El Rincon de Contreras: Soy hijo de Carbonero




Esto no está cogido de ningún sitio. Es haberlo vivido. ¡Qué alegría más grande cuando voy de senderismo al monte y veo un horno de pan o un alfanje! Antes de ser alfanje, armaero o armadero para hacer el carbón que era un arte que había que saber hacerlo. Había que tener un hacha leñera, un calabozo, un espiocheo espiocha, un cerrote, un roz, una pala, una zoleta, un cubo de cinc o de lata, una escalera, una horqueta y una rastro de madera y una espuerta terrera. Estas eran las palabras con los que conocíamos estas herramientas. Con ellas se podía cortar la leña y hacer el armaero. Cuando teníamos la leña cortada, se procura hacer el armaero, más abajo de donde estaba la leña cortada, porque había que arrimarla. Eso se llamaba rodear.


Siempre se ha dicho que “para abajo, las piedras ruedan”. Había troncos que se lo cargaban a cuestas a un hombre entre dos o tres. ¡Qué barbaridad! Otros troncos rodando. Hay un dicho de carboneros que decía que había un padre con dos hijos llevando un tronco. Y un hijo dice: “Aquí hay un hijo de mala madre que no está haciendo nada”. Y el otro hijo responde: “A ver si nos moderamos en palabras”. Y el otro le dice: “Contigo no va nada”. Ya os podéis imaginar quién era el hijo de mala madre.

El armadero está hecho, se ha rodeado y empezado a hacer el horno. Se ponen dos troncos grandes uno enfrente del otro, poniendo la leña como si fuera una escalera. Donde estaba la petillera, se ponía la más seca, que es por donde tiene que ir el fuego. Empezamos a poner los palos o ripios de pié y entre medio las cepas que se habían arrancado con el espioche. Cuando está armado, es como si cortáramos una naranja por la mitad. Se le pone su petillera de piedra, una donde hay que meter fuego y la otra por la otra mitad del horno, para que respire. Vamos a enchascarlo, que es taparlo con matas muy parejitas, mejor las de brezo. Cuando ya está todo tapado, cogemos la espuerta terrera y la zoleta y a terrar. La espuerta no muy llena de tierra. Hacerse una idea de los zoletados y espuertas de tierra que hacen falta para tapar un horno de 400 arrobas de carbón. La escalera de madera era para subir con la espuerta a lo más alto. El que no tenía escalera iba haciendo una provisional de piedras y tierra. Ya está para meterle fuego. Según la tierra con que se aterraba, echaba más tiempo o menos tiempo en cocer. Es posible que más de 20 días.

El horno ya está ardiendo. Según lo grande que era, así era el tiempo de cocción. Había que darle vueltas, como mínimo una vez por la mañana y otra vez por la tarde para ver por dónde estaba cociendo y por dónde tenía la caída. También había que orientar el fuego, hacer unos boquetes con un palo para que respirara y taparle los otros. Cuando estaba cocido, se tapaban todos los boquetes y esperábamos a que se enfriara un poco.

Llegó la hora de sacar el carbón. Se cogía el roz, la pala y el rastrillo, el cubo con agua y a refogar y sacar lo que se había cocido. Podía llevar chaparro, quejigo, acebuche, cepa de brezo, lentisco, agracejo, lo que te había tocado en el terreno. Refogar es extender el carbón, la tierra que habíamos echado que salía alguna como terrones cocidos, que se machacaban y se hacian polvo. Se había cogido el carbón y se había apilado, con cuidado de que no llevara fuego. Se miraba una ceniza blanca que llamábamos palomilla, le echábamos agua que para eso era el cubo o lata. Ya está el carbón apilado. Lo que queda es el alfanje, ese círculo negro que vemos cuando vamos de senderismo. Ya lo que falta es buscar el remitente o comprador. Se vendía por arrobas. Se porteaba con mulos o burros. Según la distancia, así se cargaba el animal. Pero para que fueran cómodos, la carga de los mulos era de unas 15 arrobas, repartida entre dos ceras, los burros a 9 ó 10 arrobas; siempre mirando la distancia donde tenían que llevar la carga. No en sacos, como he leído en el parque de los alcornocales. El saco lo llevaba el arriero para que el carbonero le regalara una mocheta para su casa. La cera era redonda y se llenaba y terminaba achaflanada, con sus cabezales de carbón y emboce de mata. La parte más alta de la cera se ponía en el lomo del animal, cuando el animal fuera cargado y no topara en las veredas.



Se han hecho hornos que han sacado más de 1.000 arrobas de carbón. Hacerlo pequeño tiene sus ventajas: si se te quema hay menos pérdidas. En los ranchos de carbón había un hombre dedicado a darle vueltas a los hornos. Se le llamaba el cocedor. El buen cocedor es el que consigue que no salga leña que no sea carbón, si no, tiene que volver a hacer un horno pequeño, que se le llamaba tizada. El buen cocedor es el que no tiene que hacer tizada. También se hacía carbón de fragua. Para ese se hacía un boquete en el suelo y se hacía de cepa de brezo la blanquilla. El último carbón que vendió mi padre en el año 63, lo vendió a 7,50 pesetas la arroba. Lo que había sido una forma de vivir para muchas generaciones, se vino abajo con el butano.

Dedicado a los carboneros, a sus familias y a mis amigos Paco Vera y José Manuel.

El Niño Las torres
Slide de Fotos: Centro de Educacion de Adultos Xemina

 Las fotografías fueron tomadas por Diego García Sánchez en la finca La Potrica durante las labores de rozo y limpieza del monte..

14 de noviembre de 2011
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