La función... por Francisco Linares


EL cartel anunciador se difundió a través de todos los medios de comunicación: "Rubalcaba. Escuchar, hacer, explicar". La empresa presentó la función como algo de "un gran calado". El actor secundario, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció, previamente, que dicha actuación marcaría "un antes y un después".


El pasado sábado, todo estaba preparado para el brillo del protagonista. La sala se encontraba repleta de amigos, de familia, de compañeros de trabajo. Redoblaron los tambores. El público se mostraba inquieto, expectante. Alzaron el telón. Salió Rubalcaba. Comenzó la farsa.

La obra era un monólogo. Sólo había un protagonista. Empezó dando las gracias a los presentes por haber depositado su confianza en él y haberle designado como estrella principal de la comedia. Los asistentes exteriorizaban grandes sonrisas pero, por dentro, pensaban que fue él quien se nombró a si mismo.

Habló, habló, habló… de libertades, de democracia, de sus luchas contra la cruel dictadura, de sus compromisos, de su certeza de ser útil; agradeció a sus antiguos jefes "lo mucho que había aprendido de ellos" y, a renglón seguido, explicó que había que "protagonizar el cambio", con lo que muchos sacaron la conclusión que el "artista" le estaba dando una guantá sin mano a sus antecesores. Comentó que ellos eran el partido del esfuerzo y a algunos de los asistentes les entró escalofríos porque no han trabajado en su vida. Les habló de austeridad: les anunció que les iba a exigir que fueran austeros y más de uno se puso a mirar para el techo, silbando, con cara de no estar allí, intentando pasar desapercibido.

Les dijo que era primordial crear empleo y los asistentes no entendían para qué, pues todos los que allí estaban se encontraban empleados en la empresa.

Les dijo que el paro era culpa de los contrarios y todo el mundo aplaudió con entusiasmo. Se lamentó de la tragedia que significaba para los que no estaban allí, para los que no eran de la empresa, el tener que sufrir una situación de desempleo. Les explicó, con toda tranquilidad, sin ruborizarse, que sabía lo que había que hacer para acabar con el paro. Sin embargo, no dio explicación alguna de por qué no había empleado su sabiduría durante los últimos ocho años. Nadie de los que allí estaban se planteó esa cuestión. Nadie dudaba que el artista, al frente de la empresa, fuera capaz de generar puestos de trabajo; prueba de ello, es que todos los que estaban allí trabajaban.

Les habló de igualdad de oportunidades y el público asentía y aplaudía, pero todos sabían que mientras que el artista que hablaba fuera el jefe, ellos seguirían siendo unos privilegiados.

Se acabó la función. Todos salieron muy contentos. La obra resultó estupenda; la puesta en escena excelente; el artista estuvo extraordinario. Salieron completamente convencidos de lo maravilloso que iba a resultar todo. Volvieron a sentirse ilusionados, encantados, felices. Creían que, a los demás, nos iban a poder volver a engañar.

12 de julio de 2011
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