Cuando no se pueden resolver las diferencias es preferible que se disuelvan ellas solas, pero hay que agitarlas mucho antes de que nos las traguemos todos. Hay cócteles que consiguen hacer intragable algunas bebidas que amamos por separado, pero los barmans políticos jamás han sido piadosos con sus clientes. Tienen en cuenta su corazón, pero no su hígado. Por eso Podemos y PSOE están dispuestos a salvar todos los obstáculos para lograr un pacto. Ojalá puedan cumplirlo, porque más vale un Gobierno que no les guste a todos que un desgobierno que sólo sea del agrado de unos cuantos. Cuando el lacónico Azorín habló del «chirrión de los políticos», Juan Ramón Jiménez, que además de un poeta portentoso era un implacable crítico, dijo: «Chirrión, vaya palabra». El diccionario la define como el carro fuerte que gira con dos ruedas. Siempre produce un sonido desagradable, pero ahora además tiene más ruedas chirriantes, no sólo las catalanas, que no hemos acabado de engrasar nunca.
Los acuerdos resuelven las diferencias, pero no las absuelven, porque como dijo Luis Cernuda, «no hay olvido». Lo que sí hay son mejunges, que estaban bien por separado, irreconciliables cuando se juntan. Por mucho que se congreguen en el hipódromo nacional los caballos de carreras, nunca llegarán a la cinta de llegada igualados a los burros de pura raza. Somos muchos los espectadores de esta carrera, que tiene pinta de ser más larga de lo previsto, a los que no nos gusta apostar. Muchas se pierden por la cabeza de un noble potrillo, que dice el tango, o porque otra ha asomado la oreja un segundo antes y entonces gana la carrera. Al final triunfa siempre la banca, pero no sólo es divertido apostar, sino ver cómo apuestan otros espectadores. Podemos cede poder a sus aliados y Compromís se fractura, pero la carrera es más larga y la meta parece lejana. A todos los partidos les faltan diputados. Precisamente son los que a los demás nos sobran.
Manuel Alcantara
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