Acudí con la ilusión de aprovechar esta oportunidad para dejar constancia de mi agradecimiento por los beneficios que allí recibí, para transmitir mi entusiasta felicitación por las metas que, durante este dilatado periodo, ustedes han alcanzado, y para formular, de manera clara, mi incondicional disposición de seguir estando a vuestro servicio.
Aquella emotiva ocasión me proporcionó un escenario singular para dejar constancia del reconocimiento a los trabajos que allí desarrollaron varios sacerdotes, en especial, el primer párroco de la Estación de Jimena, el padre Tomás Nieto Crespillo: un hombre bueno, servicial, humilde, trabajador, amante y amado de sus feligreses. El padre Vicente Domínguez, aquel sacerdote sencillo, imaginativo y artista; el padre José Ramón Guerrero Amaya, tan joven, tan elegante, tan familiar y tan bueno. Les prometo que otro día regresaré para hablarles de los sacerdotes buenos que aquí han nacido, como, por ejemplo, los hermanos Macías y el padre Bueno y de los que aquí han ejercido el ministerio, como el padre Mariano, el padre Sánchez o el padre Alegre, a los santeros, a los archiveros, a los monaguillos y, por supuesto, a las monjas del Amor de Dios.
Reitero mi gratitud a don José Regueira -ese farmacéutico humano, humanista y humanitario, el editor de Retazos- por su generosa y fecunda amistad. Y, por supuesto, agradezco las palabras cordiales y amables de Keti. Gracias, a don Antonio Nuño, por la confianza que refleja con su invitación: ya sabe que me tiene a su servicio. Y gracias a todos los amigos que asistieron. Un abrazo cordial de José Antonio.
