La apertura de la nueva etapa legislativa tuvo, por vez primera, un protagonista inocente: el precioso bebé de la diputada Carolina Bencasa, pero el padrino fue Pablo Iglesias, al que siempre, vaya donde vaya, lo que más le gusta es pasar advertido. Con la mente abierta y el puño cerrado, amenizó la reunión al mismo tiempo que crispaba a algunos de los reunidos. Los nuevos diputados, casi todos grandes oradores por escrito, son fervientes partidarios de la libertad indumentaria. Van descorbatados y descamisados, pero hay que reconocer que aunque en ocasiones tengan que bajarse los calzones, aún no se han quitado los calzoncillos. En otros tiempos todos tenían la obligación de vitorear, pero ahora tienen la de protestar. Iglesias, que es el más listo, iba de camisa negra con manga corta y coleta del mismo color.
Está bien que ya no se lleve la chistera y que no se hable de «los golfos de levita», pero el atuendo sigue siendo jerarquía. Si a cualquiera de nosotros nos invitan a un bautizo, aunque no sea al del niño Diego, no debe ir en traje de baño. Incluso Woody Allen, que no cree en Dios hasta que no le haga una transferencia a su nombre en cualquier banco solvente, dice que quiere presentarse ante la eternidad siempre que pueda ir vestido para la ocasión.
El hábito no hace al monje. Si lo hiciera, habría colas en las tintorerías, pero desde los romanos en adelante los candidatos a algo se han vestido de blanco para aparentar o simular su candidez. Ahora no sólo vale todo, sino que se devalúa eso de aparecer bien vestido en determinadas circunstancias. Es una forma inversa de hipocresía comprarse unos vaqueros sin haber visto una vaca más que en las etiquetas de los quesitos de porción y estropearlos concienzudamente antes de estrenarlos. Hay quien los sumerge en el mar, llenos de piedras y no conforme con eso los raja a la altura de las rodillas. Se trata de bajarse del coche confundiéndose con un mendigo, o sea, engañando a los pobres de verdad, que eso sí que es una tarea de los nuevos congresistas.
Manuel alcantara
El Congreso se divierte ... por Manuel Alcantara
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