¡NO!,
no nos encontramos en navidades, ese tiempo de hermandad, de alegría, donde
casi todo el mundo desea a casi todo el mundo paz y felicidad. No nos
encontramos en vísperas de que sus majestades los magos de oriente traigan regalos
y hagan posible deseos maravillosos formulados mediante la tradicional carta
enviada en los buzones al efecto instalados en establecimientos comerciales o
recogidos en persona por el paje de sus eminencias.
Nos
instalamos en el mundo real de la correspondencia donde las personas que a esto
de llevar y traer cartas y paquetería sirven de nexo real, encarnado, de la
comunicación más genuina y tradicional. Pues bien, estas personas carteros
están bastante disgustadas con dos asuntos que, explicados a la ciudadanía,
pueden generar la más inmediata simpatía. En concreto el colectivo de carteros
de correspondencia ordinaria y algunos de urgente, siguen secundando, en casi
un 90%, las jornadas de huelga indefinida convocada por el sindicato CGT de
Correos y Telégrafos desde el pasado 4 de abril. Se encuentran pues en su
tercera semana de protesta y que repercute, sin que ello se pretenda, en que a
día de hoy se alcanza una acumulación de más de 130.000 envíos ordinarios y más
de 16.000 envíos certificados, notificaciones y paquetes.
Alguien
dirá que con ello se deteriora el servicio público. Es evidente que se llevan
años en esa política por parte de los distintos gobiernos de la nación, y que
se ha ido privatizando determinados sectores de la actividad, para alborozo de
las empresas privadas que hacen pingües negocios. Quedando lo que la privada no
quiere en manos del Estado que, a fuerza de recortar y recortar, acabará
angostando este magnífico servicio creado el año 1706, precisamente por el
primer Borbón, Felipe V. Y curiosamente significó la eliminación de las
prerrogativas que los reyes de la casa de Austria habían ido otorgando a
particulares. Aunque conviene matizar que no fue en modo alguno una
estatalización, sino más bien una apropiación privada de la corona.
Estas
personas carteros han visto como en todas las oficinas su número se ha reducido
haciendo más arduo su trabajo y en muchas ocasiones imposible. Y detrás de esta
reducción, a modo de látigo en otros tiempos, la amenaza de las sanciones si no
se cumplen con objetivos inalcanzables. A estos requerimientos se les une las
malas formas en el trato y ello aumenta el malestar, sumándose al miedo, a ser
sancionado, la vergüenza de recibir un trato indigno. Esta suma de
circunstancias provoca el malestar de un colectivo que sirve a la ciudadanía, resida
donde resida, sea pueblo, ciudad o zona diseminada o rural.
El
patrimonio social que el servicio público de correos representa merece que la
ciudadanía, movimientos sociales y vecinales se interesen por la situación del
reparto de correspondencia, para exigir a la gerencia de la zona
correspondiente la urgente contratación de más carteros reales.
Artículo de Rafael Fenoy Rico