El desarrollo tecnológico permite ir produciendo cada vez en mayor cantidad y calidad bienes y servicios. En este proceso histórico, que supone en definitiva la creación social de conocimiento, se acumulan ingentes cantidades de energía procedente de millones de seres humanos para formular en primer lugar una teoría, desarrollar la investigación básica consecuente, producir conocimientos aplicables y la tecnología necesaria para producir lo que sea.
Al final de esta enorme cadena se encuentra un sistema de patentes que sólo reconoce la autoría de la innovación a quien se presente en las oficinas para registrarlas, haciendo caso omiso del enorme esfuerzo colectivo que ese descubrimiento supone. Y ¿Quién tiene capacidad para privatizar esa enorme cantidad de energía humana? Como arañas expectantes en su tela, las grandes marcas, firmas, corporaciones… realizan las maniobras precisas para captar cualquier indicio que les permita apropiarse del fruto del trabajo colectivo.
Los impuestos de toda la ciudadanía mantienen en funcionamiento a las universidades. Todas las universidades, incluso las mal llamadas “privadas”, ya que en primer lugar las universidades privadas son pagadas por el dinero “privado” de quienes ha podido acumular la plusvalía del trabajo de otras personas y de esta forma consolidar una pequeña o gran fortuna. Y en segundo lugar porque al contratar al personal investigador y docente formado en las universidades públicas recogen el fruto fraguado en las universidades públicas que se sostienen con el dinero de todas y de todos. Estas universidades generan un proceso de creación y difusión del conocimiento, formando al personal investigador que será reclutado por las grandes corporaciones para realizar las aplicaciones precisas que les generaran pingües beneficios, mediante la comercialización de los productos o la venta de los derechos de aplicación de las patentes.
Este enorme esfuerzo investigador y de innovación tecnológica podría en poco tiempo, unas cuantas décadas, extender a toda la población mundial las bondades de los descubrimientos científicos en todos los campos de conocimiento, haciendo la vida humana, más sostenible en equilibrio y respeto con el medio natural donde viven. ¿Por qué entonces eso no ocurre? ¿Por qué sigue la jornada de 8 horas inamovible desde finales del siglo XIX? La no reducción del tiempo de trabajo, e incluso el cuestionamiento del trabajo mismo como obligación humana no tiene fundamento alguno en el actual estado del conocimiento y desarrollo tecnológico. Fdo Rafael Fenoy Rico Comunicación CGT Enseñanza
Articulo La obsolescencia programada II la nueva condena de Sísifo
Este enorme esfuerzo investigador y de innovación tecnológica podría en poco tiempo, unas cuantas décadas, extender a toda la población mundial las bondades de los descubrimientos científicos en todos los campos de conocimiento, haciendo la vida humana, más sostenible en equilibrio y respeto con el medio natural donde viven. Pero la privatización del conocimiento enturbia estos loables fines pervirtiéndolos al subordinarlos al mayor fin de todos para estas grandes marcas, empresas y corporaciones: “Obtener el mayor beneficio”. Después de más de dos siglos desarrollando nuevas formas de producir objetos y servicios, deberíamos haber conseguido los humanos sacudirnos del yugo del trabajo, haciendo de la libre cooperación entre humanos el elemento esencial para organizar toda la producción de los bienes y servicios necesarios mediante maquinas.
Es hoy posible producir objetos que tengan duraciones extraordinarias, tanto los materiales que se pueden utilizar y los procesos productivos que en estos momentos ya se utilizan. Sin embargo el gran capital apuesta por un modelo donde las cosas fabricadas deben tener una vida efímera, pasajera y de esta forma condenar a toda la especie humana a seguir trabajando para comprar sin solución de continuidad otros objetos que los sustituyan, creando además el ciclo de destrucción de materiales (que llaman eufemísticamente reciclaje) que sostiene esta condena de Sísifo, personaje mitológico que fue obligado a empujar eternamente una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio. Tan disparatado sinsentido fue analizado por Albert Camus, anarquista y Premio Nobel de literatura, a los 44 años, por “el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy (1957)”. Concretamente en su ensayo filosófico titulado “el Mito de Sísifo” describe "El sentimiento del Absurdo” que provoca en las personas un sentimiento profundo de no ser nada y de su intrascendencia frente al cosmos, a su destino y a la historia, del que es posible escapar cuando los humanos actuemos ¡"como si" pudiéramos cambiar el universo!
Hoy estamos más cerca de esa posibilidad real al tener conciencia de nuestro poder como consumidores que consciente y colectivamente rechazan los productos que están fabricados bajo el principio de la obsolescencia programada. Rechacemos adquirir todo aquello que en su fabricación se haya planificado su degradación para que sigamos encadenados a la condena del consumo permanente.
Fdo. Rafael Fenoy Rico Comunicación CGT Enseñanza