El “pánico” es esa
intensa sensación de miedo profundo, de terror agudo o de temor intenso, que se
apodera de los seres vivos cuando, inseguros, nos sentimos en peligro; cuando
advertimos que estamos sometidos a graves amenazas de catástrofes; cuando nos
sorprende un abismo, un precipicio, un huracán, una tempestad, una tormenta o
una enfermedad que no podemos controlar.
El “pánico” es el grado
último de una escala emotiva que empieza en el temor y sigue en el miedo,
en el susto, en la ansiedad y en el
pavor. Aunque todos los seres humanos lo hemos experimentado con diferente
intensidad, es posible que muchos hablantes desconozcan que el origen de la
palabra es “Pan”, el dios de los pastos, de los bosques y de los rebaños. Los
griegos lo reconocían como aquel hijo de Hermes quien, apacentando sus ganados
en el monte Chillena, se prendó de la hija de un mortal llamado Driops, la cual
correspondió a su pasión y tuvo de él un hijo monstruoso, con el cuerpo
cubierto de vello, los pies de carnero y con dos cuernos en la frente. Apenas
vio la luz, sus incontrolados brincos y sus estentóreos gritos de alegría
asustaron de tal manera a su madre, que despavorida, huyó dejando abandonado a
su hijo. Hermes lo recogió, lo envolvió en una piel de liebre y lo llevó al
Olimpo; los dioses se regocijaron al verlo y le dieron el nombre de “Pan”.
Su culto, iniciado en
Arcadia, se difundió gradualmente por el resto de Grecia. Las obras de arte
antiguas lo representan con un aspecto siniestro, con expresiones fatídicas,
con retorcidos cuernos, con barba y con pies de cabra, cabellera hirsuta, nariz
corva, orejas puntiagudas y rabo. A veces se aparecía a los viajeros,
sobrecogiéndolos de súbito pavor que se llamó “pánico”. Dador de la fecundidad,
lascivo y vigoroso, también aparece como amante de la música, aficionado a
danzar con las ninfas del bosque, y como el inventor de la siringa o flauta. En
varios lugares de Arcadia se levantaron templos a su nombre. Los romanos lo
identificaron con su dios Fauno.