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Foto: A. Tanit |
Tras repechar por las piedras
y oquedades de arenisca,
la Reina Mora se mete
como experta lagartija
en la grieta horadada
por tosca mano morisca.
Allí se baña ayudada
por sus más tiernas amigas
que perfuman con esmero
lo que el moro dejaría,
como un pollo desplumado
de tal refriega encendida.
Una vez fresco el pandero,
sus doncellas muy queridas
le visten de raso y oro
y en su aposento tranquila
esperará que el gran rey
de la batalla perdida
le queden fuerzas, y el tálamo,
se cierna como primilla.