Si quitas tus manos sucias de mi parque, sobre los raros mapas de un plan de urbanismo, yo incluiré tu nombre en el cuaderno de bitácora de mi respeto. Y te daría incluso un afectuoso saludo al final de tu mandato si cambiaras el afán de pelotazo, el desdén a quienes te votaron, la altanera soberbia de quien se crea emperador sin saber que es un simple empleado a quienes hemos contratado tan sólo por un puñado de sufragios.
Te propongo un pacto, ilustrísimo señor de los anillos consistoriales, excelentísima señora del gran poder. Que haya un rincón de las sonrisas en tu despacho, bolsillos de cristal y ventanas de nubes, para que entren a orear el zotal de tus ordenanzas el aire del mar o el rumor del bosque, el bullicioso trasiego de la vida, acordeones de rumanos o el ruido de las ruedas de los skate adolescentes. Política no seas desaborida, suena el viejo cantable de Carlos Cano por entre las amables emisoras del corazón. Ni ordeno ni mando, te propongo un trueque: el pueblo decreta y tú obedeces.
Que tu policía detenga la hipertensión. Que haya una consejería de buenos tratos. Que alguien nos transfiera las competencias exclusivas sobre la antigua costumbre de dar la cara, del compromiso firme al estrechar la mano, la hermandad de sangre de un ojo que mira a otro ojo sin exigir diente por diente. Que los coches oficiales no conduzcan a sus ocupantes a las peluquerías sino a los remotos países sin depuradoras ni acerado, a los suburbiales fotomatones de la miseria, hacia el ojo del huracán del malevaje, esta tormenta perfecta a donde Cáritas no llega y donde el estado deja de serlo para convertirse en barbarie.
Sería conveniente, a medio plazo, eliminar el ministerio de tráfico de armas, dar a conocer las comisiones bajo cuerda en las páginas webs de la transparencia, sacar los símbolos religiosos a latigazos de los templos de la democracia, crear la subsecretaría general del beso libre, conceder una beca de bellas artes a los grafiteros y reinsertar en nuestra sociedad a los mentirosos pero también a aquellos que creyeron sus embustes. Que los corruptos y los corruptores acudan a terapia familiar. Que alguien nos devuelva el precio de la ilusión, aunque ya esté pasada de fecha. Que alguien nos pague una renta básica por escuchar discursos y que salga a subasta pública el Ducado de Palma.
Si recuerdas que detrás de cualquier número existe un nombre propio. Si no olvidas que los menos son los más. Si despides al canalla que todos llevamos dentro. Si, a partir de ahora, ofreces a menudo ruedas de prensa con inversores de utopías, brokers de sueños, magnates de las grandes esperanzas y abres de par en par los pisos cerrados para que entren los sin techo, los sin nada o los sin nadie; si construyes colegios de dieciocho hoyos o grandes superficies de hospitales, te lo advierto. Quizá no te regale mi voto, al término de tu mandato, pero me habrás dado sin duda una alegría. Y una sorpresa.