PINTURAS (10): Niños comiendo uvas y melón (Murillo)... por Manuel Mata


Me llamo Nicomedes, pero todos me dicen Nico, y éste que a mi lado come uvas es mi amigo Rodrigo.
Vivimos en las chabolas que hay entre el río y la iglesia de San Pablo, cerca de la calle Corral del Rey donde D. Bartolomé tiene su estudio.
Un día que andábamos holgazaneando nos ofreció merienda y un maravedí por cada día que posáramos para él. Así nació esta pintura al óleo del más puro estilo barroco que se conserva en el Museo de Múnich.

 ¡En mi vida había visto nada igual!: Brochas, pinceles, paletas, bastidores, lienzos, espátulas, cubiletes, pigmentos, lápices, aceites de lino... y velas, muchas velas, pues el maestro decía que la inspiración le llegaba al atardecer cuando la luz solar entraba uniforme sin apenas contrastes.

 Andaríamos por 1648 una época en que Murillo se convirtió en uno de los principales pintores infantiles de la época, tanto a la hora de representar figuras divinas -el Niño Jesús- o personajes reales -como nosotros- donde se aprecia la influencia naturalista de Herrera o de la escuela veneciana.

 Aparecemos ante un cortinaje que asemeja un edificio en ruinas con detalles captados a la perfección -especialmente las frutas- logrando un extraordinario efecto de realidad. Recuerdo su interés por presentarnos como lo que somos: niños de familias humildes, pícaros, con nuestras ropas raídas, descalzos, gesto de comer con apetito, pero, si se fijan bien, transmitiendo un momento feliz al que nos entregamos con pasión.

 Bartolomé Esteban Murillo es quizá el pintor que mejor define el Barroco español. Nació aquí, en Sevilla, donde pasó la mayor parte de su vida, aunque alguna vez estuvo en Madrid invitado por su amigo Velázquez. Se especializó en trabajos por encargo dedicados a la Virgen como el de la iglesia de los Franciscanos o la Inmaculada de Soult, obras donde gracias al empleo de sutiles gradaciones lumínicas consigue crear una sensacional perspectiva aérea y unos efectos luminosos resplandecientes.
 Murió en 1682 como consecuencia de la caída de un andamio cuando pintaba el retablo de la iglesia del convento capuchino de Santa Catalina de Cádiz.

(Nicomedes Gonzálvez)

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5 de febrero de 2016
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