A los amigos –de los que me considero verdadero paisano- que me han preguntado las razones del profundo afecto, gratitud y admiración que profeso por mi Jimena y por mi San Pablo, les pido que tengan muy en cuenta que los paisajes que habitamos configuran nuestro cuerpo y nuestro espíritu: son unos marcos en los que vivimos nuestros tiempos, nuestras enfermedades y nuestros dolores –allí falleció mi madre-, pero también nuestras ilusiones, nuestras esperanzas, nuestros afectos y nuestras emociones más hondas y más persistentes. No exagero cuando afirmo que las amistades que allí cultivé siguen siendo las que han producido las más profundas raíces y los más gratificantes frutos.
Esos entrañables espacios de Jimena y de San Pablo tienen que ver con la memoria de lo que somos ahora y con los proyectos de lo que seremos en el futuro. Pero, sobre todo, tienen mucho que ver con esas personas buenas con las que con-viví, con-disfruté y con-sufrí. Son los seres humanos que han dejado unas huellas imborrables y siguen alimentando mis permanentes deseos de crecer. Ya verán cómo, muy pronto, regreso para seguir conversando.
Un abrazo.