Saldar una deuda ... por Francisco Quirós


Me llamo Javier, no hace falta que conozcan más de mi persona, lo realmente importante es lo que a continuación les relato.
Corría la década de los cincuenta del siglo pasado y me encargaban mi primer trabajo como perito. Les anticipo que no tengo la suerte de haber nacido andaluz, soy castellano viejo. Como les contaba, una gran empresa se disponía a realizar importantes trabajos en la zona y San Martín del Tesorillo era el centro de operaciones. Así que intenté situarme y localizar Tesorillo, todo fue en balde, Tesorillo no existía, al menos no venía en los mapas.

Transcurrían los primeros días de enero, era ya de noche cerrada, tras un largo e incomodo viaje, pude llegar a mi destino, no sin antes comprobar el pésimo estado de la carretera si aquello se le podía llamar carretera, si mala la carretera las condiciones del puente no se diferenciaban , de madera con grandes agujeros donde cruzarlo era casi una aventura.
Mi primera sorpresa fue observar la inexistencia de alumbrado público, no era la única carencia, las calles no estaban ni asfaltadas ni adoquinadas, su firme era de tierra, formándose gran cantidad de barro los días de lluvia, que por cierto aquel año muy copioso. Pronto descubrí muchas más, la atención sanitaria se reducía a un médico y un practicante con consultas en sus domicilios, no existían servicios básicos como recogida de basuras, red de agua potable, alcantarillado, etc., el agua había que transportarla desde una fuente ubicada en el centro de la plaza del pueblo donde se amontaban cientos de cantaros, garrafas y otros obligando a las mujeres aguardar pacientemente turnos de largas horas. Para colmo en verano los mosquitos eran una plaga, causa de ello era el riesgo de contraer paludismo.
Pensé que mi primer destino era una especie de castigo o prueba a superar, que aquel grupo de casas no se le podía llamar pueblo o algo que se le pareciera, visto lo visto, mi primera intención fue buscar la fórmula para marcharme lo más rápido posible.
Me hospedé en una pensión, con baño compartido no esperaba otra cosa , eso si desde el primer día me trataron como uno más de la familia, muestra de ello , en una ocasión sufrí unos achaques de salud, la señora posadera me trató como a un hijo más, eso y muchas más pruebas de afecto y cariño jamás las olvidaré, si el trato era exquisito, la comida no le iba a la zaga, que guisos más riquísimos , como cocinaba la buena señora, con el añadido que solo había una olla, la misma para la familia que para huéspedes. La mayoría de las gentes, salvos unas cuantas familias, residían en viviendas muy modestas, pequeñas, con muchas carencias, donde disfrutar de un cuarto de baño era un lujo al alcance de muy pocos. El trabajo mayoritariamente era agrícola, jornaleros eventuales que trabajaban de sol a sol, por un misero salario y no todos los días, siendo las dos principales labores la plantación del arroz y la limpieza de los canales de riego, que venían a mitigar en parte las penurias de la época, las familias esperaban como agua de mayo esas tareas para poder pagar en la tienda y de nuevo comprar fiado, mas que vivir subsistían esas buenas gentes
De inmediato el buen trato, la simpatía las ganas de complacer al forastero, el cariño en general, me fueron envolviendo, una sana costumbre que me llamó poderosamente la atención fue , que el saludo era obligado, no hacía falta que te conociesen, a diferencia de mi lugar de origen, me encantaba tanta amabilidad espontánea . Ejemplo del trato exquisito fue el que tuve con la encargada de la centralita de teléfonos, a los pocos días de conocernos, de solicitarle conferencias con Madrid, se erigió en mi fiel y desinteresada colaboradora, mi trabajo era fuera de la localidad en pleno campo, así que la central de mi empresa le transmitía las órdenes a la buena señora y ella a mí con suma amabilidad
Los tesorilleros se distinguían por ser solidarios, sin tener prácticamente nada, acudían al auxilio de lo más necesitados, recuerdo como se organizaban encuentros de fútbol benéficos, a los que acudían casi todo el pueblo, destinándose la recaudación para aquella persona que un grave problema generalmente de salud les acuciaba. Por cierto hablando de fútbol, por aquel entonces me cupo el honor y la satisfacción de jugar en el club local , en mi reciente visita tomando café en un céntrico bar, reconocí al excelente portero del equipo, Antonio León, al principio no me reconoció pero al decirle ni nombre, soltó una exclamación con taco incluido…………¡Javi el madrileño! , he de aclararles que por mi acento me identificaron con la capital del reino y ya hasta mi marcha fui “Javi el madrileño”.
Rememoramos, aquellos tiempos, las victorias épicas ante El Galería, El Rayo Linense, Los Leones etc., pero lo que más nos gusto recordar fue aquel encuentro donde en casa del eterno rival, ganamos el trofeo de su feria, un árbitro muy casero nos señalo en contra dos penaltis injustos los mismo que Antonio detuvo esas y otras paradas inverosímiles no permitió ganar el encuentro, al final nuestros seguidores y el resto del equipo, lo sacamos a hombros como si de un torero se tratase.
Cuando llegue me apee en la Plaza, lógicamente había cambios en su fisionomía, pero su esencia seguía idéntica, continuaba siendo el corazón del pueblo. Antonio se prestó acompañarme a dar un paseo por toda la población, pude comprobar la transformación positiva, pero no todo fueron buenas sensaciones, quedé apesadumbrado, por el estado de la que fuera otrora lujosa residencia de verano de los marqueses, lo que los tesorilleros venían a llamar Casita de Campo. En nuestro paseo mi acompañante me puso al día de todos los amigos comunes de aquel entonces, unos ya no estaban entre nosotros otros se marcharon, pero tuve la oportunidad de saludar a unos cuantos, les doy mi palabra que no suelo alterarme fácilmente, soy de naturaleza tranquila, pero ese día el corazón me latía mucho más fuerte de lo acostumbrado.
Si les cuento todo esto es razón que Tesorillo y los tesorilleros me conquistaron, no me pregunten porqué, ya que no sabía responderles. Después de trece meses y tres días, la misión que me encomendaron llegó a su final, la empresa me trasladó a Extremadura. El día de la partida la emoción me embargó por completo, me abrace a la sustituta de mi madre que no era otra que la señora de la pensión, no podía articular palabra y lo confieso las lagrimas afloraron, ya para siempre este pueblo con sus gentes quedaría en mi corazón. Pasaron los años, forme una familia, me han hecho abuelo en cinco ocasiones, a ellos les he contado como ante a sus padres, lo feliz que fui en San Martín del Tesorillo, paradojas de la vida de donde al principio quise huir y que marcharme me costó un hondo pesar, por eso he vuelto, porque estaba en deuda, al menos quería agradecer aunque fuese de forma silenciosa todo lo bueno que viví en ese bendito lugar.
Me despedí de Antonio nos fundimos en un fuerte abrazo con la promesa que nos veríamos en más ocasiones, les juro que como la primera vez que partí, la congoja y la emoción se apoderaron de mi persona.
Solo me queda dar las gracias porqué me trataron como a un tesorillero más, consiguiendo hacer fácil la lejanía con la familia, derrochando conmigo todo el afecto posible. Muchas gracias San Martín del Tesorillo, muchas gracias tesorilleros.
Habrán leído, escuchado, esa máxima que dice que la realidad supera muchas veces la ficción, este escrito es producto de la imaginación, pero les aseguro que conozco personalmente casos, que se identifican plenamente con nuestro protagonista, inclusive lo superan.


Francisco Quirós Ocaña (Pacurro)

25 de mayo de 2013
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