Dice una canción de
Serrat que “a menudo los hijos se nos parecen y nos dan la primera
satisfacción”. Exactamente eso debe pensar Jordi Pujol de sus siete hijos ya
que, menos Mireia que se dedicó a dar clases de ballet y ahora es fisioterapeuta,
el resto le salieron alumnos aventajados.
Bolsas con billetes
de 500 euros a Andorra, control en las concesiones de ITV, proyectos
urbanísticos de la Generalitat sin concurrencia pública, múltiples tramas
inmobiliarias y diversidad de negocios turbios en paraísos fiscales.
Cuán difícil se me
antoja para jueces y policías destejer la tela de araña, desentrañar el
entramado de redes, detectar empresas superpuestas, destapar el cabildeo y los
grupos de presión que a lo largo de 30 años ha construido esta familia con el
resultado de millones de euros -a su
favor- entre cuentas corrientes, activos financieros y propiedades.
La ciudadanía asume
ya los casos de enriquecimiento ilícito y fraude fiscal como algo consustancial a la clase política y
sus aledaños. Se quejan de desafección, pero la percepción generalizada es que
la macro-corrupción no se castiga de forma proporcional a su gravedad.
La dignidad de las instituciones catalanas y
por extensión de este país, está estos días en juego.