Sólo los que han sido agraciados con el don de soportar sin alterarse las cosas desagradables pueden distinguir si la paciencia es una virtud o una fatalidad. Siempre ha tenido muy buena prensa y hay expertos entomólogos que la clasifican según su eficacia. Lo único que está claro es que es agotable, al contrario de la avaricia.
En España, el pueblo, eso que llamamos pueblo que incluye a la turba y a la plebe, aguanta lo que le echen, pero el informe del Credit Suisse es imposible de aguantar. Confirma que cuando decimos ‘¡qué país!’, debiéramos decir ‘qué mundo’. En este planeta de tercera división galáctica, el 99% de la riqueza acumulada por sus transitorios huéspedes está en posesión del 1% de ellos. Un mal reparto que no ha podido ser corregido por el cristianismo ni por el marxismo, esos dos experimentos fracasados.Ambos ensayos exigen tener paciencia, que no sabemos si será una virtud teologal, nacional o comarcal, pero que sospechamos que es preciso hacerla crecer cada día que pasa sin que pase nada decisivo.
¿Quién riega esa flor improbable ahora que la juez Alaya, inseparable de su carrito justiciero, ha sido apartada de la causa de los ERE? Nos habíamos acostumbrado a dos cosas: a que se apresurara a llegar a tiempo a los juzgados y a que no resolviese nada hasta el próximo telediario.
Por eso deduzco que la paciencia es una virtud obligada en la misma proporción que es un vicio hereditario. Debemos perseverar en ella hasta que se aclaren las cosas en medio de la oscuridad. Shakespeare, especialista en la naturaleza humana, la llama engañosa y hay que reconocer que ponía bien los adjetivos. Debemos saber esperar, incluso con toda probabilidad de que aparezca lo que esperamos.
Algunas religiones, especialmente consoladoras, definen a la fe como la seguridad de habitar un mundo del que nadie ha regresado.
Sin duda debe de ser un lugar confortable. Pronto lo sabré. No me tomen a mal que no pueda revelar nada.