De bien nacido es ser agradecido, por ello no quiero que pase más tiempo, espero que lo entiendan, para dedicar esta columna a la Ciudad que me acogió: Jimena de la Frontera.A más de ciudadano del mundo y natural de donde mandan el azar y la genética, el hombre es paisano del lugar donde vive, del sitio que le acoge.
Hace ya más de 36 años, me abrieron los brazos de la amistad, aquí, donde “el castillo truncado, el pueblo vertiéndose en sus olas, el puente que recobra su tallo y lo anilla”, según el poema que Jorge Urrutia dedicó a la ciudad de Jimena, cuyo castillo nos da sombra.
Jimena es historia desde que la historia existe. A veces historia apagada. Otras, historia trepidante.
Los libros hablan de las pinturas antiguas del abrigo Laja Alta, al fondo de la garganta de Gamero, de la población prerromana y de la que trajo el imperio de los césares, de la dominación visigoda y bizantina, de la aculturación con los pueblos musulmanes.
Los políticos solemos utilizar la frase: “los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla”. No siempre es cierto ese pronóstico, pero cuando se cumple, solemos estar a un paso del desastre.
De ahí y según mi criterio, la importancia de los aspectos notables de la cultura nuestra, cuando la cultura es la mejor educación de la libertad.
Leopoldo de Luís dedicó un excelente soneto al castillo:
“La ruina es de una trágica hermosura,Su lectura me dio pie a que yo siempre haya defendido que nuestra obligación presente estribe en que las ruinas dejen de serlo y se conviertan en recuerdos vivos y candentes.
de una remota gloria combatida”.
No es bueno que el hombre olvide su cara porque estará olvidando su identidad. A menudo, una cicatriz sirve al menos para recordar que una vez estuvimos heridos.
Rindo humilde homenaje a Diego Bautista Prieto, escribiendo uno de sus versos:
“Oh, silencioso castillo,Estoy seguro que muchos de los que leáis esta columna, que me conozcáis, me entenderéis.
y la distancia me oculta
las heridas que te hicimos”
Inicié mi andadura política institucional, en esta localidad. El apoyo inconmensurable de mis convecinos fue catapulta para otras responsabilidades. Aún después de cerca de 18 años que renuncié a la Alcaldía, gozo de gran estima y consideración. Jamás fui sectario, intenté ayudar a todos independientemente del color político de su indumentaria.
Los socialistas, durante más de 30 años, hemos demostrado nuestro afán para que Jimena dejase de ser la Cenicienta de la Comarca, de aquí viene lo de los tocinos de cielo, que me imputaba mi entrañable compañero: Paco Niebla. Fue su venganza, porque según él, yo: “exponía una gota de agua, cuando él exponía la inmensidad del mar”. Defendíamos en 1979, en la Diputación Provincial, en presencia de todos los Alcaldes de la Provincia, la necesidad de que a nuestros Municipios se les prestase mayor ayuda. Reconociendo los problemas de La Línea, no podía renunciar a la oportunidad de exponer los de Jimena, igual de necesitada.