Florencio era un político tan raro que prefirió no volver a usar corbata, ni dar más discursos, a que sus correligionarios le dieran el merecido homenaje de despedida, placa incluida.
Estaba dispuesto a cambiar ese último honor por un poco de salud. Era consciente de que, en la vida, los galardones llegan con los achaques y que ciertas medallas engendran determinadas dolencias. Sustituir la gloria por unas piernas poderosas, era la cuestión.
“El éxito envilece”, decía, y él se limitó a ejercer su cargo lo mejor posible para mirarse cada día al espejo sin avergonzarse demasiado.
“Eso fue todo”, sentenciaba.
Manuel Mata Pacheco