Las vacaciones nos proporcionan la ocasión propicia
para dormir y para soñar, esas dos actividades tan eficaces y tan baratas que,
al mismo tiempo, nos ayudan a descansar y a divertirnos.
Las historias que
protagonizamos mientras dormimos como las que elaboramos cuando estamos
despiertos, amplían los estrechos límites de nuestras experiencias cotidianas,
nos proporcionan goces y, también, nos producen unos dolores que, en ocasiones son
agudos, pero que la mayoría de las veces nos evitan las consecuencias realmente
negativas de los actos que realizamos en plena vigilia: nos hacen intérpretes de
acciones que, "realizadas realmente", nos harían correr peligros
graves y amenazarían nuestra salud o, incluso, nuestras vidas.
Hemos de
advertir, sin embargo, que para mantener el equilibrio psíquico, sólo es
necesario que aceptemos una condición: que marquemos claramente los límites que
separan la realidad del sueño.
Les confieso que, durante los paseos matutinos que
estoy realizando estos días de poniente por el Balneario Victoria, aprovecho para
olvidarme durante un rato de las inquietudes y de los pronósticos que los
medios de comunicación –tanto los afines al Gobierno como los más próximos a la
oposición- nos hacen sobre ese futuro inmediato cubierto de densos nubarrones.
Reconozco que, a veces sueño, con la realización de los proyectos económicos,
urbanísticos, educativos, culturales, deportivos y sociales que se han
elaborado para conmemorar el segundo centenario de la Pepa y que me he
imaginado, por ejemplo, recorriendo el nuevo puente,
viajando en el AVE y aplaudiendo el ascenso del
Cádiz.
Pero, ya que se trata de soñar, he apoyado mi
reflexión en ese conjunto de valores permanentes que como la amistad, la
generosidad y la tolerancia, definen –a juicio de algunos- nuestra peculiar
idiosincracia. Qué bien nos iría si esta nuestra naturaleza mestiza de tiempos
y de civilizaciones, acogedora, rica, profunda, culta y universalista,
equilibrada y profundamente humana y humanista, se completara con la reflexión,
con la laboriosidad y con el diálogo. Sólo así construiremos una Provincia que,
sin olvidar la tradición, se encamine a un futuro que ha de hundir sus raíces
en la autenticidad de un patrimonio cultural rico y vivo. Frente a una sociedad
competitiva y deshumanizada, copia de los mitos televisivos, hemos de cultivar
esos rasgos humanistas, solidarios e integradores que, como humus, nos alimente,
como tierra fecunda nos sostenga y como clima estimulante nos enriquezca con
nuevas ideas y con proyectos renovadores.
Desde una perspectiva realista, razonable y positiva,
tras un análisis riguroso, de nuestras posibilidades y de las dificultades,
deberíamos aprovechar la oportunidad para iniciar una nueva etapa que estuviera
apoyada en la construcción de un entramado ciudadano, mediante
la apertura de cauces de diálogo, de discusión y de debate, y a través de un
diseño de vías de colaboración de todos los ciudadanos y de aquellos colectivos
que tengan ganas, ilusiones, ideas y medios. No sé si, soportando el peso de los
tópicos repetidos durante siglos, podremos proyectar una imagen seria, de
decidido compromiso con el trabajo y con la modernidad. Tras soltar algunos de
nuestros atávicos lastres, deberíamos analizar minuciosamente y desmentir con realidades
muchos de esos lugares comunes y, al mismo tiempo, orientar nuestros esfuerzos
por unos caminos diferentes a los del anquilosamiento y del ensimismamiento más
estériles. Insistimos en que imaginar también es una manera de realizar hechos
y de vivir la vida.