"Opulencia" por... José Antonio Hernández Guerrero


Las afirmaciones del premio Nobel de Fisiología y Medicina, Sydney Brenner, según las cuales nuestro organismo no es capaz de adaptarse a tanta abundancia de alimentos, nos mueven a preguntamos si el temor a contraer las enfermedades de la opulencia puede ser más eficaz que las apremiantes llamadas a la generosidad. Ya que la justicia y la solidaridad no nos mueven para que compartamos con los famélicos y con los desnutridos los excedentes de nuestras despensas y frigoríficos, a lo mejor, preocupados por nuestra salud física y mental, nos decidimos a distribuir esas reservas.

Resulta paradójico constatar que, mientras millones de seres humanos mueren por falta de alimentos, otros enferman por comer demasiado. Todos podemos comprobar cómo esta excesiva abundancia de unos pocos, no sólo origina dolencias cardiovasculares y trastornos metabólicos, sino que también genera enfermedades psicológicas y complicaciones sociales.
¿No creen ustedes que, por ejemplo, esa desidia tan característica de estos tiempos, esa impasibilidad de ánimo  y esa creciente indiferencia frente a las personas, al medio ambiente o los acontecimientos dolorosos, tienen mucho que ver con el exceso de medios y, quizás, con la falta de sobriedad? ¿No es sorprendente que hayamos perdido de nuestro lenguaje y de nuestra tabla de valores unos conceptos tan importantes como, por ejemplo, austeridad, frugalidad, moderación o mesura? Soy consciente de que estas virtudes suenan a anacronismos, a sermones pasados de moda, a prácticas ascéticas propias de otros tiempos. Pero, en mi opinión, constituyen unos hábitos, más que útiles necesarios, para conservar la salud corporal, el equilibrio mental y, también, la armonía social. Recordemos que los ayunos prescritos por todas las religiones tenían inicialmente una finalidad higiénica y terapéutica; servían para limpiar el cuerpo y para sanar el espíritu.
Pero es que, además, valen para disfrutar más de las comidas. Cuando nos sentimos satisfechos o empachados, ni siquiera los manjares más exquisitos logran atraer nuestra atención ni despertar nuestro entusiasmo. Aunque en los niños y en los adolescentes apreciamos este fenómeno con mayor claridad, el desinterés, la falta de entusiasmo y la desidia crecen de manera alarmante en toda nuestra sociedad occidental. ¿Se han fijado cómo, por ejemplo, en un cumpleaños, no sólo no muestran admiración por la tarta sino que nos dan la impresión de que la desprecian?
Ignoro si el origen es la escasez o el exceso de alicientes, pero el hecho constatado por muchos de nosotros es que, al mismo tiempo en que se acumulan los incentivos publicitarios y las incitaciones televisivas, la desgana y la falta de interés están creciendo de forma imparable. Según los sociólogos, algunos de los rasgos que definen a nuestra sociedad son la negligencia, la pereza y el abandono: esa desidia que, a veces, es un caudal subterráneo, un rumor remansado que, como el de un río invisible, desvanece ilusiones, genera malestar individual y debilita la convivencia. 
José Antonio Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Director del Club de Letras de la Universidad de Cádiz, escritor y articulista.

27 de marzo de 2014
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