Censura y manipulación en el Campo de Gibraltar ... por Juan M. León


Poco a poco la realidad se fue imponiendo y al mismo tiempo que nos desencantaron los políticos nos desencantaron los periódicos, las radios y luego las televisiones. Hoy yo ya no me fío de nadie. Cada día leo menos información en papel y sólo me dedico a leer libros o, a través de Internet, grandes reportajes y artículos de opinión, casi siempre de izquierdas y muy crítico con el sistema en que vivimos. Todo lo que no sea pensamiento revolucionario no me interesa.
No hay tiempo que perder leyendo blandenguerías ni pamemas. Es grande la tarea por delante. Si de verdad queremos cambiar el mundo no podemos entretenernos con las tonterías que fabrica, empaqueta y distribuye la gran maquinaria de la mentira. El runrún del día a día y el cuchicheo no me interesan. Ya sé cómo se inventan las noticias, qué efímeras son sus vidas, cómo y quienes cocinan las grandes campañas mediáticas, con qué intención se propagan y para beneficio de quién. Estoy sobreinformado, saturado, asqueado… ¿Cómo hemos llegado a esto?
Con la perspectiva de los años, se ve claramente. En aquella época de ilusión, de juventud y felicidad indocumentada, nos olvidamos de un detalle importantísimo: los periódicos, las radios, las televisiones son empresas. Empresas en un mundo capitalista. No las mueve ni el compromiso social, ni el altruismo, ni la voluntad reformista, ni un sentido ético o moral de la convivencia. El bien común, la democracia, los derechos humanos a las empresas les importan y les importaban un pimiento. Lo único que les interesa es el beneficio, la cuenta de resultados. Todo lo demás, si no trae beneficios, estorba.
Así de crudo, pero algo perfectamente legal, comprensible y lógico. En este mundo, ganar dinero, el máximo dinero posible, es el objetivo de toda empresa y de mucha gente. Las empresas están para eso, y las empresas periodísticas también. Todo lo que sea un obstáculo para eso no sirve, será rechazado y no podrá ver la luz. Lo digo para avisar a aquellos que tienen una idea romántica del periodismo, a aquellos que ven la profesión periodística como un medio de lucha, como una forma de ayudar a hacer un mundo más justo y solidario. Desengañaos.
Es cierto que las empresas periodísticas son algo diferentes a las demás. Su materia prima, el producto que ofrecen, o su envoltura, es especial, algo delicado. Pero al final todo es cuestión de mercado. La mercancía que venden estas empresas es el espacio para la publicidad. Los periódicos, las radios, las televisiones no están para dar información, están para vender publicidad. La información es lo que rellena los huecos donde no hay publicidad.
La ideología, la línea editorial, es como el papel de regalo, el envoltorio que hace atractivo el producto. Y si alguna información perjudica los ingresos publicitarios no saldrá. En la prensa nacional esta realidad se disimula muy bien. Hasta hay periodistas que creen que en su periódico las cosas no funcionan así. En la de provincias es algo mucho más crudo, no hay disimulo y son pocos los periodistas ilusos. La libertad de expresión, que existe, nadie lo niega, encuentra en este mecanismo unos límites muy definidos que intentaré explicaros con ejemplos concretos.
Juan Miguel León Moriche.
La conferencia El derecho a la información cercenado: Censura y manipulación en el Campo de Gibraltar, a cargo Juan M. León Moriche, esta prevista para el viernes 16 a las 18:30 horas.

11 de octubre de 2015
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