En el siglo XV los Reyes Católicos crearon la Santa Inquisición. Un tribunal eclesiástico ante el que se podía denunciar de forma anónima y sin pruebas a cualquier vecino. La víctima, tras ser detenida, sometida a interrogatorio y tormento, sólo tenía una salida: reconocer su culpabilidad y acabar, encadenado de por vida en una mazmorra o, peor aún, en la hoguera.
Generalmente el acusador veía así zanjada deudas económicas con el desdichado, o se adueñaba de su casa y propiedades. En otros casos ocupaba el puesto vacante en el escalafón social de la época.
Pero aquello ocurrió hace quinientos años.