conversación posterior, el alcalde se queja al
abogado porque dice que los del PP antiguos, no los provenien-
tes del GIL, se han enterado de lo de los 40 millones y quieren su
parte. Reproches mutuos y conclusión: habrá que darles algo.
Con todo este material, evidentemente el pelotazo informa-
tivo está asegurado. Lobón se pone a escribir la información y le
pide a una de las montadoras que vaya tecleando las conversa-
ciones. Son más de las diez de la noche y aún queda mucha tarea
por delante cuando en la puerta secundaria de acceso al periódico
aparecen tres guardias civiles uniformados. Preguntan por el di-
rector.
–El director no está, yo lo sustituyo como redactor jefe.
–Le traemos un escrito del juzgado número 2 de San Jorge.
Por favor, firme aquí como que lo ha recibido y ponga su nombre
y DNI.
Lobón toma el papel y lee: María José Clave Polanco, juez
sustituta del Juzgado de Instrucción úmero Dos de San Jorge.
Acuerdo prohibir expresamente a los medios de comunicación la
divulgación por escrito, espacio radiofónico o de televisión, de la
grabación ya publicada en el diario Comarca Sur del día 4 de
marzo de 2003, así como de cualquier otra grabación que en el
futuro pudiera aparecer y que tenga por objeto las supuestas con-
versaciones privadas captadas en la casa consistorial de San
Jorge…”
A la vista de la novedad, Juan Lobón opta por firmar y se
marchan los guardias civiles, tras lo cual llama al director y le
cuenta lo sucedido. Deciden informar de lo que ha pasado y re-
servar las transcripciones para más adelante. Al día siguiente, el
titular fue el que sigue: Una juez prohíbe informar de otra gra-
bación que ‘salpica’al alcalde. Una página completa con cinti-
llo de San Jorge lleva la información de lo ocurrido la tarde
anterior con la visita de los funcionarios municipales y de los
guardias civiles, se resume el contenido de las conversaciones y
se añade que, si estas son ciertas se podría acusar al alcalde, a un
arquitecto, al abogado y a un asesor del alcalde de los delitos de
cohecho, financiación ilegal de partidos, prevaricación y malver-
sación. También figura un apoyo en el que se destaca la inusitada
rapidez de la jueza en enviar un viernes a las diez y media de la
noche a la redacción de un periódico, un oficio que debería haber
enviado por conducto normal a través de un agente judicial en un
día laborable ya pasado el fin de semana. Inusual, sorprendente y
hasta irregular parecía la movilización de la Benemérita por orden
de la juez. Pero la pregunta era: ¿Quién movilizó a la jueza? ¿De
donde recibió ella el telefonazo para, a su vez, telefonear a la
Guardia Civil? ¿Madrid, Cádiz, Sevilla? ¿Fue el entonces minis-
tro de Justicia? ¿O quizás sólo el gobernador civil? Nunca se
sabrá, al igual que otra pregunta inquietante: ¿Por qué la denun-
cia que tres días más tarde puso el PSOE en los juzgados de San
Jorge duerme el sueño de los justos?
Mena arrancó el coche y encendió la radio. Manolo Pedraz
desgranaba en Radio Nacional de España desde Sevilla el suma-
rio de su Giraldillo y al reportero se le dibujó una sonrisa. El
tiempo había pasado como un suspiro pero aún recordaba el gol
por toda la escuadra que –casi treinta años atrás– le metió el di-
rector de la emisora en La Línea para que colaborara con el pro-
grama dominical de Pedraz. El periodista hispalense conducía un
magacín en el que, entre otras cosas, daba cuenta del tiempo en
Tarifa. Una información de interés para los cientos de andaluces
que, por aquellas fechas, aprovechaban los fines de semana para
practicar el windsurf en la capital del viento.
El papel de Mena consistía en levantarse cada domingo a las
siete y media de la mañana y dar el estado del tiempo en la ciu-
dad. Para ello, se asomaba a la ventana, comprobaba a ojo la di-
rección e intensidad del viento, estado del cielo y la temperatura
que leía en un termómetro exterior que había instalado. Con esa
información, esperaba la llamada de la emisora sevillana, la gra-
baba y luego Pedraz hacía como que conectaba en directo con Ta-
rifa. Para entonces, el corresponsal ya estaba de nuevo en siete
sueños. Lo de madrugar un domingo no era lo suyo, a menos que
tuviera previsto ir de cacería si estaba en temporada cinegética. Y
a veces, ni eso, prefería la caída de la tarde.
Estaba tan absorto en sus pensamientos que por poco deja
atrás el Mesón de Sancho, donde cada tarde tomaba un buen café
de sobremesa en su camino al periódico. O el mejor carajillo del
mundo hecho por Antonio si el clima invernal era propicio. Allí
departía con los camareros analizando las noticias del día, la ocu-
pación turística de la comarca o cualquiera otro asunto que se ter-
ciara, política incluida.
Al entrar a la cafetería se encontró con Luis Mora, que apu-
raba un café antes de continuar hasta Tarifa. Mora, director gene-
ral de FRS Iberia –la naviera que cubre la travesía Tarifa-Tánger–
era un viejo conocido con el que había compartido numerosas his-
torias de la mano del desarrollo del puerto de pasajeros de Tarifa.
También era esporádico compañero de escopeta, sobre todo du-
rante la media veda. Y, como Mena estaba ese día un poco nos-
tálgico, repasó con Luís Mora las vicisitudes vividas, las gestio-
nes realizadas, la lucha del ejecutivo por conseguir que el puerto
tarifeño fuera declarado Frontera Exterior de la Unión Europea,
una calificación tan larga que se abreviaba llamándolo puerto
Schengen como ya lo era el de Algeciras. Yes que, aunque la ges-
tión era puramente política y en ella intervinieron numerosos pro-
tagonistas –el alcalde de Tarifa, Miguel Manella y el diputado
Salvador de la Encina, entre otros–, lo cierto es que el papel de
Luis Mora como ejecutivo interesado jugó un papel determinante.
Al pasar por el puerto de El Bujeo se le vinieron más re-
cuerdos a la memoria: la visita del Rey al cuartel general del
MACTAE, cuya previa dio en primicia gracias a que un amigo
vio la placa que iban a colocar los militares cuando el grabador la
estaba haciendo, las maniobras de la OTAN en Rota y sus diez
horas a bordo del Príncipe de Asturias, las juras de bandera en La
Isla, los inmigrantes interceptados en las baterías de costa… Con
el Ejército había vivido momentos inolvidables.
El parque eólico del otro lado de la carretera suponía tam-
bién un enorme cofre de recuerdos. El reportero vio nacer, uno
tras otro, todos y cada uno de aquellos ingenios mecánicos que
ahora, veinticinco años después de la rudimentaria máquina ex-
perimental, se levantaban como un bosque por casi todo el tér-
mino municipal de Tarifa. Había asistido a la evolución
tecnológica de las máquinas, ya mucho más fiables y con menos
necesidades de viento, recordó la visita a la fábrica de Vestas, en
Dinamarca, las polémicas de los vecinos de El Almarchal y La
Zarzuela por tanto molino, la mortandad de aves por colisión con
las palas, las promesas incumplidas de los promotores, la oportu-
nidad perdida en Tarifa de convertirse en un referente nacional en
la generación eólica por mor de unos políticos que no supieron
rentabilizarla…
Alcanzada la cima de El Bujeo la Bahía de Algeciras se
mostró en todo su esplendor. El Peñón se dibujaba al fondo con-
formando un paisaje tan familiar en su conjunto como todas y
cada una de sus partes: el puerto, La Línea bajo la Roca, Gibral-
tar, su puerto y su aeropuerto…
Dejó atrás Pelayo tras detenerse en el quiosco de Alfonso
para comprar tabaco y se dispuso a recorrer la otra mitad de ca-
rretera que le llevaría hasta Algeciras. Su segunda ciudad, un pue-
blo en el que se sentía tan a gusto como en el suyo. Aveces, hasta
incluso más. Aunque le costara un huevo aparcar como le ocu-
rrió, por enésima vez, esa tarde de invierno. Tras dar más vueltas
que un tiovivo, encontró un hueco en el paseo marítimo muy cerca
de la entrada inferior del edificio donde se ubica la redacción de
Comarca Sur. Recordó la escalinata que tantas veces recorrió, in-
cluso de niño, que ahora no estaba, sustituida por un aparcamiento
que levantó una gran polvareda y ríos de tinta.
El jefe de sección adjunto al director, ocupó su mesa, en-
cendió el ordenador y un cigarro. Revisó la copia del planillo ela-
borado por el jefe de mañana y vio que Comarca tenía seis
páginas.
Media hora más tarde llegó Bermúdez y le hizo señas de
que le acompañara al despacho.
– ¿Lo has pensado ya? –le dijo el director del periódico.
–Qué va, aún tengo mis dudas.
–Pues hazlo rápido, que mañana viene el jefe de personal de
Cádiz y quiere respuestas. Le he dicho lo mismo a Paco Velasco.
La empresa, que ya en 2004 se vio venir la crisis –Zapatero
tardaría algo más– había propuesto un Expediente de Regulación
de Empleo (ERE) incentivado, al que se podían acoger sólo los
mayores de 53 años. Afectaba a más de medio centenar de traba-
jadores de todo el grupo, la mayoría del oticiero de Cádiz, y en
Comarca Sur sólo dos se encontraban en disposición de aceptar:
Paco Velasco y Alonso Mena. Y ambos llevaban días consultán-
dolo con la almohada.
IMena organizó la sección, editó una página con informa-
ción de Tarifa enviada por Torán, siguió con la contraportada y
acudió a la reunión de primera. Al acabar pidió la maqueta y se
dispuso a llenarla de contenido. El reloj marcaba las diez de la
noche. Las once cuando regresó a casa.
EPÍLOGO
Ese jueves, Alonso Mena se había olvidado de escribir la
columna. Se lo recordó José Juan Gordales a través del teléfono
cuando dejaba atrás El Bujeo.
–Ooooooooooooye, ¿has enviado hoy la columna?
–Anda, picha, se me ha ido el santo al cielo. Pero no te pre-
ocupes, precisamente voy al periódico para mirar unas cosillas.
Allí mismo la escribo.
–Vale, pues aquí estoy.
Mena entró en la sede de Comarca Sur. La primera parada
fue en administración, donde Ignacio y José Antonio lo saludaron
sorprendidos por la visita. Durante unos minutos, arreglaron el
mundo con sus críticas y luego el tarifeño se dirigió a la redacción.
Saludó al director, Alberto Vivaldi, que entraba en el despacho
para la reunión de primera.
– ¿Qué te trae por aquí?
–Voy a escribir la columna, que se me había pasado, y luego
tomaré algunos datos en la hemeroteca para un asunto que tengo
entre manos.
–Pues nada, está en tu casa.
–Gracias, le diré a Alberto que me encienda un terminal.
Alberto Rodríguez era de las pocas caras conocidas que
iban quedando en la redacción, junto a David Lendínez, Rubén
Rosón o David Cervera.
– ¿El tuyo mismo, no? –le dijo sonriente el joven periodista,
–Ese mismo –sonrió cómplice Mena. Yse sentó en su mesa,
ahora ocupada por Martín Zambrano. Al fondo de su derecha con-
tinuaba intacta la de José Luís Molina, pues nadie se había atre-
vido a ocuparla desde que se fue de esta vida con la misma
entereza que la había disfrutado. Le embargó la nostalgia.
Tras acabar la columna de opinión de los viernes, el único
vínculo material que mantenía con Comarca Sur además de algu-
nos buenos amigos, se encaminó al archivo y comenzó a repasar
algunos números de la primera época.
– ¿Qué tienes entre manos? –Se interesó José Antonio
Gámez, cuando le llevó la colección de Enero de 1989 para foto-
copiar una página.
–Una historia curiosa, en la que seguro sales tú.
–No me digas… cuenta, cuenta.
–No te voy a contar nada por ahora, al menos hasta que
tenga claro si será publicada o no. En todo caso, ya la leerás.
Dejó el fascículo en su sitio y volvió a la redacción. Rubén
Manaute estaba haciendo el premeikin de Deportes con su equipo,
pero decidió un alto para tomar café con Mena. Para eso habían
quedado. Un café criminal de propiedades laxantes. Y durante
media hora repasaron, a petición del tarifeño, algunos momentos
de gloria en el periódico desde el 89 hasta nuestros días.
– ¿Cuánto hace ya que te fuiste de aquí? ¬–preguntó Rubén.
–Cinco años.
–Joder, cómo pasa el tiempo.
–Como un suspiro –sentenció Mena.
Esto tiene un reportaje, de Ildefonso Sena. ed. Círculo rojo, 2011.
“Esto tiene un reportaje” es una expresión frecuente entre los periodistas, cuando consideramos que una noticia da para algo más que una crónica o cuando un hecho informativo casi anecdótico puede reconvertirse en un texto de cierta extensión, si
ahondamos en sus entresijos. Tal vez por eso, mi compañero de oficio Ildefonso
Sena ha decidido titular así su primer libro, en el que nos narra casi de forma novelada su vida como cronista de la actualidad.
Ildefonso Sena es ante todo periodista, aunque su currículum incluya otras actividades que no guarden relación con la anterior. es periodista porque reúne las
características que debemos tener los que trabajamos en esto: el afán por informar
y el deseo de hacerlo con rigor, la defensa del derecho a hacerlo libremente
y de expresarse sin censuras, la inquietud por conocer el acontecer diario, el
interés por investigar la noticia e ir más allá del simple hecho, la correosa personalidad propia de un buen entrevistador, la capacidad del análisis serio sin por ello desechar la ironía o el sentido del humor y la memoria.Y además, ildefonso es un buen conocedor de nuestra comarca y especialmente de su ciudad, tarifa, de
cuya actualidad viene informando desde que empezó.
Creo sinceramente que han sido todos esos ingredientes los que le han llevado a
echar la vista atrás para recordar su experiencia e ir anotando aquellos momentos
que guarda en su memoria y es probable que, tras la lectura de esos sueltos
que casi se hilaban por si solos, sena llegara a la conclusión de que daban para
bastante más que un breve y se dijera a sí mismo: esto tiene un reportaje.
en consecuencia, su libro es una crónica atemporal de 150 páginas en la que el
periodista nos cuenta su experiencia personal, centrándose en el diario en el
que ha redactado sus crónicas durante casi 20 años y utilizando para ello aquellas
informaciones que han marcado la actualidad en este tiempo.
La llegada de los primeros inmigrantes y los trágicos naufragios, la avería del submarino tireless, el suicidio de dos jóvenes alemanes en Atlanterra, la presencia y
huida de un presunto terrorista etarra en la comarca, la instalación del primer
cable de alta tensión en tarifa, el asesinato de dos pequeños a manos de su padre
en París, que luego resultaron estar relacionados con nuestra zona o las cenizas
radioactivas de Acerinox, mezcladas todas ellas con otras muchas de ámbito más
local. Para ello, recrea la redacción de su periódico al que rebautiza con el nombre
de “Comarca sur” y se rodea de sus compañeros de trabajo, a los que adjudica
nombres ficticios, consciente de que todos son fácilmente identificables.
Pero ildefonso sena no se limita a recordarnos lo que se nos contó, sino que
narra los pormenores que rodearon el conocimiento del hecho incluyendo las
dificultades o casualidades que permitieron redactarlo y entremezcla la seriedad
de estas informaciones con aquellas otras noticias que no lo fueron, a pesar del
convencimiento de los que intentaban redactarlas, y aquellas que estuvieron a
punto de publicarse y que afortunadamente para sus firmantes fueron levantadas
antes de entrar en máquinas, al descubrir a tiempo que no eran tales.
todo eso, salpicado por el humor de las anécdotas propias del trabajo diario,
hace de esto tiene un reportaje un libro ameno y entretenido que a algunos les
descubrirá la realidad cotidiana de la redacción de un diario, a otros les recordará
muchos de los momentos informativos de nuestra comarca y a nosotros, a los
periodistas que ya cumplimos años en el campo de gibraltar, nos servirá para
activar nuestro personal disco duro y para sonreírnos cuando detrás de un apellido
o un nombre, descubramos al compañero con el que venimos compartiendo
ruedas de prensa o, por qué no decirlo, a cada uno de nosotros porque también
estamos en “esto tiene un reportaje”.
Estanislao Ramírez
Leído en ApuntaGuia.