El alimento cultural, por José Antonio Hernández Guerrero



La cultura, entendida en su sentido más amplio, como una dimensión constitutiva de nuestra presencia humana en nuestro tiempo y en nuestro espacio, exige que la alimentemos permanentemente. La inanición cultural también nos produce debilidad mental, enfermedad psicológica y muerte social. De la misma manera que nos ocurre con la nutrición corporal, si la dieta cultural no es sana, equilibrada y completa, podemos adelgazar o engordar de una manera peligrosa.


Por eso, hemos de elegir cuidadosamente los alimentos y dosificar de forma acertada los ingredientes que incluimos en los menús culturales. Si no administramos las actividades culturales en su justa medida y en su momento adecuado también pueden empacharnos y provocarnos vómitos. Como ocurre con la anorexia y con la bulimia, los trastornos alimenticios culturales se caracterizan por su cronicidad, por su resistencia a los tratamientos y por sus sucesivas recaídas. Aunque es frecuente que algunos de los pacientes -eruditos o especialistas- lleguen a presumir creyendo que la hinchazón o la delgadez culturales les proporcionan una imagen más atractiva, lo cierto es que, contemplados con cierta perspectiva, nos producen una impresión lamentable o, al menos, cómica.
Los desequilibrios culturales, de manera análoga a los desórdenes alimenticios, generan deformidades e hipertrofias, y pueden producir unas consecuencias tan peligrosas como la desgana, la apatía, las repugnancias, las arcadas, la desnutrición o el raquitismo. Si pretendemos alimentarnos culturalmente para que crezcan armónicamente las diferentes dimensiones que nos definen como seres humanos, hemos de ampliar el abanico de nuestros gustos y, sobre todo, hemos de cultivar nuestra sensibilidad para ser capaces de analizar y de disfrutar de las creaciones artísticas antiguas y modernas. El camino más seguro para lograr dichas metas no es el de estudiar mucho o leer todo, sino seleccionar cuidadosamente las lecturas y elegir acertadamente las actividades usando como criterios nuestro proyecto personal de ser humano y nuestro ideal de íntimo bienestar.
Los alumnos, a veces, aborrecen la literatura, la música, la pintura o las matemáticas, por la forma atosigante en la que han “empollado” los libros. Todos conocemos a superespecialistas, por ejemplo, en Matemáticas que son incapaces de recrearse con un cuadro de Van Gogh, con una melodía de Stravinsky o con unos versos de Jorge Guillén o, a la inversa, no es extraño escuchar a literatos que presumen de ignorar las cuestiones más elementales de la física, de la química o de la biología. Si nos situamos en el ámbito de la cultura popular, es frecuente encontrar, por ejemplo, a aficionados al carnaval que aborrecen el flamenco o, por el contrario, a expertos en flamencología que desprecian los tanguillos y los cuplés.
Aunque no podemos ser especialistas en todas las materias, sí deberíamos esforzarnos por poseer las nociones suficientes para comprender las explicaciones adecuadas de los profesionales cualificados que empleen un lenguaje riguroso, directo asequible y, en la medida de lo posible, agradable y bello. Los alimentos culturales han de ser saludables,  nutritivos, apetitosos y, también, gratos al olfato, a la vista y, por supuesto, al paladar.
Permítanme –queridos amigos- que les advierta del riesgo de "saturación" que puede originar la abundancia de actos en este 1012 en el que conmemoramos la aprobación de la La Pepa, y que me atreva a pedir que cuidemos las actividades que se organizan y que potenciemos las más provechosas para despertar el interés por la lectura, en general, y por la lectura de la literatura, de la buena literatura, en particular.

23 de mayo de 2012
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