Por muy cansino que nos resulte, no tenemos más remedio que insistir en que somos nosotros –tú y yo-, quienes desbaratamos el orden, rompemos la armonía, destrozamos el equilibrio, trituramos la cohesión y fragmentamos la unidad, esos valores que son determinantes en la construcción de un mundo en paz. Somos nosotros –tú y yo- los que, con nuestros comportamientos antinaturales, irracionales e inhumanos contra la naturaleza, contra los seres inanimados, contra las plantas, contra los animales y, de manera especial, contra nuestros conciudadanos, impulsados por vicios y por perversiones, constituimos unas amenazas permanentes para la paz: inoculamos gérmenes patógenos que nos corroen por dentro, e infestamos a la sociedad con unos venenos destructivos que nos enfrentan hasta la muerte.
Somos nosotros –tú y yo-, los que, con nuestra avaricia, destruimos la relación con la naturaleza y con las cosas; los que, con nuestra crueldad rompemos los vínculos que nos unen con las otras personas; los que, con nuestros engaños, depravamos las funciones del lenguaje: los que, con nuestros orgullos, disparatamos nuestra propia la visión; y los que, con nuestra prepotencia, desintegramos la cohesión de la sociedad. Lo digo de otra manera: el mayor enemigo de la paz está alojado dentro de nosotros mismos, son esos impulsos irreprimidos, son esos sentimientos perturbadores que, a veces, están camuflados con apariencias benéficas, son esas bajas e incontroladas pasiones exclusivas de los seres humanos porque, como tú sabes, no las poseen los demás animales.
José
Antonio Hernández Guerrero