A disfrutarlo.
España, año cero. O casi: la democracia se transforma, lo que quiere decir que sigue viva, a pesar de la atrofia muscular de la corrupción, del encefalograma plano de los discursos vacuos, del escalofrío del desempleo. En circunstancias como estas, hace ochenta años, nos habrían impuesto la dialéctica de los puños y las pistolas. Hoy, por fortuna, el corazón helado de este país utiliza las urnas en lugar de las armas, bienvenida sea esa reciente costumbre de utilizar la fuerza de la razón en lugar de la razón de la fuerza. El viejo y temible ruido de sables será sustituido en las próximas horas por el entrechocar de las agujas urdiendo encajes de bolillos para administrar ese gordo tan repartido de la lotería electoral. Qué se hizo de aquellos pactos que no iban a ser o de los que habrían de ser y no serán. Entre House of Cards y Borgen, entre la España rural y la urbana, sacaremos la caja de los juegos reunidos Geyper.El futuro, a partir de hoy, será el pasado: para saber qué ocurrirá, tendríamos que preguntarnos qué ha ocurrido, no sólo en la distribución milimétrica de los sufragios y de los escaños, sino en una campaña que, por primera vez en largo tiempo, ha sido crucial, intensa y esclarecedora. El éxito de unos y el fracaso de otros se ha venido sustanciando desde 2011, pero se ha transfigurado, en gran medida, en las dos últimas semanas. Será necesario realizar la radiografía de ese instante, la autopsia de todo un proceso electoral que viene a certificar la muerte clínica del bipartidismo. De ese informe forense dependerá, en gran medida, que la España recién nacida salga de la incubadora. Que ore o que bostece ya será otro barrunto.
