El dinero Negro del PIB ... por Juan José Tellez


La Unión Europea no sólo exige recortes a la economía española. También ha reclamado que le pongamos cifras al buscón don Pablos, a Rinconete y Cortadillo, a Monipodio y al señor Savolta, a Hortensia Romero y a la Reina del Sur. Que la picaresca, el tráfico de sustancias ilegales y la pasta derivada de ganarse el pan con el sudor de la entrepierna, coticen en la construcción del retrato robot de nuestro PIB.

Hay que acercar el Producto Interior Bruto a la realidad económica, proclaman los nuevos gurus de las cuentas del Gran Capitán. Así que, en estos días, andan de enhorabuena porque dicho índice se elevó en un 2,6 por ciento merced a la ocurrencia de incorporar en dicho cálculo los posibles dineros que maneja la prostitución, el narcotráfico, el contrabando de tabaco y otros ilícitos. Claro que las actividades que parten el bacalao en ese formidable plan B de nuestra economía fueron la prostitución que representa un 0,35% (3.670 millones) y el tráfico de drogas que vendría a suponer un 0,50% (5.245 millones).

Sin embargo, diversas dudas nos asaltan a los malpensados al respecto. En primer lugar, ¿cómo calculan el impacto sobre la España contante y sonante de actividades por las que no se formulan declaración de patrimonio ni del IRPF? Lo mismo el ministro Cristóbal Montoro habrá ordenado una auditoría externa de prostíbulos y grows shops. Aun así, ¿qué parámetros se habrán utilizado para semejante estimación? A nadie le extrañaría, a estas alturas, que la Agencia Tributaria tuviera agentes secretos infiltrados en las bandas de importación y exportación de productos agrícolas como la cannabis sativa o de producciones químicas como la cocaína, la heroína, el esnife de pegamento o las drogas de diseño.

Tal cual ocurriría con el comercio del sexo, cuyo alcance oficial no sabemos cómo se ha medido. De hecho, los portavoces del INE han rechazado dar datos exactos del número de prostitutas o precio del servicio que ha manejado para fijar su registro, pero se sabe que, en el caso de la prostitución, lo hizo en base a cuatro categorías: calle, piso, burdel, lujo. ¿Habrá deflación o inflación en tales bisnes? Qué intríngulis cuando nos acercamos a dichos ámbitos con el mismo pasmo que santo Tomás a la hora de fijar las vías para demostrar la existencia de Dios. Quizá, en el caso que nos ocupa, la cuantificación real se fijaría presumiblemente por una encuesta a pie de reservado o de tigre de discoteca, en donde el inspector de turno se apostaría para interrogar a las diferentes partes de dicho negocio: ¿cuánto invierte usted en cada sesión?, preguntarían al cliente. ¿Estaría usted satisfecho si pudiera desgravarlo? ¿Cuánto gana por cada servicio?, inquiriría a la parte contratante de la primera parte. ¿Qué porcentaje destina al intermediario? ¿Sería factible que pudiera desgravar sus gastos en boutiques como uniformes de trabajo? Y usted, el camello, el chulo, el que maneja los hilos de ese toma y daca, tendría que explicar cómo blanquea el porcentaje de beneficio que le toca en suerte, el mayor de todos, cuando él no pone en juego ni su libertad ni su cuerpo, ni su apetito sexual o la convicción profunda de que si el cariño verdadero ni se compra ni se vende, hay muchos otros que sí lo hacen.

Así, el contable de turno estaría al corriente de los ingresos efectivos por dichas actividades mercantiles, aunque se sentirá atribulado por el hecho de que no podrá acusarles de evasión fiscal porque no hay fiscalidad que contemple semejantes ocupaciones. Qué lío. Si contabilizamos las cajetillas de tabaco que son intervenidas por los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado no podremos incorporarlas al bonancible PIB porque no habrían generado consumo? ¿Qué IVA deberíamos aplicarle a un alijo? Si fuera el cultural, no habría quien quisiera desembarcar drogas en nuestras costas.
Otra de las interrogantes de tan peculiar novedad estadística estriba en averiguar por qué otros tejemanejes clandestinos no cotizan en nuestro pujante PIB. Por ejemplo, el terrorismo. ¿Habrá un negocio más enmascarado que el de la muerte ajena y a mansalva? Entre activistas para cometer atentados y los especialistas que intentan evitarlos, se genera una formidable bolsa de empleo que merecería ser tenida en cuenta por los técnicos del ministerio que titula Fátima Báñez. Seguro que la Unión Europea y la OCDE, de conocer tales previsiones, mejorarían sus análisis sobre el paro en España.
Ahora bien, resulta difícil calibrar qué genera más riqueza a nuestro alrededor, si el yihadismo, que en el caso español, no despierta especial glamour, o el terrorismo etarra, a las puertas sin duda de un previsible Expediente de Regulación de Empleo al haber cambiado de la noche a la mañana el propósito de su sociedad.
¿En dónde situar, no obstante, el ir y venir de sobres bajo cuerda, los maletines del mangazo, el dos o el cinco por ciento, lo que se tercie, las cuentas cifradas en Suiza, en Gibraltar, en Austria o en Luxemburgo? Por no hablar, claro es, del empleo precario, de la semi-esclavitud de la inmigración clandestina, de los pisos patera, de los sin techo con carné de identidad, de los pedigüeños que nos muestran las manos con su eterno rostro de carpetovetónicas huchas del Domund?
El sistema internacional de cuentas ha establecido una serie de instrucciones respecto a qué actividades pueden cuantificarse y cuáles no. En general, se trataría de todas aquellas que conlleven una transacción económica, un valor añadido, una contraprestación. Quedarían excluidos delitos tradicionales como el robo o la estafa porque, por un lado, genera beneficio pero por la parte de la víctima, se causa un deterioro de su economía. Por esa regla de tres, ¿por qué se calcula para el PIB el volumen de negocio de los bancos, si obedece al pie de la letra a esa regla de tres? Desde Naciones Unidas, se ha demandado a los prebostes europeos que no se contemple la trata de personas, ya que provoca un dolo en la víctima que no se presta voluntariamente a dicho intercambio. Vale por la inmigración clandestina pero, ¿las prostitutas son voluntarias? Curiosa paradoja, a fe mía.
España e Italia asombran al orbe. Si hemos de creer las tales pautas, debemos ser los más chorizos de la Unión, ya que hemos crecido por encima de un dos y los inventores de la mafia por encima del 1. Las de ambos países son las economías que más crecen al pairo de esta nueva dimensión del PIB en la que no sabemos cómo afectan el blanqueo a través de los paraísos fiscales o el glamuroso tráfico de armas, tan globalizado, tan nuestro, tan de yate con letras de oro en Puerto Banús.
Se supone que la misión de todo buen Gobierno estriba en incrementar el PIB. En el caso español, La Moncloa sin duda debería estar pensando sobre como regularizar dichas ganancias. Ya no más redadas ni brigadas policiales, ni ruedas de reconocimiento ni campañas para intentar evitar las drogodependencias o que le vendan rubio emboquillado a tu hijo menor de edad. Habría que fomentar los chutes y los canutos, el francés y la severa disciplina, las fumatas clandestinas de tabaco rubio. Innovación tendría que becar al ingeniero financiero de Al Capone. Quizá la derogación de la Justicia Universal en España no obedeciera a un simple capricho ideológico. Al regalarles la impunidad a las bandas que esconden doñablanca, cristalitos o caballo en los paquebotes que cruzan por aguas internacionales, lo que estábamos era sencillamente atrayendo a inversores extranjeros.
Oh, tiempo, oh, costumbres, ¿cómo cotizará la hipocresía en el PIB? También en dicho producto somos líderes comunitarios y pioneros mundiales. Lo estamos petando.

28 de septiembre de 2014
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