El dinero manda, nos convierte a los seres humanos en mercancía y a nuestros derechos civiles en negocio. Se privatizan la sanidad, la educación, el agua, la información, los servicios de limpieza, las cárceles… Y, sobre todo, se privatiza la política. Sí, se privatiza un partido político igual que un hospital o un colegio.
Los partidos políticos que diseñaron la arquitectura de Europa trabajaban como organizaciones privatizadas al servicio de la banca y las multinacionales. El horizonte fue la cultura neoliberal y su trampa íntima: no se trataba de desmantelar el Estado, sino de concebir un Estado al servicio del dinero. Más que desregulación, hay una ingeniería política y social capaz de convertir en deuda pública las pérdidas privadas de los bancos y de la economía especulativa.
Los acreedores han sustituido así a los políticos en la toma de decisiones, un proceso puesto en evidencia hasta la saciedad en la crisis griega. En vez de preocuparse por la gente (sus salarios, sus pensiones, su hambre, su dignidad, su desempleo), los acreedores se empeñan no ya en cobrarlo todo –porque hay deudas que no se pueden cobrar enteras–, sino en que no se rompan las reglas de juego que han provocado sus ganancias, la deuda, el desempleo, el hambre y el maltrato de la gente.
El comportamiento de los políticos-banqueros y de la prensa-banquera durante el referéndum griego ha sido un espectáculo indecente. En nombre de la solución económica de un problema grave han intentado, a base de calumnias y amenazas, devolverle el poder a los mismos partidos tradicionales que contribuyeron a crear la situación crítica (por seguir los mandatos del BCE y del FMI) y derribar al Gobierno elegido por los ciudadanos para resolver sus problemas.
La lección importante del dinero, claro está, es que los ciudadanos no tienen derecho a resolver a través de la política sus problemas. Las urnas son un peligro. El comportamiento de las instituciones europeas se mueve así en el oleaje de la cultura neoliberal dominante que desacredita la política. Le compramos con facilidad su cultura al enemigo cuando decretamos el fin de la política, las listas electorales sin políticos, la corrupción de todos los políticos, el todos son iguales, porque esa dinámica sólo sirve para dejarle las manos libres al dinero. Como advirtió Antonio Machado hace muchos años, conviene cuidarse de quien aconseja que no nos metamos en política, porque eso significa que quiere hacer la política sin nosotros.
Nos conviene matizar y no dar la política por perdida. Frente a la puerta giratoria del político-banquero o del político-acreedor, resulta necesario consolidar la imagen del político-ciudadano, es decir, del representante de los ciudadanos. En medio de todas las tristezas de la crisis griega, hemos tenido la alegría de comprobar la dignidad humana de Yanis Varufakis, catedrático de Economía de la Universidad de Atenas y exministro de finanzas. Su comportamiento de político-ciudadano ha causado irritación en el foro de los políticos-banqueros.
No nos engañemos: Varufakis no es un ejemplo de las dificultades que hay entre las promesas electorales y su posterior realización, sino de la correlación de fuerzas que existen entre las mentiras del poder del dinero y la ciudadanía. Una ideología es dominante cuando consigue hacer creer a la gente su mentira: el poder real no reside en la mayoría oprimida, sino en la élite opresora. Como recuerda Varufakis en su libro El Minotauro global (Debolsillo, 2015), este proceso se conoce en la historia del pensamiento como el secreto de Condorcet.
El deseo de denunciar el secreto de Condorcet convirtió a Varufakis en un político-ciudadano. Este economista no es un demagogo y miente mucho menos que los representantes de las instituciones económicas y políticas europeas. Su libro analiza con inteligencia la situación de Europa dentro de la economía especulativa mundial. La imagen del Minotauro, una fuerza cruel, pero capaz de mantener equilibrios, alude a los mecanismos por los que Estados Unidos decidió a partir de los años 70 disparar su déficit como fórmula para alimentar la capacidad de exportación industrial de Alemania, Holanda y China. Las ganancias de estos países volvían después a Wall Street convertidas en dinero especulativo.
El hundimiento de este mecanismo, reconocido por el propio Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de EE.UU. durante 20 años, ha descompuesto el proyecto europeo. El diagnóstico de Varufakis es claro: “Europa se está desintegrando sencillamente porque su arquitectura no era lo bastante sólida para soportar la onda expansiva provocada por los estertores mortales del Minotauro”. Yanis Varufakis no iba a la mesa de negociaciones con propuestas radicales y demagógicas, sino con un análisis económico que obligaba a construir Europa, a repensarla, a poner las instituciones –empezando por el BCE- al servicio de los ciudadanos. Y por eso era recibido como un marciano por unos políticos-banqueros que hablan mucho de Europa, pero que no sienten como suya una identidad que obliga a vivir en primera persona las dificultades de los griegos, los españoles, los portugueses o los italianos.
Varufakis no piensa que los banqueros sean unos malvados insaciables, ni que haya una trama capitalista pensada por alguien para hacer el mal. Piensa que el capitalismo es un monstruo que se desarrolla sin control y que puede convertir en pobreza y autodestrucción propia sus movimientos de extensión. Por eso es imprescindible tomarse en serio unas instituciones con capacidad de control.
La precariedad democrática de Europa es una evidencia. El conflicto griego es el conflicto de Europa. O transformamos el invento ideado por los políticos-banqueros o estamos condenados a una larga agonía de injusticias y desintegración.