Ninguna colección es más difícil, como saben los maniáticos, que la de mendrugos en las ciudades sitiadas, ya que no queda ni uno, y la teórica capital del continente está sitiada por el llamado Estado Islámico, que tiene magníficas redes sociales. El Gobierno belga ha prolongado el elástico estado de alerta máxima porque se espera que los bárbaros vuelvan de un momento a otro y el comisario Maigret no es suficiente para detener a tantos criminales.
No funcionan ni los colegios, ni las universidades, ni el metro, ni los comercios, ni los estadios. A cualquier ser humano le han tocado malos tiempos para vivir, pero Bruselas, que es la sede de la OTAN, nos parecía una de esas excepciones que, no se sabe por qué, solemos decir que confirman la regla. La verdad es que la perturban. Mientras aguardamos acontecimientos luctuosos, los fabricantes de armas viven un momento buenísimo.
La declaración de guerra sin cuartel de Ho-llande al maldito yihadismo ha hecho que ganen en una semana 16.000 millones de euros en bolsa. El balance también ha sido muy favorable para las empresas españolas. Al parecer hay más de 140 que realizan admirables trabajos en este fúnebre sector. Los clientes no pueden faltarles y el negocio es incluso más seguro que el de Rodrigo Rato, cuyo fraude ha cuadriplicado Hacienda.
Por otra parte, estamos muy entretenidos con las maniobras de Artur Mas, que está dispuesto a darle cristiana sepultura a CDC, rota por el ‘procés’, y poner en marcha un nuevo proyecto que espera que funcione tan bien como el Barça que ha vapuleado al Madrid, a Florentino Pérez y a Rafa Benítez, que cada vez tiene más cara de jefe de negociado.
No digamos con la que se me está poniendo a mí con mi Málaga, que ha conquistado un meritorio puesto de colista por su propio esfuerzo, sin que le ayudara el jeque. Por eso debe buscar al emir, que es el que de verdad manda.
