Un niño de 3 años, que apenas ha tenido tiempo en su corta vida para jugar ni reír, mecido, por última vez, no por los brazos de su madre sino por las olas, es la foto del drama de miles de refugiados que huyen de la guerra y del horror.
Junto a su cuerpo yace también la dignidad de todos nosotros y la vergüenza de gobiernos, ONGs y de la propia ONU.
¿Qué nos queda?: Apenas un gesto de rabia y de desolación.
Una tristeza muy grande, muda y sin lágrimas.