Hacia el II Encuentro de Clubs de Jimena ... por Juan Ignacio Trillo


Hubo un tiempo en que Jimena de la Frontera se hallaba en transición, pero en aquel entonces entre la postguerra y el atisbo a la modernidad.
Aún se presentada y además sus gentes coexistían inmersos en el blanco y negro, como los flamantes televisores que, empezando por el de María de San Pablo, entraban ya en las repisas de los bares y en los comedores de las casas por primera vez.
Igualmente, se habían abierto las puertas de la costa al turismo internacional, también en Jimena a la sangría emigratoria para ganarse el pan con destino a otras tierras extrañas y lejanas, comenzando a ir a menos la población activa campera del pueblo.


No obstante, los paisanos hacían pinitos por asomarse a un escenario multicolor, semejante al que había aparecido en la pantalla de Cinemascope de la sala Capítol de Antonio Ramos, único escaparate existente con el que se veía como era el mundo, más allá de los folletines radiofónicos de lacrimógenos efectos colaterales en los pómulos de nuestras madres. A falta de películas de destapes que fueran calificadas 4R, gravemente peligrosas, por la censura eclesiástica, hacían furor las cintas americanas del Oeste, o de vida fantástica con cochazos y lujos por doquier con que aparentaba que vivían en ese millonario continente otras privilegiadas gentes que, en la parte norte de su geografía, gozaban de tanto progreso, felicidad y hasta de pecaminosas mujeres rubias, como Marilyn Monroe. 






También para entonces y ya en verano se empezaban a ver los domingos por la mañana a algunos jimenatos en la playa de El Rinconcillo, dispuestos a ponerse la piel colorá como un pimiento rojo por los rayos del sol, e incluso los solterones, mayores que nosotros, osaban ir con destino a las playas de Manilva o Tarifa a observar desde la distancia a las descocadas suecas que empezaban a aflorar en bikinis.


Coincidía esa época con el transcurrir de la mitad de la década musical prodigiosa de los sesenta, y las canciones con nuevos ritmos, a falta de otros escapes, irrumpieron entre la adolescencia con un arrebato e ímpetu desconocidos con anterioridad.









1

En ese ambiente, ocurrió que unos muchachitos quinceañeros, en aquel momento la mayoría de edad estaba en 21 años, contribuyeron decisivamente a dar un gran salto generacional, rompiendo moldes al amparo de la creación de dos clubes juveniles: “Los Boys Scouts” y “Los Soñadores”, bajo el favor parroquial pero sin dogmáticas injerencias místicas ni de catequesis.


Tuvimos, como elementos comunes que nos cohesionó: elcompañerismo, la gastronomía sobre un mismo mantel de hule o papel, y sobre todo la música con el moderno y revolucionario picú, la nueva tecnología milagrosa de entonces, que con discos comerciales de vinilo, o de plásticos publicitarios de detergentes o bebidas, habían sustituido con nítido y mejor sonido a la gramola y a los pesados redondeles de pizarra con el sello del perro de la voz de su amo.


Y de fondo para esa cohesión juvenil, las atrayentes relaciones con las niñas de nuestra edad, fijando la atención y vacilando con los nuevos atuendos textiles que vestíamos, minifalderas en el caso de ellas, o, en plan bisex, anchos pantalones como tubos de Uralita acabados a la altura del tobillo en campanas, recorriendo como pasarelas las cuestas de las calles jimenatas, y coronada la nueva estética en nuestros extremos coronales con melenas planchadas que alisaban arrobas de pelos que dejábamos alcanzar los hombros, nada de las coletas de hoy, cuando no, patillas al estilo bandolero y en algunos casos poblados bigotes caídos sobre los extremos de las comisuras labiales; todo exigible por la moda ye-ye imperante, al que le acompasada el trasfondo músico-mítico de la “beatlemanía”, que tanto escándalo y enfado causaban en nuestras comedidas y correctas familias.



Los acelerados bailes con los dinámicos “twists”, que tenían su




precedente en el “rock and roll” anglosajón, hacían estragos en nuestras




pistas de bailes improvisadas que llamábamos guateques. Sin trances de




interrupciones, eran alternados por la música romántica bailada en la




intimidad de pareja, que bajo la blanca palidez de una linda y frágil




figura femenina en desarrollo, a la que le latía excesivamente el corazón,




nerviosa y disimulando emociones, cuando la tenue luz era obligada para




crear ambiente, de cara a que hechos una piña, nos moviéramos




lentamente sin salirnos del mismo ladrillo o loseta donde empezó la




pieza musical, fuera de Salvatore Adamo o de Matt Monro, y con ello pretendiendo ese trabajado contacto físico entre sexos entonces únicamente complementarios.




El baile, en tan puritana época, era considerado como el único lugar en público donde un hombre toca, magrea o abraza a una mujer pasando




los dos desapercibidos. En la calle realizarlo hubiera sido impensable.




Asimismo, como respuesta, los lozanos aspirantes a convertirnos pronto




en varones mayores teníamos que acostumbrarnos a sufrir en el pecho o




en las costillas las durezas de los codos de la candidata resistente a que




se produjera un excesivo acercamiento que elevara algunos centígrados




la temperatura ambiental corporal. La represión entonces era brutal y




las válvulas o técnicas de escapes que se empleaban inenarrables.









Hoy esta historia, protagonizada por aquellos menores de edad, algunos




aún imberbes, para los que no la vivieron, puede resultarles simple y




fuera de cualquier excepcionalidad, típica de la época. Sin embargo, no




fue así.




Partíamos de oscuras y primarias sombras. Así, dejamos, como había




sido tradicional hasta entonces, de rivalizar, a pedrada limpia, entre un




separado, social y políticamente, barrio arriba y barrio abajo, o viceversa




¿Quién de aquella generación, aún más en las anteriores, no tiene una




pitera en la cabeza, en la frente o en la pierna, producto de esas




rudimentarias y salvajadas contiendas desarrolladas con citas previas en




los alrededores del pueblo en las que ambos barrios se enzarzaban?




Hasta aquel instante, las peleas, las hondas hechas de sogas, desde




donde se lanzaban las chinas o los pedruscos, o las flechas con




rudimentarios arcos, no podían faltar, o en el cuerpo a cuerpo las




patadas en las espinillas, en esa hostilidad de enemistad manifiesta




entre ambos grupos sociales que tenían el lugar geográfico de




nacimiento, más a lo alto o mas debajo de las cuatro esquinas del bar




España como origen de identidad.




Por el contrario, todo cambió una vez puestos en marcha ambos clubes.




Se empezó a competir inicialmente cada uno por su lado pero de forma




pacífica para la organización de excursiones, cacerías con trampas o




escopetillas de plomo, comidas, fiestas y bailes, hasta dar el siguiente




paso encaminado a la confraternización.












En aquellos momentos representaron estos cambios una gesta. Esos pequeños pasos, en los jóvenes de hoy que no conocieron aquella sociedad tan cerrada, les sería imposible interpretarlos, sin embargo constituyeron auténticas epopeyas de rebeldía en un entorno tremendamente hostil para la mezcolanza social, la mudanza, la innovación o la asunción de nuevas modas o gustos musicales. Todo lo anterior que ya era obsoleto, como pelar la pava separado por una reja entre noviazgos, se nos presentaba para que lo reprodujéramos sin modificación alguna, con el mensaje de que había sido de idéntica forma durante siglos.









En esta línea, nuestra irrupción generacional, encarnaba más que un




síntoma de que estábamos zarandeando los pétreos cimientos de una




comunidad tremendamente conservadora, fuera cuales fuera la




ideología mamada o el bando que le hubiera tocado nacer, que estuvo




instalada anteriormente en la rutina milenaria, a la vez que fuimos




levantando tremendas ampollas en el seno de familias que nos habían




educado en el apartheid y en la resignación de que nada podía o debía




cambiar.









En este sentido, ninguno de nuestros mayores era consciente de que la




nueva cultura igualatoria que se estaba implantando entre la juventud




de Jimena, sin ser consciente estaba a nivel de los fenómenos de




adolescentes que igualmente se daban en Europa, continente del que no




se sentían partícipes y que lo veían como si se encontrara a años luz de




distancia, sobre todo entre la mocedad angloamericana, y que más




temprano que tarde, estaba siendo asumida por estos chavalillos de tan




serrano pueblo, situado al sur del sur de un mundo que entonces




acababa en Los Pirineos.









Cómo olvidar aquí la enorme ayuda que nos significó radio Gibraltar a la




hora de ver la vida y la música de otra manera. Sin rival que lo emulara,




Jimena fue, con aquellos chavales, y hasta varios años después, esa




adelantada de una modernidad que por el contrario no calaría ni se




extendería a los demás pueblos colindantes de la serranía de Cádiz y de




Málaga.









Más tarde, la emigración laboral por falta de trabajo y de expectativas




de futuro para la mano de obra juvenil, cualificada o no, o la estudiantil,




en Jimena no se podía estudiar más allá de la reválida del cuarto de




bachiller ante la carencia de Instituto e incluso de cuadro de maestros




que osaran a preparar a alumnos para luego examinarse por libre en




Algeciras, hizo por su vaciamiento languidecer hasta llegar a desaparecer




esos dos clubes, hasta entonces espacios social y lúdicamente plenos de




actividad.









Pues bien, pasado casi medio siglo de aquello, con gran éxito de




convocatoria, setenta y cinco jimenatos, ya un poco más estropeados y




arrugados que entonces, pero con las mismas ganar e ilusión sobre todo




de compartir historias del presente y saber de los recorridos que fueron




de cada uno y cada una, se produjo el esperado y ansiado reencuentro,




procediendo de los distintos orígenes y destinos y de las diversas faenas




laborales o jubilares, con o sin la pre delante, que nos tienen ocupados,




para volvernos a ver y compartir un día inolvidable junto a los que




siempre residenciaron en Jimena.









No podía ser otro jornada cualquiera que el pasado doce de Octubre del




2014, donde antiguamente se exaltaba la festividad como día de la Raza,




en conmemoración al descubrimiento de América por las huestes del




Reino de Castilla, así como por su colonización para la salvación divina




de las almas de aquellos pobres indios que hasta entonces no conocían




al Dios de los católicos. En nuestro caso, el encuentro no era de una raza




superior ni para salvar a nadie, sino la de una espécimen generacional




muy especial de jimenatos que antaño y por primera vez hicieron tabla




rasa de cuestas, de pendientes y geografías callejeras o fronterizas




esquinas, como orígenes de cuna, para fundir el barrio de arriba con el




de abajo y viceversa, a la vez que para romper ancestrales prejuicios y también a superando reales diferencias sociales de cara a emprender el camino de la convivencia pacífica compartiendo las parcelas de vidas en común que unían.



Y ese reencuentro no solo resultó un éxito sino que además supo a poco.





https://www.youtube.com/watch?t=674&v=W82roQCEZ_s 

 Por ello, el próximo sábado, treinta de mayo, a partir de las doce de la mañana, en tardía primavera pero antes de que llegue el día cuarenta y el calor nos haga quitar el sayo para emprender temporal camino de asuetos,playeros o vacacionales, esperando esta vez que la lluvia intermitente del pasado día otoñal no aparezca, nos volveremos a ver en el mismo sitio de cruce -entre Jimena, La Estación y San Pablo, y gracias nuevamente a la generosa acogida de Manolo Gavilán en el desahogado espacio que posee- para compartir abrazos, emociones, gastronomía, charloteos, y… también música, sobre todo buena armonía de revival, y hasta en directo, tal vez lo que se echó en falta en la anterior cita.




En consecuencia, que estamos convocados de nuevo, y que para reforzar, fortalecer y estrechar el nuevo reencuentro, vamos a contar con la esplendidez del jimenato grupo musical OBA, que nos va a extasiar con las versiones musicales partiendo de aquel ayer, catapultándonos en su recorrido pentagrámico de la época sesentona al cancionero de hoy. Y en esta ocasión, tampoco hay ninguna excusa para que alguien falle.




Así pues, hasta pronto. Nos vemos.



Convocantes. Por “Los Boys Scouts”: Juan Ignacio Trillo Huertas. Por “Los
Soñadores”: Gabriel Meléndez Duarte


Juan Ignacio Trillo

17 de abril de 2015
comentarios gestionados con Disqus

El Rincón de...

El Rincón de Contreras El Rincón de María El Rincón de Calvente El Rincón de Isidoro El Rincón de Gabriel El Rincón de Lupe El Rincón de Doncel El Rincón de Paqui
Comentarios recientes
TJD RECOMIENDA