Es cierto que hay buen número de
partidos políticos.
También es cierto que unos y otros se achacan
múltiples cuestiones. Es cierto que tienen líderes diferentes, que
se manifiestan de maneras diversas. Es cierto que tienen sedes
distintas, logotipos distintos, colores dominantes diferentes. Es
cierto que las noticias de los medios de comunicación, así como
los programas de análisis, debates y tertulias políticas, las
personas que intervienen expresan todas lo diverso, lo genuino de
cada partido político, enfatizando las “enormes diferencias”
que se aprecian en sus gestos, en sus programas, en sus propuestas…
Sin embargo es posible afirmar,
aunque parezca sorprendente, que tales diferencias son en realidad un
espejismo que impide ver la realidad. Y la realidad es que todos,
todos, son uno mismo. Tan distintos y al mismo tiempo tan iguales.
¿Dónde reside la esencia de esa esencial unidad? Si nos paramos un
tanto a observar, todos, todos, desean lo mismo: El poder. Alcanzar y
ejercer el poder, del Estado, de la administración pública,
autonómica o municipal. En definitiva hacer su santa voluntad,
utilizando para ello todos los recursos que tienen y puedan llegar a
tener las instancias de poder político en este país. Y además
todos, todos, todos, pretenden hacer este ejercicio de poder, sin
contar para nada, al menos en 4 años, con el electorado que permitió
su ascenso al mismo.
En realidad cada 4 años asistimos
a un ritual en el que la voluntad del pueblo, del electorado, queda
secuestrada por otros 4 años. Si bien es verdad que el proceso
electoral legaliza ese “secuestro”, no es menos cierto que el
modelo de democracia llamada “representativa”, no lo es, ya que
vulnera el único principio que da naturaleza a la representatividad.
El representante, el legítimo, obtiene la voluntad del representado
mediante un acuerdo o pacto, por el que el representante se
compromete, con el representado, a hacer tales o cuales acciones.
Este pacto, en las mal denominadas democracias representativas, nunca
obliga al representante y si secuestra la voluntad política del
representado, que por la fuerza de la ley (burlada, quebrantada y
manipulada por los intereses partidarios) queda obligado a ello. Sea
por activa (los que votan) sea por pasiva (los que se abstienen) el
resultado es siempre el mismo.
En estos graves momentos donde el
prestigio de los políticos es ninguno, es mayor el intento por parte
de los partidos políticos y de los grupos de poder mediático, de
convencer al respetable que puede reconducirse este descalabro,
votando a otros. Que esta crisis política se resuelve superando el
bipartidismo, o aún más ingenuamente, que el asunto se centra en
las personas, en los líderes y que cambiando algunos de ellos, el
sistema funciona aceptablemente bien. Espejismo, espejismo. Ya que
la salida pasa por evitar el secuestro de la voluntad popular de esta
grotesca manera y de citar al pueblo a que más a menudo decida,
mediante referéndums vinculantes, sobre los grandes asuntos y los
presupuestos que permiten meter la mano en el bolsillo de cada cual.
Participación popular con poder para decidir, esa es la nueva
frontera de esta larga e infructuosa transición política hacia una
democracia que no llega. Y lo más notable de estas citas electorales
es que ya hay una fuerza política que manifiesta que esa
participación SI se puede conseguir, que SI es posible.
Fdo Rafael Fenoy Rico