Cuenta la leyenda que el origen de
la actual Semana Santa hay que buscarlo en el siglo II cuando un
grupo de cristianos deslumbrados por la realidad histórica de la
muerte de Cristo, decidieron celebrar litúrgicamente este hecho
salvífico por medio de un rito en las calles de Jerusalén donde aún
se conservaba la memoria del marco topográfico de los sucesos.
Hoy aquella expresión de fe
pública, de oración y recogimiento, ha derivado en un
acontecimiento donde se mezcla la catequesis plástica con la vanidad
de los hombres de gomina, el trabajo anónimo de costaleros y el lujo
de sayas inconsútiles y crestería dorada, en una silenciosa, pero
durísima, competencia lúdica entre hermandades. Todo un espectáculo
callejero animado por unas melodías musicales sublimes gracias a
maestros como Abel Moreno o Paco Lola. Y además gratis.
Este año en Algeciras, gracias a
un alcalde listo y narcisista, delante de un Cristo martirizado
atado a una columna, desfilaba un grupo de guerreros de elite con
subfusiles de asalto al hombro, lentos vaivenes de espera y canciones
que hablan de hombres desesperados.
De un lado
el amor al prójimo, la paz y la armonía existencial, y de otro la
guerra y la exaltación militarista. Pura incongruencia.