La historia de la picaresca española no empieza con el Lazarillo de Tormes ni acaba con el tocomocho o los trileros. La actual situación de crisis da lugar a innumerables estafas, a cual más ingeniosa, para hacerse con el dinero de los incautos. La Guardia Civil difundió ayer una de estas historias con el contrabando como telón de fondo.
Una patrulla del instituto armado, en el transcurso de sus habituales operativos contra el tráfico ilegal de tabaco procedente de Gibraltar, dio el alto a un vehículo de la marca Rover en la barriada sanroqueña de Campamento. Bingo. Encontraron en el interior del vehículo 14 cartones (140 cajetillas) de tabaco sin precintas que acreditasen la compra legal del mismo. Pero no olía a tabaco. Tampoco a droga. El extraño olor que emanaba de los paquetes levantó la curiosidad de los agentes hasta observar que los catorce cartones habían sido abiertos pese a estar precintados.
Una vez revisados los paquetes de tabaco, no había cigarrillos, sino serrín. Gato por liebre. Los agentes tenían ante sí, por tanto, a un supuesto contrabandista que dejaba de serlo para convertirse en simplemente un estafado. Quizás confiado por el éxito fácil o engañado como primerizo ante un desconocido proveedor.
Desde la Guardia Civil explican que pese a que no se incautó tabaco propiamente dicho, la aduana puede levantar acta administrativa por la intentona de contrabando. Y es que el comprador del tabaco estafado, de no ser por la intervención de los agentes, no hubiera descubierto el engaño hasta que hubiera tenido necesidad de fumar o revendido el producto a un tercero que, posteriormente, le hubiera reclamado por el engaño pese a ser una mera correa de transmisión del mismo.
Leído en Europa Sur.
