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Segadores jimenatos |
Cuando era pequeñito,
más pequeño que la hoz
ya su frente era testigo
del salado y frío sudor.
Grandes trigales, que el viento,
hacía mecer sus espigas
y el niño bajo el sombrero
con la hoz las recogía.
Se incorpora y su mirada
se pierde en la lejanía,
y su rostro tenía negro
del tizón de las espigas.
Deja la hoz en un haz
fruto de su lenta agonía,
y de una botija vieja
agua caliente bebía...
Dejóse caer un momento
junto a un haz de gavillas,
sin más sombra que la nube
que antes de llegar se iba...
(Fragmento de "El niño y la hoz), del libro "Escondida Aurora", de Juan Doncel Rios.