Palabras cargadas de veneno ... por Rafel Fenoy


En estos momentos es noticia la campaña dirigida a la Real Academia Española de la Lengua, que viene desarrollando la Federación Española de Síndrome de Down, promovida por una madre de una niña con este síntoma, que pretende se modifique el texto que define en su diccionario términos como subnormal: (adj. Dicho de una persona: Que tiene una capacidad intelectual notablemente inferior a lo normal. U.t c.s.), o Mongolismo (Por alusión a la facies, que recuerda la de un mongol). Las palabras en su uso, y dependiendo de los contextos, o incluso sin ellos, adquieren connotaciones positivas o negativas. En este caso pocas dudas quedan que cuando alguien se dirige a otra persona, para calificarla de “subnormal” o de “mongolo”, poco cariño se le traslada. Por ello la Real Academia acabará ocupándose de definir claramente el carácter peyorativo o insultante que tales palabras trasmiten.

Lo que va a ser más difícil, aunque no debe ser imposible, que esta docta institución revise palabras cargadas de acepciones ideológicamente erróneas, cuando no cargadas de mala uva, como es el caso de los términos relacionados con el anarquismo. El concepto de anarquía está totalmente desdibujado cuando el Diccionario de la RAE le adjudica a la palabra anarquía. (Del gr. ἀναρχία). Dos acepciones: La primera, (f. Ausencia de poder público). La segunda, (f. Desconcierto, incoherencia, barullo). Porque en modo alguna ningún pensador, ni militante anarquista, han formulado la anarquía como “ausencia de poder público”, lo que si se ha cuestionado, y duramente, por los anarquistas es la estructura de ese poder, autoritario, impuesto por unos pocos al pueblo y la necesidad de que desaparezca esas formas históricas de poder autoritario. Es evidente que, salvo los anacoretas y ermitaños, que viven en una soledad voluntariamente querida, las personas que conviven socialmente requieren de una estructura social que vele por la necesaria buena organización de la misma. Y esto nos lleva a la segunda acepción, ya que hacer sinómimo de anarquía el “Desconcierto, incoherencia, barullo”, solo se entiende por la enorme carga negativa que la ideología capitalista ha querido imponer, y lo ha conseguido en buena medida, al concepto anarquía desprestigiándola y el movimiento que la persigue desarrollar: el anarquismo.

Si la RAE pretende ser rigurosa y objetiva fijando la lengua debería asumir que al igual que “subnormal” debe ser matizado como insulto, la acepción anarquía debe definirse en forma positiva. Quienes conocen la trayectoria de aquellas personas, que se han definido o han sido calificadas de anarquistas, no aceptarían ninguna de las dos acepciones, especialmente la segunda, ya que la anarquía es todo lo contrario, es orden perfecto, orden natural de las cosas y de las relaciones humanas. La persona que aspira a ser anarquista rechaza el desconcierto, la incoherencia o el barullo, ya que en nada contribuyen a la creación de relaciones humanas libres e iguales. Nada se puede construir desde esa situación de “desorden”, precisamente cuando la suma de voluntades exige la más exquisita de las coherencias y conciertos. Las colectividades, obra de anarquistas, se sustentaban en la libre adhesión de quienes colectivamente habían decidido planificar (nada de barullo), de manera racional y técnica, no sólo la producción de bienes, sino, y esto es muy importante, la distribución y el consumo de los mismos.

Los anarquistas propugnan como forma de organización social el anarquismo que, siguiendo a la real academia, es “un movimiento social que pretende la eliminación de todo poder que constriña la libertad individual”. No obstante hay que concretar que la libertad de cada persona está siempre limitada por la libertad de los demás y que es en ella donde se concentra la esencia de la anarquía. Entendida como una facultad de elegir limitada, precisamente por el esencial respeto a la persona y libertad de los demás. Es una libertad profundamente ética y social, nada parecido a lo que se ha entendido por “libertad” desde la burguesa. Una libertad individual, caprichosa y egoísta. Precisamente el interés de los poderosos que a lo largo de la historia han vivido del pueblo, ha conferido a la anarquía este calificativo de desorden incoherente. Uno de sus objetivos ha sido ocultar la enorme grandeza de la anarquía a todos los pueblos, creando el miedo al “caos” para legitimar el “orden”, su orden injusto y manipulado. Puede que suene algo, en estas multicampañas electorales, la llamada al “orden”, ese orden, que produce el actual desorden en millones de hogares. Ese “orden” que invocan los políticos, es el que sepulta derechos esenciales a la salud, a la educación, a la vivienda… Por ello todas aquellas personas que crean sinceramente en su capacidad para ser libres e iguales, son anarquistas, aunque no lo sepan o incluso les suene mal esta hermosa palabra cargada de futuro para la humanidad.

Fdo Rafael Fenoy Rico

28 de marzo de 2015
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