Como no tienen o pueden dar nada concreto, se han dedicado a dar espectáculo, cosa siempre de agradecer. En España, que ahora está cuestionando si es una nación o una nación de naciones, o un cónclave de tribus, la vida jamás se ha prestado al aburrimiento. Para divertirnos o para exasperarnos, se enfrentan los políticos. Hace mucho tiempo que Aristófanes, que cascó hace 445 años antes de Jesucristo, semana más o menos, les llamó «monos del pueblo». Siguen haciendo títeres. Algunos no comparten las ideas de sus rivales, pero como no están seguros de que ellos tampoco las compartan, las respetan en casi toda su totalidad. La buena educación, que siempre antecede a la mala, convierte los debates televisivos en saraos. Todos simulan llevarse muy bien, aunque se odien cordialmente, y aspiran a llevarse el gato escaldado al agua. El inconveniente de los debates a cuatro es que no podamos llevarnos una cuarta parte de la razón que sin duda pertenece a cada uno de los que intervienen en el gratuito espectáculo, que por cierto se programa cuando no se retransmite un encuentro del Madrid o del Barcelona, para evitar competencias.
Todos los partidos están obligados a hacer concesiones, pero ninguna más importante que la que ha hecho el buen papa Francisco durante el llamado Año Santo de la Misericordia. Si han sabido aprovechar este plazo de grandes rebajas, todos los sacerdotes del mundo podían absolver el pecado de aborto, habitualmente reservado a los obispos. Se trata de una conquista más del proletariado. ¿Quién no tiene un párroco a mano? La decisión del Papa no ha gustado a muchos sectores del alto clero y el portavoz del Vaticano ha explicado que no minimiza la gravedad del delito, ya que tenía fecha de caducidad y era sólo durante el año jubilar. Más vale llegar a tiempo que rondar durante años en las puertas del infierno, cuyo clima es demasiado monótono, según aseguran los teólogos más antiguos, que tienen poco que ver con los de ahora.