Cata de Libros: "Los Cadáveres Exquisitos" de Guillermo Ortega.


Traemos a nuestra sección "Cata de Libros" el primer capítulo del libro de Guillermo Ortega "Los Cadáveres Exquisitos".
Guillermo es un periodista muy vinculado al Campo de Gibraltar  (trabajó en Europa Sur) y a Jimena .
Su padre y su abuelo eran jimenatos.
Su padre fué gerente del hospital Punta Europa.
Su abuelo fué médico en jimena durante la república hasta la Guerra civil.


La llamada (1)

Debía llevar más de cinco minutos así, recibiendo directamente
sobre su cabeza el chorro de agua fría que salía con fuerza de la alcachofa.
Al menos eso le aliviaba un poco el indecible dolor que sentía
en las sienes. Antes de entrar a la ducha era como si se las hubieran
estado marcando con un hierro al rojo vivo. El cuadro se completaba
con un intenso mareo y unas acuciantes ganas de vomitar, así como
un ligero temblor que le sacudía todo el cuerpo y que le hacía recordar,
en algún lejano rincón de su cerebro donde todavía había signos
de actividad, que quizás fuera conveniente tomar algo sólido, porque
si no podía caer redondo de un momento a otro.
Con todo, lo peor era haberse abonado a ese dolor, estar acostumbrado
a esas alturas a que fuera su compañero todas las mañanas,
con mayor o menor intensidad. Tiempo atrás todavía le asaltaban los
remordimientos, se prometía que sería la última vez, que llevaría una
vida menos insana, más sensata. Pero ya no se engañaba, se conocía
demasiado como para eso. Se despertaba con la lengua como la suela
de un zapato y corría a la nevera en busca de la cerveza salvadora, la
que restituyera el volumen de alcohol en sangre a su nivel habitual.

Javier tenía 42 años y era alcohólico. Si hubiera ido a alguna
sesión de Alcohólicos Anónimos se habría presentado justo de esa
forma: “Hola, me llamo Javier y soy alcohólico”. Pero eso ni se le pasaba
por la cabeza. A los que iban a esa clase de reuniones los tenía
por unas nenazas.
En un día cualquiera, Javier no se habría levantado así, no habría
ido en busca del chorro de agua fría de la ducha, sino que se hubiera
quedado tirado en la cama toda la mañana, en un duermevela que se
prolongaría hasta bastante más allá del mediodía, sobre unas sábanas
que no cambiaba con la frecuencia deseable. Mientras más tiempo
pasara en la cama, menos ocasión tendría para gastar ese dinero que
cada vez escaseaba más, que le llegaba, si acaso, para pagar las facturas
y algunas latas de conserva para darle algo de comer al cuerpo, que
por lo demás se nutría exclusivamente de cervezas y whisky. En casa
o, cuando podía permitírselo, en los bares en los que antes fue el amo
y ahora sólo un tipo con una tendencia ya un poco pertinaz y molesta
a pedir que le fiaran las consumiciones.
Por lo menos tenía casa propia en el centro de Madrid, sesenta
metros cuadrados con balcón y a tiro de piedra del Palacio de la
Ópera. Era lo único que le quedaba de los tiempos gloriosos. Llegó a
tener otras dos, pero las terminó malvendiendo. Y el poco dinero que
sacó por ellas se fue tan rápido como si lo hubiera arrojado por un sumidero.
Si esa mañana había hecho una excepción a su regla de dormitar
hasta las tantas era por un buen motivo: poco después de las nueve
había sonado su teléfono y, al otro lado del auricular, un tipo que dijo
trabajar en la concejalía de Cultura de Deifontes le preguntó si estaba
al habla con el manager de Los Cadáveres Exquisitos. Javier, que apenas
había dormido dos horas y no sabía a ciencia cierta si estaba vivo
o muerto, no se detuvo en dar explicaciones y contestó que sí.
En realidad no era el manager, sino el líder de la banda, su cantante,
guitarrista y único compositor. Del manager tuvieron que prescindir
cuando ya se habían torcido las cosas. La verdad es que fue él
quien dejó al grupo, fundamentalmente porque, por mucho que la
comisión que cobraba por sus servicios fuera del veinte por ciento, el
veinte por ciento de nada es nada, y eso, se mirara por donde se mirara,
no compensaba.
Algo le hizo presagiar, incluso en el bajísimo porcentaje de actividad
mental que acreditaba en ese momento, que el interlocutor tenía
algo agradable que proponerle, así que se dispuso a prestarle toda
la atención de la que era capaz.
Pese a su escasísima lucidez, o puede que por eso, no preguntó
dónde diablos estaba Deifontes, aunque por otra parte, si le hubieran
dicho que había un pueblo con tal nombre, no lo habría creído. El señor
del teléfono, siempre amable y educado, le aclaró que era una localidad
de la provincia de Granada, situada a poco menos de veinte
kilómetros de la capital y bien conectada con la carretera que lleva a
Jaén.
Le contó a renglón seguido que en dos semanas comenzaban allí
las fiestas patronales, en honor al Cristo de Vera Cruz y a la Señora
de los Milagros, y que la concejalía había considerado la posibilidad
de contratar los servicios del grupo, si es que éste estaba disponible.
Javier no pudo evitar una sonrisa cuando oyó esto último: que si
estaba disponible. Tentado estuvo de confesarle que por supuesto que
lo estaba, que su disponibilidad no sólo era para esa fecha, sino prácticamente
para todo el verano; que la gira, si es que así podía ser denominada,
estaba siendo un absoluto fracaso y que, de hecho, a esas
alturas, ya entrado el mes de agosto, el tour sólo había incluido cuatro
citas, de las cuales una, la única que organizó un promotor privado,
tuvo que anularse porque en la taquilla anticipada sólo se había
vendido la ridícula cifra de tres entradas.
Se incorporó ligeramente, cogió el tabaco de la mesilla de noche
y extrajo un cigarrillo que empezó a saborear lentamente, mientras
escuchaba la explicación del funcionario y mentalmente daba las
gracias a su antiguo manager por haberle facilitado su número de teléfono
particular. Aunque habían terminado fatal -uno le reprochaba
al otro que no le consiguiera conciertos y el otro le replicaba que con
una banda acabada y un líder alcoholizado nada se podía hacer- no
podía sino reconocerle que había tenido un bonito gesto.
Javier García Pulido, antaño amo del cotarro, no tomó la palabra
hasta que al otro lado de la línea dejó de escuchar una voz, lo que
interpretó como señal de que la propuesta ya estaba formalmente
realizada. Ni siquiera se había enterado de si el hombre ya le había
hablado de números, lo que para el caso no le importaba. Estaba deseando
decir que sí, pero como no quería dar la impresión de que estaba
desesperado, respondió que en principio le parecía que esa fecha
la tenían libre, pero que no le cogía en su despacho y que tenía que
comprobarlo. Se comprometió a devolverle la llamada en cuanto lo
confirmara y volvió a sonreír cuando el hombre de Deifontes le rogó
que fuera lo antes posible, porque tenían que cerrar el programa.
Omitió, eso sí, que la de Los Cadáveres Exquisitos no había sido
la primera opción del Ayuntamiento y que sólo recurrió a ellos a
última hora y porque la banda que ya tenían contratada, Andando
Deprisa, había tenido que cancelar su gira debido a uno de esos imponderables
del directo: el cantante, días atrás, se había lanzado desde
el escenario de la Plaza Mayor de La Rambla, en la provincia de Córdoba,
con el cuestionable propósito de partirle la cara a un espectador
que llevaba toda la noche faltándole el respeto. La caída en sí no le
hizo mucho daño, pero una vez abajo no tardó en darse cuenta de que
había calibrado mal la cosa. Desde lo alto de un escenario es fácil que
las perspectivas sean erróneas. Frente a frente, su adversario le pareció
mucho más temible, pero aun así, envalentonado por la situación,
se atrevió a lanzarle una patada en los testículos. Con lo que no contaba
era con que el tipo que tenía delante era el único cinturón negro
tercer dan de taekwondo del lugar. Que también es casualidad. Y ese
tipo de personas, después de recibir una patada en semejante sitio, es
capaz de cabrearse muchísimo. El cantante en cuestión ingresó poco
después en un centro hospitalario de Montilla con múltiples fracturas
y contusiones. Y eso que el taekwondoka, instado por sus amigos
-“No le des más, Paco; déjalo, hombre, que lo vas a matar”, le aconsejaban,
aunque flojito, diríase que sin tomarse esa defensa del débil
como una cuestión de Estado, porque sabían cómo podía llegar a ser
ese hombre a las bravas y en ésas lo mejor era estar a varios metrosdio
la tarea por finalizada al cabo de no más de medio minuto.
En la ducha, Javier empezó a pensar en la perspectiva que se
le ponía por delante. Era duro ordenar los pensamientos mientras
le seguían marcando con hierros candentes, pero otros cinco minutos
después, cuando recibía un potente chorro en la nuca, ya tenía un
plan más o menos trazado. La posterior cerveza y un segundo cigarrillo
le dieron aún más solidez. Por la tarde daría una respuesta afirmativa
a la proposición, porque lo contrario sería una insensatez, pero
antes tenía que localizar a los demás, y eso no era siempre tarea sencilla.
Descolgó el teléfono de nuevo y marcó un número que se sabía
de memoria. Esperó varios tonos y terminó cortando porque, ni nadie
cogía la llamada, ni tampoco había un contestador al que dejarle
un mensaje. Buscó entonces en su agenda hasta que dio con otro número,
éste de un móvil. Pero una voz femenina fría y premeditadamente
impersonal, que le pareció de lo más descortés, le informó de
que el abonado tenía el teléfono apagado o fuera de cobertura. Chasqueó
los dientes como para decirse a sí mismo que debía haberlo
imaginado: Baltasar no era un hombre de móviles, así que tendría
que ir a buscarlo. Menos mal que, a menos que hubiera cambiado de
costumbres de buenas a primeras, sabía dónde encontrarlo. Eran casi
las diez de la mañana cuando cerró la puerta de la casa, de la que le
costó un mundo salir porque la resaca, pese a todo, persistía.

1) Los nombres de cada uno de los capítulos de este relato remiten a títulos
de canciones. En este primer caso pensé en ‘The call up’, un tema incluido
en el ‘Sandinista!’ de The Clash. En español, su acepción sería la
de una llamada a cumplir el servicio militar. Me pareció adecuado porque
al fin y al cabo se estaba hablando de un grupo que estaba casi todo
el tiempo inactivo y que de pronto recibe una propuesta para tocar, una
llamada a filas. De todas formas, hay muchísimas otras canciones con referencias
a llamadas. Sin ir más lejos, ‘London calling’, doble elepé de
The Clash, obra cumbre de la raza humana y prueba irrefutable de que
la vida merece la pena.
(Nota del autor, como las posteriores al final de
cada capítulo)

19 de abril de 2012
comentarios gestionados con Disqus

El Rincón de...

El Rincón de Contreras El Rincón de María El Rincón de Calvente El Rincón de Isidoro El Rincón de Gabriel El Rincón de Lupe El Rincón de Doncel El Rincón de Paqui
Comentarios recientes
TJD RECOMIENDA