La participación en la guerra contra el ISIS, que es el enemigo común, requiere entre nosotros consentimientos particulares. Hay que abrir el diálogo entre sordos que no han querido oír las explosiones de París y nuestro cauto presidente intenta que los líderes del PSOE, de Ciudadanos y de Podemos cierren un consenso sobre la participación en la guerra unideclarada contra eso que llamamos Occidente. Francia, que ha dado un ejemplo de unión, nos pide ayuda militar. Nada más triste que combatir en esta guerra que será la última mundial, salvo desertar de ella cuando los bárbaros están en la puerta de nuestra casa.
¿Cómo regatear nuestra contribución a Francia mientras seguimos cantando La Marsellesa desentonadamente? Seguimos a lo nuestro, olvidando que lo nuestro es lo de nosotros. Cuando circulan las balas en París nos silban los oídos, pero cuando abominamos de los fanatismos religiosos seguimos condecorando a nuestras Vírgenes, incluso a las llamadas «de vestir», que son de palo, aunque tengan el rostro compungido.
No sabemos si somos tan diferentes como proclamaba el eslogan o somos distintos, pero quizás seamos tan inconfundibles como indiferentes. El ministro de Educación dice que en España hay demasiados universitarios, confundiendo la preparación para cualquier cargo, incluso para el suyo, con la capacidad de desempeñarlo. Quizá nuestro retraso histórico sea más bien una consecuencia del retraso mental, pero no podemos seguir culpando a los cuarenta años de teocracia, porque ya se han cumplido otros cuarenta.
En una de sus variables versiones, la popular cuarteta dice que «vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que siempre ganan los malos cuando son más que los buenos». No habría que abrir más consultas porque los sarracenos, qué ahora se llaman yihadistas, están en puertas y no van a llamar, sino a entrar directamente hasta la cocina. O estamos todos con Francia o estamos perdidos.
