El candidato Romney no quiere seguir el camino de España. Pero España no debería seguir el camino de Romney. Ni el de Obama. Llevamos sesenta años haciéndolo y lo único que hemos conseguido es venderle a la Casa Blanca más soberanía que al Bundesbank. Esta misma semana le hemos prorrogado el acuerdo para que puedan seguir utilizando Rota y Morón como si fueran un portaviones a orillas del mediterráneo: puro Irak y Libia, pura Siria o Irán, sin Palestina que valga; de la primavera al otoño árabe en un plisplás, como ha vuelto a alertar el sabio Pedro Martínez Montávez durante la reunión de la sociedad española de arabistas que ha tenido lugar en Sevilla.
Puro Israel en suma, ¿a qué engañarnos?, cuando el voto judío, el afroamericano, el italiano, el irlandés, el griego o el hispano que vino del sur de América, pueden poner la Casa Blanca en bandeja. Al Premio Nobel de la Paz le faltó tiempo para mirar hacia otro lado cuando masacraban niños en la franja de Gaza. Y no creo que Romney fuera a darle cuartelillo al relator de la comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas y poner en cuestión la tortura que sigue practicándose en Marruecos. Con su rey y su primer ministro, por cierto, se entrevistó Mariano Rajoy esta semana cuando los euros y la diplomacia tapaban las banderas patrias sobre el Peñón de El Perejil o el de Vélez de la Gomera. ¿Será que ya no se habla del Sáhara porque el Tío Sam construye una base en Tan Tan para combatir a los forajidos de Al Qaeda del Magreb Islámico?
Pepe Isbert sigue dando un discurso eterno mientras el escudo antimisiles cruza a las afueras del pueblo para impedir que un exocet de segunda mano irrumpa en nuestros desayunos de café con churros. Seguiremos esperando la leche en polvo del Pentágono, mientras que en esa Andalucía que bate plusmarcas de paro y a cuya Junta estrangula económicamente el gobierno central, Rota aguarda a que llegue una muchedumbre de marines para alquilarle a buen precio las casas vacías a partir del bluff inmobiliario.
Con el sistema Aegis, la vieja España sin huertos, sin melón ni calabaza, quizá desee que se multipliquen otra vez como panes y peces las licencias de taxis e incluso las güisquerías. Sin importar demasiado que cualquier muyaidín venga a inmolarse por ello hasta El Puerto de Santa María o que la próxima feria de Chipiona termine acaso con un castillo de fuegos artificiales tras la explosión del reactor atómico de cualquiera de los cuatro buques que nos enviará el Pentágono; cargados, eso sí, con cientos de esos gorros tan chic de Frank Sinatra y de Gene Kelly, de las películas de Fassbinder, de los anuncios de perfume o de camareros de La Sureña.
Las encuestas dicen que ya no nos ponen ni PP ni PSOE. Votemos entonces a Mr. Marshall, cambiemos la ceja por un asno y las gaviotas por un elefante. Pídámosle asilo político a la Reserva Federal o al depósito de lingotes de Fort Knox y quizá logremos que la delegada Cifuentes herede el gobierno de California de manos de Schwartzeneger. Y como aquello ya es un estado federal, quizá Artur Mas podría declarar a Cataluña como Estado Libre Asociado. Más bien veo a los legionarios de Cristo conviviendo con los Amish. Allí, al menos, todavía se ruedan películas y se conceden becas, aunque la seguridad social es muy parecida a la que nos están dejando. Cantaremos barras y estrellas, un himno que al menos tiene letra. Y juraremos su Constitución republicana, con todas sus enmiendas.
Aunque, sinceramente, no creo que el Séptimo de Caballería venga a defendernos de las bombas de racimo de Morenés, de las ventoleras de Ruiz Gallardón,, de Mayor Oreja o de los antidisturbios y que, probablemente, también en el Far West, condenen a Guantánamo o a las reservas indias a los pijos ácratas y a los sindicatos que hoy saltan a la calle contra los presupuestos infernales del Estado; a quienes coman bocadillos por la vía pública y a quienes no puedan ni siquiera comerlos; a quienes se manifiesten ante la Cámara de Representantes o a los jueces que pretendan investigar los crímenes del general Custer.
Votemos por Mr. Marshall. No admitan imitaciones ni franquicias. Así, al menos, en los debates televisados, los candidatos dejarían de hablar mal de España, por la simple razón de que también necesitarían nuestros votos. Como allí los congresistas cobran, será una pena perdernos, eso sí, a María Dolores de Cospedal asistiendo de mantilla a esas ceremonias tan raras que tienen lugar en Washington y en Andalucía: comisiones de investigación, creo que les llaman.
Lo peor, sin duda, sería despertarnos sin saber a ciencia cierta donde queda ese país que ahora le toque defender a nuestros muchachos o preguntándonos si tal vez, en el fondo, también hemos llegado tarde para nacionalizarnos como estadounidenses. Lo mismo tendríamos que mirar a China, que ahora manda casi tanto como las trasnacionales y las corporaciones financieras. Habría que votar poco, eso sí. Pero al menos el gobierno de Pekín nos concedería un crédito blando para poner un bazar de todo a un euro; incluyendo nuestra dignidad, nuestra esperanza, los siglos de lucha obrera y esos últimos treinta años en que hemos creído ese formidable cuento chino de que estábamos construyendo una democracia.
Fuente: publico.es