Mi amiga republicana ... por Andrés Macías



MI AMIGA REPUBLICANA
Ayer partí a tu encuentro. Dirigí mis pasos hacia aquella legendaria frontera nazarí ; sí, hacia los dominios de la griega “Keimena”, de la árabe “Xemina” o de la actual, noble y fiel ciudad, conocida bajo el sinónimo de la esposa de Rodrigo, el de Vivar ....

Abandoné los límites de la Bahía para introducirme tierra adentro y tomar contacto directo con las cigüeñas que inician sus escarceos amorosos, apareándose y revoloteando jubilosas con su crotorar por encima de los numerosos nidos afincados a una y otra margen de la carretera, nada más verme rodeado por las luces y sombras de los ya frondosos alcornoques. Olí el eucalipto y aprecié el rabioso verdor de nuestro bosque.




Angeles, abuela predilecta, vibré y me estremecí contemplando el arranque de la primavera, origen incuestionable de otra nueva vida. Sorprendido, como en tantas otras ocasiones, observé el tímido vestido que las mimbres lucen y que, ahora, marcan límites a la Avenida del Cristo de la Almoraima, cuya espadaña parroquial, abajo en su nuevo templo, se eleva para hacerse notar al viandante.



En cualquier curva del camino que discurre por el ducado de los Medinaceli sentí acechante la mirada del águila real, el silencioso vuelo del búho o la sorpresiva y arrogante observación, descarada, de un ciervo próximo que, después del largo invierno, busca alimento entre matorrales, compartiendo con el dispar ganado la hierba tierna.



La frescura de la pertinaz lluvia, tras un leve respiro, se traduce en sensaciones que, con mayor intensidad, solemos apreciar quienes ubicamos nuestras primeras raíces en estos parajes, cargados de historia, todavía sin desempolvar en su plenitud. Este año, el pluviómetro alcanzó tal intensidad que multiplicó, con creces, la reproducción de las orquídeas silvestres “peozorras” que aportan mayor luminosidad al verdor herbáceo con su rabiosa blancura.



Ese tramo está marcado igualmente por la silueta centenaria de Castellar, el viejo, aquel que defendiera Juan de Saavedra, vigilado en su cumbre por las rapaces y protegido por la frondosa Almoraima; pórtico de entrada a nuestra campiña y singular valle que siempre quebranta el barco varado y resplandeciente de cal, recostado al fondo, sobre los límites levantinos de Los Alcornocales en la cumbre del cerro que es pórtico de la serranía rondeña.



He de señalarte que el bravo Horganganta, esa corriente espumosa y salvaje que posiblemente inspirara a Jorge Manrique en las “Coplas a la muerte de su padre”, - hay datos históricos de su estancia en estos lares siglos atrás coincidiendo con una de las tomas de Gibraltar - volvió a romper sus moldes.








Arrancó vigoroso desde las inmediaciones de la Sauceda, mostró su máximo rigor al abarcar su campiña; besó sus vegas antes de unirse al Guadiaro y acabó, remansado, en el mar, adónde “los ríos van a morir”, acariciando previamente con sus aluviones cotas sólo recordadas por quienes peinamos profundas canas; tan profundas como los surcos dejados en las tierras de labor indicando que, todavía, tiene caudal y reaños para perpetuar, más siglos, la vida en todos los órdenes de su competencia.



Al doblar una curva, como tantas y tantas veces tú sintieras, apareció la remozada silueta del convento; allá donde reside nuestra patrona. Y, estoy convencido, porque compartimos amor y respeto a nuestra “reina”, que la piel y el alma perciben otro “aire”: la devoción mariana que envuelve a su campanario y su claustro.



Se avecina el final del viaje, pero nos sentimos reconfortados. Respiramos hondo y olemos ese aire distinto y atractivo de unas raíces, tan viejas y profundas como nuestra historia. Ahí en ese territorio tuviste sensibilidad, corazón y agallas para dejar impresas tus vivencias. Gracias, querida abuela institucional – así lo quiso una corporación democrática – por dejar huella indeleble de un reciente pasado ... por recopilar algunas escenas del dolor que provocó aquel fratricidio incruento e innecesario. Historia, sí, pero a qué precio.



Ya, casi al final, tu corazón intensificó sus movimientos, al contemplar arriba, la mole de nuestro castillo. Donde jugamos y nos herimos siendo pequeños, saltando de piedra en piedra; donde enterramos añejos sentimientos, donde añoramos el pasado al vernos entre tantos amigos. Ahora florece el almendro... próxima ya la primavera, irrumpe el azahar de las huertas de naranjos y olivos retorcidos por el dolor y la tragedia. Seguimos, sin apenas quererlo, haciendo historia sin perder nuestra identidad, más olvidada que centenaria.



Bello y, apenas conocido terruño gaditano que disfruta, hoy, la paz y la libertad aunque a un elevado costo… ese que imponen, siempre, los poderosos caballeros “feudales”.



¡Qué bonita fecha para iniciar tu viaje! Con todo el cariño jimenato…



Andrés Macías

PD : 

Esta carta, más un afectuoso pensamiento destinado a una jimenata fallecida hace unos años, declarada Hija Predilecta por la Corporación Municipal, recoge algunos cambios de impresiones que tuve con ella y sus familiares en actos oficiales o, simplemennte, en el Restaurante Cuenca.
La redacté días después de su muerte.
Espero que os guste la descripción de "tal viaje" (equivalente a un desmedido y compartido amor por nuestro terruño).
 Un abrazo
 Andrés









19 de enero de 2013
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