Me lo pido... por José Antonio Hernández Guerrero


Los amigos a los que he preguntado qué piden a este año nuevo me han respondido que lo único que desean es salud. Como es natural, se refieren a la salud del cuerpo. En sus comentarios posteriores, la mayoría me ha dado a entender que, para ellos, la salud es un regalo que, como ocurre con la lotería, depende de las caprichosas manos del azar. En mi opinión, sin embargo, el cumplimiento de este deseo de salud depende, en gran medida, de la voluntad y de la habilidad con la que alimentemos las energías corporales y el equilibrio espiritual. Con bastante frecuencia somos nosotros los que, con nuestros hábitos nocivos, contribuimos a deteriorarla sobre todo, si abandonamos los cuidados que exige la salud mental.


Creo que, a medida en que vamos cumpliendo años, deberíamos revisar, sobre todo, los frenos con el fin de tenerlos a punto para controlar las emociones, para, por ejemplo, no emborracharnos de euforia ni dejarnos abatir por el pesimismo. Ya sabemos que, durante este año, en el que, a consecuencia de la crisis, aumentarán los problemas económicos, sociales y políticos, también crecerán las ilusionadoras promesas y las amargas frustraciones.

Para paliar, en lo posible, los previsibles trastornos mentales deberíamos evitar entusiasmarnos demasiado con esos planes atractivos y con esos proyectos halagüeños sobre el año de La Pepa con los que los políticos intentarán estimular nuestras ilusiones de crecimiento y nuestras esperanzas de una vida más confortable. Todos conocemos el disgusto profundo que generan las promesas incumplidas y el dolor intenso que nos causan los desengaños, cuando se descubre su vaciedad o su inconsistencia.

Si es mala la apatía en la que caemos cuando carecemos de metas estimulantes, peor es el golpe que genera la frustración, ese sentimiento de fracaso, de desencanto íntimo, de profunda desilusión, de intensa tristeza por no alcanzar un objetivo, por comprobar que los resultados no corresponden a las promesas. Pero, a mi juicio, todavía más descorazonador nos resulta comprobar que esos proyectos en los que habíamos cifrado todas nuestras esperanzas, cuando se hacen realidad, ni sacian los deseos ni resuelven nuestros problemas. Por eso hemos de desconfiar de los que emplean las estrategias ilusionistas para desviar la atención de los ciudadanos de otros problemas que son más graves, más urgentes y más difíciles de resolver como, por ejemplo, la agilidad de la justicia, la reforma laboral, los desequilibrios económicos, la educación y la investigación.
José Antonio Hernández Guerrero

30 de diciembre de 2011
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