Érase una vez ... Por Gloria Zarza


    Érase una vez en la Antigua Grecia, donde se tenía muy claro que la historia eraclica, y que la humanidad tendería a repetir, en diferentes etapas, los mismos errores históricos.
    Así nos remontamos a la España del siglo XIX, donde tras numerosos intentos fallidos (Estatuto de Bayona de 1808, Constitución de 1812, Estatuto Real de 1834, Constituciones de 1837 y 1845, Proyecto Constitucional de 1852, “Non Nata” de 1856, Constitución de 1869, y Proyecto de Constitución Federal de 1873) se promulga la  Constitución de 1876. Valga la pena recordar, que se trataba de un texto legislativo cuya pretensión más clara  fue la consagración de la institución monárquica, encabezadaen aquel entonces, por Alfonso XII, ¿Nos suena a algo? .
Al mismo tiempoideó y dio rienda suelta al recién nacido sistema bipartidista. No perdamos de vista al Partido Conservador liderado por Cánovas del Castillo o Maura, posiblemente homologable al actual Partido Popular; y al Partido Liberal, dirigido entre otros por Práxedes Sagasta o Canalejas, quizá asimilable al presente Partido Socialista Obrero Español, donde las disidencias internas, ya comenzaban a ser un tremendo dolor de cabeza para sus dirigentes ¿Sigue sonando a algo no? . Pero en cualquier caso, la alternancia de ambos partidos en el poder, comenzó su andadura, y se convirtieron en la realidad de la política española del último cuarto del siglo XIX, bajo la escenificación de una lucha de principios que, a efectos prácticos, era insustancial. La teatralización de los debates y enfrentamientos  políticos, eran sólo eso, una pura exaltación dramática, ya que las bases e intereses de ambos partidos eran exactamente los mismos….. ¿Sigue sonándonos verdad? .En cualquier caso, sigamos avanzando en el tiempo. Han pasado los años, y el sistema bipartidista se consolida, sin responder a ninguna de las necesidades sociales de la España de comienzos del siglo XX. Nos situamos pues en 1909, la Semana Trágica de Barcelona, cuando surge la llamada “Solidaridad Catalana”, una coalición de fuerzas en la que comenzaron a tomar cuerpo las reivindicaciones independentistas, que dicho sea de paso, no habían dejado de estar presentes prácticamente desde el siglo XV, cuando la unión de Castilla y Aragón se consagró mediante el matrimonio de Isabel y Fernando. De hecho, para algunos historiadores, fue en este preciso momento, cuando comenzó a surgir la idea de nación y estado español, aunque dejemos  a un lado el debate histórico que ello suscita, no estamos en ese punto. La cuestión es que los partidos tradicionales (Conservadores y Liberales) fueron debilitándose, mientras crecía la implantación de partidos republicanos y organizaciones obreras. Entre 1910 y 1920, el clima de crisis política se acentuaba, la guerra de Marruecos causaba estragos entre la población civil, y la suspensión continua de las garantías constitucionales hacían parte del día a día. Así llegamos al 13 de septiembre de 1923, cuando el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera se subleva contra el Gobierno y da un golpe de estado. Y cuál no sería la sorpresa, que el entoncesmonarca, Alfonso XIII, decidió apoyar y legitimar dicho golpe, nombrando al militar sublevado nada más y nada menos que presidente del gobierno (Véase el Manifiesto de Primo de Rivera donde se “invoca la salvación de España por los profesionales de la política”). Transcurren así casi 7 años, en los cuales se implanta lo que podríamos denominar como “Dictadura con el Rey”, o “Dictadura Militar de Real Orden” (expresiones que muy acertadamente, a mi entender, acuña el historiador Santos Juliá), inspirada formalmente en el modelo fascista de Benito Mussolini. De este modo, nos encontramos con un nuevo proyecto de Constitución, el de 1829, que proponía un régimen autoritario, antiliberal y antidemocrático, y ojo al dato, donde las atribuciones y poderes del gobierno eran notablemente inferiores a las de la Corona. Finalmente, nunca entró vigor, pero lo que sí fue una realidad era el clima de desconcierto político y el deterioro de las relaciones entre el dictador y el rey, quien acabó desautorizando a Primo de Rivera en enero de 1930. No debemos olvidar que, unos años antes, los sectores intelectuales y universitarios abandonaron su posición de “benévolos espectadores”, permítanme la expresión, momento en que se expedientó a catedráticos como Jiménez de Asúa o Fernando de los Ríos, sin contar con el destierro de Miguel de Unamuno a Fuerteventura y su destitución como Vicerrector de la Universidad de Salamanca por las críticas hechas a la monarquía y al régimen dictatorial. La similitud inquieta verdad.
Acto seguido, Alfonso XIII, que era desde hacía más de 6 años “un Rey sin Constitución”, nombró como presidente del gobierno a quien fuera el jefe de su casa militar, Damaso Berenguer. En un principio, el monarca creyó tenerlo todo atado y bien atado, con el firme propósito de retornar a la “normalidad constitucional” previa a la Dictadura. Sin embargo, no tuvo en cuenta que la Corona había sido piedra angular del régimen autoritario, y su poder había estado legitimado por el golpe de estado que él mismo aceptó. La vuelta hacia atrás era imposible, y puesto que se había violado la Constitución de 1876, la apertura de un proceso constituyente tomaba fuerza. De forma paralela, los cambios sociales y de valores que venían fraguándose desde comienzos de siglo, tuvieron su incidencia más directa en el auge del republicanismo, cuya primera iniciativa surgiría el 17 de agosto de 1930 con el Pacto de San Sebastián, promovido por la Alianza Republicana. La situación se hacía insostenible, y aún sin ponerse en marcha el necesario proceso constituyente, se elaboró un calendario electoral, donde se celebrarían en primer lugar las elecciones municipales. Efectivamente, el 12 de abril de 1831, fue la primera vez en la historia de España que un gobierno era derrotado en unas elecciones. Dos días después, se proclamó la II República Española, y Alfonso XIII,continuando la tradición de sus antecesores, marchó con toda su Corte a un lugar mejor.
    Como todos sabemos, la historia continúa, por momentos nos muestra su cara más amable, pero también nos sume en una profunda depresión de casi 40 años. Después, parece darnos un respiro, pero inevitablemente vuelve a caer en un profundo abismo. Ese abismo es el que debemos evitar, y si algo nos enseña la Historia es que eso, sólo depende de nosotros.

Gloria de los Ángeles Zarza Rondón
Doctora en Historia

3 de junio de 2014
comentarios gestionados con Disqus

El Rincón de...

El Rincón de Contreras El Rincón de María El Rincón de Calvente El Rincón de Isidoro El Rincón de Gabriel El Rincón de Lupe El Rincón de Doncel El Rincón de Paqui
Comentarios recientes
TJD RECOMIENDA