En los grupos sociales sucede algo parecido a lo que ocurre con la naturaleza física: que unos miembros están cargados de energías positivas y otros de energías negativas.
Los primeros afirman, construyen y curan; los segundos niegan, destruyen y enferman. Las personas positivas divisan el horizonte abierto y orientan la marcha hacia delante. Los obstáculos y las dificultades constituyen estimulantes alicientes para la actividad creadora. Las personas negativas, por el contrario, se fijan en los riesgos y en los peligros del camino; los escollos y las barreras frenan sus actividades, paralizan sus proyectos y bloquean sus ilusiones. Los positivos encuentran varias soluciones para cada problema; lo negativos plantean múltiples problemas a cada solución.
Mientras que algunas personas, desconfiadas, apagadas y tristes –esas que poseen especial habilidad para captar los defectos, para identificar los fallos y para denunciar los errores de los demás-, contagian el ambiente de desolación y de desaliento, otras personas analizan y organizan las informaciones de manera positiva y descubren aspectos medicinales que pueden curar. Tienen fe en sí mismos, en los otros y en el futuro, por eso, son esperanzados, emprendedores y generosos. Su voz, su mirada y sus gestos proyectan una sensación de ilusión, de fuerza, de serenidad y de tranquilidad; transmiten claridad, siempre están dispuestas a comprender, a dar, a ayudar y a regalar.
La expresión de su rostro tranquilo nos expresa confianza, el tono de su voz nos descubre libertad y la luz de su mirada nos revela serenidad. En la cara, efectivamente, se concentra todo su espíritu, toda la historia vivida y todo el tiempo por vivir. Están siempre dispuestos a aprovechar las oportunidades, a disfrutar cada uno de los minutos, a comunicar a los acompañantes sus sensaciones y a contagiarlos con sus emociones. Nos animan, nos estimulan y nos hacen la vida agradable. Aunque estén en el error, nunca engañan. ¿Cuál es el secreto de esta energía vital? La única forma de recargarnos es vivir, de alguna manera, para los demás.
Mientras que algunas personas, desconfiadas, apagadas y tristes –esas que poseen especial habilidad para captar los defectos, para identificar los fallos y para denunciar los errores de los demás-, contagian el ambiente de desolación y de desaliento, otras personas analizan y organizan las informaciones de manera positiva y descubren aspectos medicinales que pueden curar. Tienen fe en sí mismos, en los otros y en el futuro, por eso, son esperanzados, emprendedores y generosos. Su voz, su mirada y sus gestos proyectan una sensación de ilusión, de fuerza, de serenidad y de tranquilidad; transmiten claridad, siempre están dispuestas a comprender, a dar, a ayudar y a regalar.
La expresión de su rostro tranquilo nos expresa confianza, el tono de su voz nos descubre libertad y la luz de su mirada nos revela serenidad. En la cara, efectivamente, se concentra todo su espíritu, toda la historia vivida y todo el tiempo por vivir. Están siempre dispuestos a aprovechar las oportunidades, a disfrutar cada uno de los minutos, a comunicar a los acompañantes sus sensaciones y a contagiarlos con sus emociones. Nos animan, nos estimulan y nos hacen la vida agradable. Aunque estén en el error, nunca engañan. ¿Cuál es el secreto de esta energía vital? La única forma de recargarnos es vivir, de alguna manera, para los demás.
José Antonio Hernández Guerrero
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